5/1/25

Las abarcas desiertas

 



Por el cinco de enero, 

cada enero ponía 

mi calzado cabrero 

a la ventana fría. 

Y encontraban los días, 

que derriban las puertas, 

mis abarcas vacías, 

mis abarcas desiertas. 

Nunca tuve zapatos, 

ni trajes, ni palabras: 

siempre tuve regatos, 

siempre penas y cabras. 

Me vistió la pobreza, 

me lamió el cuerpo el río, 

y del pie a la cabeza 

pasto fui del rocío. 

Por el cinco de enero, 

para el seis, yo quería 

que fuera el mundo entero 

una juguetería. 

Y al andar la alborada 

removiendo las huertas, 

mis abarcas sin nada, 

mis abarcas desiertas. 

Ningún rey coronado 

tuvo pie, tuvo gana 

para ver el calzado 

de mi pobre ventana. 

Toda la gente de trono, 

toda gente de botas 

se rió con encono 

de mis abarcas rotas. 

Rabié de llanto, hasta 

cubrir de sal mi piel, 

por un mundo de pasta 

y un mundo de miel. 

Por el cinco de enero, 

de la majada mía 

mi calzado cabrero 

a la escarcha salía. 

Y hacia el seis, mis miradas 

hallaban en sus puertas 

mis abarcas heladas, 

mis abarcas desiertas



un poema de Miguel Hernández



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