23/12/11

Cuento de Navidad



Se suele decir que cuando vienen malas, todas las tortas llegan juntas. Fermín enciende el pitillo y camina en círculos para ahuyentar el frío de diciembre. Esto de que no se pueda fumar dentro del edificio es un fastidio. Aunque, pensándolo bien, un médico debería dar ejemplo y no mancharse los pulmones de alquitrán. Bueno, será cosa de sermonearse otro día porque el de hoy, lo que se dice el de hoy, es para olvidarlo. Nochebuena y guardia con plantilla escasa. Todos los marrones del mundo. Aún son sólo las seis de la tarde y ya ha atendido a más de treinta personas. De todo. Catarros, un par de accidentes, un anciano con insuficiencia respiratoria, otro con dolor en el pecho. Por ser navidad no mejora la salud y ser médico de urgencias es el peor de los trabajos cuando llega.  Da pena ver a todos estos pobres desgraciados en el hospital cuando deberían estar junto a una mesa llena de turrón. Las enfermedades en estas fiestas parecen más tristes que nunca.

Sonia, la enfermera de la quinta planta, ha dicho que luego bajarán unos mazapanes y unas copas de cava si no hay mucho jaleo. Está bien esa mujer, piensa Fermín. Guapa de veras. Quizá algún día…

Fermín recuerda cuando estudiaba. Entonces, aún tenía ilusión. Se veía asimismo como un salvador del mundo, lleno de sueños, anhelando ponerse manos a la obra y aliviar los pesares del mundo, ferviente creyente en que la ciencia solventaría el dolor y el sufrimiento de la enfermedad. Estaba enamorado por aquellos años. De Claudia, hoy su mujer. Tienen dos niños de cinco y siete años. Estudiaban juntos pero ella decidió al poco que la medicina no era su vocación y lo dejó. Se reían tanto juntos de novios. Aún lo recuerda con melancolía. ¿Cuándo se torció todo? No se acuerda, fue poco a poco, como un atardecer que llega y uno pasa de tener luz a estar en penumbra sin apenas haberse percatado de que ocurría. Está harto de sus morros y de sus quejas y de sus mierdas. ¿Qué culpa tiene él de que le haya tocado guardia esta noche? ¿Y qué si su suegra va a preguntar por qué está sola en navidad? Más jodido que él no hay nadie. Y encima, ganando una mierda. Si se divorcia, va a ser complicado vivir. Sin las horas extras, andarían justitos. Bueno, no exageremos que tampoco es para tanto. La casa está casi pagada y no está mal situada. Si hubiera de venderla, conseguiría un buen precio. Y, en realidad, no le falta nada importante. O quizá sí, quizá no tiene lo fundamental, el ser feliz. Será que tiene un día bajo. Será la navidad que todo lo entristece porque no es cierto que sea tiempo de chanzas y cantos, de amor y fraternidad. Al contrario, son días de angustia, de añoranza de lo que debió ser pero no es, de lo que se perdió y no se tiene más, de sueños abandonados en algún lugar del camino, de recuerdos de las navidades de niño cuando los reyes magos llegaban en camellos y el agua de la vasija desaparecía por arte de magia.

Se sobresalta con el alarido de la ambulancia que llega. Tira el pitillo y lo aplasta con su pie. Está comenzando a chispear. Lo que faltaba. Como llueva habrá más de un accidente de circulación y traerán a algún tipo bien jodido. El conductor baja del vehículo a toda prisa y abre el portón trasero. Se trata de una mujer de color con cara contraída por el dolor.

-        Está a punto de parir- grita el hombre.

Fermín sale de su aturdimiento. El automatismo profesional se impone a sus divagaciones y, en un instante, corre hacia dentro.

-        Al paritorio seis- indica en recepción, mientras agarra un batín verde y un gorro que cubra su pelo- Llama a la comadrona de guardia, rápido.

La mujer es delgada, de rasgos agradables aunque algo demacrada. Su ropa es vieja y ligera para la época del año. Está débil. Habla muy mal el español pero Fermín comprende que está preocupada porque no tiene comida para el ser que viene.

-        No se preocupe- la tranquiliza- hasta que salga del hospital todo estará cubierto- le dice sin saber a ciencia cierta si ella le entiende.

La mujer siente el apretón de la contracción y chilla ligeramente.

-        ¿Cómo se llama? – pregunta Fermín-

-        Jaineba- contesta ella.

-        Bien, Jaineba, todo va a ir bien, ¿de acuerdo?

El parto va bien. El chiquillo es fuerte y está sano. La mujer sonríe al verlo, exhausta. Pide que lo coloquen a su lado. Lo besa con toda la ternura del mundo.

Una enfermera hace una seña a Fermín para que salga.

-        ¿Qué pasa?

-        Ahí fuera hay un hombre que quiere entrar. Un extranjero sin papeles. Pero se está violentando porque no le dejamos. Hemos intentado explicarle que no puede entrar al paritorio por higiene pero no entiende apenas español. Viene hecho unos zorros, sucio y con unos pantalones que no ha lavado desde hace diez años. Casi tengo que llamar a seguridad. Por cierto, no tienen papeles. Habrá que dar el parte reglamentario, ¿no?

-   Herodes puede esperar un par de días...- contesta sin percatarse de que se está metiendo en un lío.

Fermín sale y lo ve. Está nervioso, da vueltas y vueltas en un metro cuadrado. Se come las uñas. Es de color, alto, robusto, vestido efectivamente como uno de esos homeless que salen en las películas americanas. Fermín comprende enseguida. Se le acerca y dice:

-        ¿Jaineba?

Al hombre se le iluminan los ojos. Agarra la manga de la bata del médico y tira de él.

-        Jaineba, sí, yes, Jaineba, ¿Dónde? Mujer mía…

Se le ve angustiado pero feliz al mismo tiempo. Como si hubiera reencontrado algo de mucho valor que había perdido. Le mira a los ojos. Es una mirada limpia, de temor y esperanza, de súplica. No hablan. No pueden entenderse con palabras pero quizá sí con la mirada.

Por gestos, Fermín le hace quitarse la ropa en el vestuario y le da unos pantalones y una camisola de enfermero. Todo de verde, parece uno más. Le hace pasar a la habitación donde la mujer da de mamar al niño. Se ven y ríen y lloran de alegría y se dicen cosas que Fermín no sabe qué significan pero que se sienten tiernas y dulces, cálidas y suaves. Cosas que él quisiera decirse con Claudia, entre sábanas, a solas.

El hombre no para de acariciar al niño y a la mujer. Les susurra al oído y no puede apartar la vista de ellos. A veces se levanta y aprieta la mano de Fermín mientras repite “gracias, thank you, gracias, thank you”.

Sonia baja con los mazapanes y el cava. Ha añadido un túper con pollo y verduras para los padres. Y una barra de pan que ha encontrado en la gasolinera, lo único abierto en Nochebuena. Fermín come también. Le ha entrado hambre. Se ve a sí mismo feliz de estar allá, palmea el hombro del hombre y no recuerda por qué coño estaba enfadado unas horas antes. Irá a comprar churros antes de volver a casa por la mañana. Quiere desayunar despacio con sus dos hijos.


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