29/10/06

¿Invasión? - Capítulo 1


El primer boletín informativo de la radio local empezó el recorrido informativo de aquel nublado día con una noticia desde Moscú:

“… Las ceremonias fúnebres tendrán lugar hoy en la Plaza Roja. Tienen prevista su asistencia todos los miembros del Politburó. Como nuestros oyentes sabrán, el presidente soviético falleció hace dos días a los sesenta y ocho años de edad…”

“En otro orden de cosas, nuestro corresponsal en Nueva York nos informa de que aún no se conoce el nombre del futuro vicepresidente. Como recordarán…”

Simón Santos se desperezó lentamente, sin escuchar apenas el monótono hilillo de voz del locutor matinal. Bostezó ampliamente mientras se restregaba los dedos sobre los ojos tratando de ver algo más que la semioscuridad de la duermevela. Buscó, un poco a tientas, sus zapatillas y por fin decidió levantarse.

Después de que se hubo duchado miró por la ventana de su habitación. Sobre San Sebastián, una formación de nimbostratos presagiaba un día lluvioso. Simón buscó una ropa adecuada y se vistió rápidamente.

Precisamente hoy, 8 de enero de 1985, comenzaba a trabajar en el ISP del departamento de correos. Las siglas ISP eran internacionales y significaban “International Secret Post”. Desde los graves acontecimientos mundiales que habían tenido lugar en el periodo 79-82, los diversos países se habían puesto de acuerdo para crear un servicio especial de correspondencia urgente y secreta con la misión de disponer de una red de comunicación paralela a la efectuada por medio de satélites. De este modo, un fallo de los sistemas mecánicos o electrónicos no tendría las importantes repercusiones que se dieron en el año 1981.

Hacía un mes que Simón Santos había dejado su puesto de operario en una central de depuración de productos radioactivos. Era aquel un puesto peligroso y pesado, no muy pagado, que había tenido que aceptar como mal menor durante la crisis económica de los años anteriores. En aquel entonces acababa de casarse y necesitaba trabajar como fuese, lo cual era difícil para un joven de veintitrés años sin experiencia alguna. Afortunadamente para él, encontró una salida en la depuradora. Rosa, su esposa, le animó a que tomara el empleo aunque sabía que no era lo que Simón y ella misma esperaban.

- Cinco años en aquella basura – pensó Simón. Si no hubiese estado casad0, nunca lo hubiera aceptado. El podía vivir deambulando de aquí para allá, sin empleo fijo, durmiendo y comiendo en cualquier sitio.

El tufillo del tubo de escape del autobús le sacó de sus pensamientos. Subió los tres escalones, entregó sus treinta pesetas y se sentó junto a un hosco y enorme sujeto que refunfuñó al tener que dejar sitio a Simón. Aquella actitud le recordó las entrevistas que había mantenido cuando buscaba trabajo. Siempre lo mismo. Un lacónico “sentimos no poder…”, y malas caras.

El autobús, con un ronroneo aburrido, giró hacia la siguiente parada. Simón miró hacia la ventanilla pero su obeso compañero de asiento le tapaba gran parte de ella. A pesar de todo, observó cómo la gente se apresuraba hacia sus trabajos. Se encontró a gusto sintiéndose uno de aquellos.

- He tenido suerte- pensó. En efecto, la había tenido. Un hermano de Rosa había logrado, apenas un año antes, un buen cargo en la Administración desde el cual recomendó a Simón para el ISP. Habían tenido en cuenta su perfecto trabajo en la depuradora nuclear, también dependiente de la Administración y, necesitando personas de reconocida lealtad, le habían elegido a él. Y el sueldo no estaba nada mal. Quizá acabara comprándose aquel coche.

