Colgó el teléfono convencido de que debía haberse negado. Si algo no le apetecía era dar un paseo el día de San Jordi, pero Celso era pesado y convincente cuando se lo proponía. El plan era ver la exposición de fotografía del Ateneo, caminar por la rambla, tomarse un café en el “Boston” y charlar sobre el viaje que su amigo había realizado a Alemania hacía un par de semanas. Con suerte, podría estar de regreso en el apartamento a las ocho.
Apenas le escuchaba. Sus sentidos estaban centrados en los puestos de flores con las rosas en cubos de agua, frescas, abiertos sus pétalos y emanando aromas. Desde que la llamaron y hubo de marchar, había evitado recordar aquellas mañanas en que, pronto, muy pronto, bajaba a la floristería de la calle Andorra y elegía con cuidado la rosa más roja y pedía que la envolvieran en celofán y le pusieran un lacito rizado y brillante.
Celso continuaba hablando. Algo sobre Munich que le importaba un carajo. De las farolas colgaban anuncios de los best-seller que proponían las editoriales. Novelas, poemas y algún que otro ensayo. Desde que la llamaron y hubo de marchar, había evitado entrar en las librerías y pensar en qué libro le hubiese regalado ella, y cómo lo hubiera envuelto, y cómo lo hubieran leído uno tras otro, porque siempre compartían la lectura.
- Lo que es una vergüenza es lo negra que está la catedral de Colonia. Joder, que podían pasarle la karcher de vez en cuando …
Desde que la llamaron y hubo de marchar, había evitado observar a las parejas enamoradas que paseaban con su flor y su libro, y charlaban de sus cosas, y se agarraban de la mano y, de tanto en cuanto, se daban un beso.
- Oye, chico, no me estás haciendo ni caso – Celso se había detenido frente al “Boston”.
- Lo siento – atinó a contestar-, no es mi mejor día.
- Ya lo sé. – Celso podía ser pelma pero era un gran amigo- ¿Por qué crees que he insistido en salir? Ya va siendo hora de que mires hacia adelante.
- No puedo.
El café con leche estaba caliente y esperaba sobre la mesa de hierro forjado. La tarde era hermosa, templada, luminosa.
- ¿Qué sientes? – le preguntó Celso.
Tardó en contestar.
- Envidia.
- ¿Envidia?
- Sí, envidia enorme. Qué no daría yo ahora por estar con ella, con su libro, con mi rosa, haciendo lo que están haciendo todas esas gentes.
- Pues vas a tener que conformarte con las fotos de Franckfurt que tengo en el móvil.
Sonrió agradeciéndole su esfuerzo. Sonrió Celso sabiendo que no iba a lograr consolarle.
0 comentarios :
Publicar un comentario