22/6/17

Zugunruhe




No tengo ni idea de alemán pero, por algún extraño motivo, mi vida amorosa de estos últimos años ha estado marcada por ese dichoso idioma. Otro capricho de ese misterio entre neuronal y hormonal que me vuelve lela cada cierto tiempo, que me hace ver un duende especial en un hombre para percatarme, tiempo después, que  es más aburrido que pellizcar cristales.

Fue hace unos pocos años. Viajé a Stuttgart con él y pasamos juntos el fin de semana. Qué sé yo, sería la novedad, o el depender de su mejor inglés, o que yo estaba en horas bajas después de haber dado puerta a la anterior ilusión. El caso es que fueron unos días preciosos y eso que hacía un frío que te dejaba la piel como después de una sesión de  masaje con crema y lifting de 200€. Aún guardo fotos de nosotros paseando por la Windgassen-Weg. El pequeño lago enfrente del Palacio Nuevo se había helado y los gansos jugaban a hacer cabriolas sobre la lechosa superficie hasta que, aquí o allá, se quebraba y podían meter la cabeza para mirar bajo las aguas quién sabe qué. Quizá fuera que tenía el estómago lleno de lepidópteros de esos que se tienen en estas ocasiones, o que me había tomado varias cervezas de esas que, en aquel país, sirven con tanta espuma tras esperar siete minutos, pero la verdad es que me veo guapísima en cada fotografía, con un sombrero elegante, una bufanda en torno al cuello, abrigo y guantes negros. Sería, acaso, el deseo y el afecto que veía en los ojos de ese al que entonces llamaba “cariño” y “mi niño”, pero, ahora, visto en retrospectiva, me veo radiante.

Caminamos junto al edificio de la ópera y él me cantaba Ich liebe dich, ese “te quiero” que tanto repiten las óperas de Mozart. Cuando me lo susurraba, el alemán me sonaba distinto, suave, nada que ver con la idea de verborrea brusca y gritona con el que antes siempre lo había escuchado. Así comenzó mi relación con el hombre que me quería locamente y con el idioma alemán, con palabras tiernas, con caricias dulces.

Aquel sábado fue muy divertido. Compartimos uno de esos momentos sólo soportables en estas primeras fases de las emociones. Se empeñó en entrar al planetario. Hay que imaginarse la situación. Hora de la siesta, cansada de haber pateado media ciudad, a oscuras, tumbados en unos sillones que permiten mirar cómodamente hacia arriba, una musiquilla suave y sideral, estrellas por todos los sitios y un tipo soltando la chapa en un alemán meloso e incomprensible. Me dormí, al punto que ronqué y él tuvo que darme un codazo para que no arruinara el mágico espectáculo a los otros espectadores. Nos reímos de veras mientras volvíamos al hotel, yo colgada de su brazo, él colgado de mi corazón.

De aquel viaje es también esa foto en que aparecemos reflejados en un escaparate. Al vernos, ambos nos percatamos de que éramos más que dos, más que una pareja habitual.

-       -  Somos una pareja perfecta, la mejor del mundo – le dije, entonces, sin saber cómo cambiaría todo con el tiempo.
-       -  Lo somos para siempre. - me respondió él – Estás hermosa.
-        - Por ti, tú me haces sentirme hermosa – le contesté y, ahora, me pregunto el porqué de aquellas ensoñaciones. ¿O, simplemente, le mentía? ¿O me engañaba a mí misma?

Dejo de mirar viejas fotografías. No creo en eso de que el pasado fue mejor. Todo pasó y no sé bien por qué ocurrió. Él, mucho menos. Ni se lo esperaba cuando dejé de contestar a sus llamadas, cuando dejé de encontrar tiempo para nosotros, cuando no deseaba verle, cuando me sentía mal a su lado, cuando llegué a tener vergüenza de que me vieran con él.

Zugunruhe

Mira por donde estos teutones tienen palabras para todo. Empecé con los liebe, liebe, liebe y acabo con un zugunruhe. Me persigue el alemán.

Miro el diccionario:

Zugunruhe: sensación acuciante de desasosiego; un deseo incontenible de cambiar de situación, de migrar, de encontrar otros lugares, de la búsqueda de otros horizontes.


Joder, ni a posta lo han definido. Voy a tener que cambiar de idioma. Era tan urgente mi zugunruhe que le he dejado al pobre en la cuneta del camino sin darle opción alguna, sin que él pueda entender cómo hemos pasado de ser la mejor pareja del mundo, aquella reflejada en el escaparate, a molestarme, a sentir la angustia de estar junto a él.

Sí, me duele verle así pero es lo que hay. He de mirar por mí misma primero. Encontraré nuevos escaparates en donde reflejarme.



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