Diez minutos antes de las nueve entraba Simón Santos en la oficina central de Correos y Telégrafos. Unos días antes, el director del ISP, el Sr. Barsán, le había mostrado su puesto de trabajo y le había explicado su cometido. Simón lo considero, con razón, algo peligroso. El ISP, tal como le explicó Barsán, debía revisar todo el correo por medio de una pantalla de radiación especial. A este fin, todos los envíos que circulaban a través de este canal iban microfilmografiados de modo que el operario de control pudiera leer su contenido sin abrir el sobre. De este modo se vigilaba todo el correo especial y se eliminaban las falsas misivas y cualquier posible explosivo.

Recorrió el corto pasillo de la entrada y giró hacia la derecha. Buscó la tercera puerta y entró sin llamar. Se quitó el abrigo y lo colgó en un rústico gancho de madera situado tras la mesa. Esto le hizo gracia. Hacía tiempo que se había popularizado una nueva aleación de niobio y molibdeno, el “Strich” que, aparte de tener todas las características mecánicas apreciadas por la industria, era muy barata. Todo era en esta década de “strich”, desde los ceniceros hasta los rascacielos. Sin embargo, allí, un colgador de madera carcomida parecía no enterarse de los avances tecnológicos. Simón iba a mirar por la ventana cuando la puerta se abrió.

- ¡Hola!, buenos días…. Tú debes ser Simón Santos, ¿no?
- Y tú Martín Bledia- repuso Simón.
- ¿Quién si no?


Martín Bledia era un hombre de unos cuarenta y cinco años pero más jovial, alegre y simpático que si tuviera veinte. Destacaba, sobre todo, por sus grandes patillas, algo canosas ya, que se extendían hasta casi las comisuras de los labios.

- Me alegro de verte- dijo Martín- Ya verás que el trabajo no es muy duro. Además, el amo no aparece nunca por aquí.
- ¿El amo?
- Barsán…un tipo duro---pero no se preocupa de lo qué pasa o deja de pasar en las oficinas. Así que – levantó la voz- ¡el periódico espera!


Martín Bledia se sentó en su mesa mientras de su cartera extraía un par de periódicos y una revista.

- ¿Pero no hay nada qué hacer? – preguntó Simón.
- ¡Claro!...mira eso – señaló un gran montón de sobres lacrados- Todos esperan llegar a sus respectivos destinos…. ¡Bien!....¡que esperen!

Simón tomó unos sobres. Todos ellos iban dirigidos a importantes delegaciones diplomáticas.

- ¡Mira! – dijo con cierto entusiasmo- una para la Casa Blanca.
- Qué bien – contestó despreocupadamente Martín.
- ¿O sea, que esto es normal aquí?
- Sí…pero son siempre asuntos poco importantes. Por eso no importa que se retrasen. Las cosas graves no pasan por aquí. Somos una oficina de provincias, recuérdalo. Y basta de charla que así no hay quién lea.

Simón se dispuso a trabajar. No era cuestión de descuidarse los primeros días y volver a la depuradora nuevamente. De vez en cuando volvía la cara hacia la ventana. La central de Correos estaba situada tras la catedral. Por avatares, esta es falsamente gótica, lo que la convierte en paraíso de las palomas que viven entre sus recortados tejados. Las idas y venidas de aquellas aves eran siempre una agradable distracción. Simón estuvo mirándolas un rato y luego se volvió hacia Martín.

- ¿Algo interesante? – preguntó.
- Y tanto….parece que en Rusia han descubierto ondas de radio que llegan desde el exterior de la tierra.
- Será alguna noticia sensacionalista – Simón volvió a coger sobres y reanudó el trabajo.
- No, no…mira, te lo voy a leer.

Científicos del observatorio soviético de Pulkovo han registrado señales electromagnéticas de carácter regular y racional en la región de la constelación de Hércules. Su claro comportamiento parece indicar su emisión por seres inteligentes.

Por su parte, Ronald Screwer, del observatorio de Jodrell Bank, en Manchester, ha confirmado la extraña recepción. De confirmarse tal origen inteligente, ha dicho Screwer, sería el mayor descubrimiento de la historia.

Los Estados Unidos han recibido las grabaciones de Pulkovo para su tratamiento informático. Se espera poder hallar alguna clave que haga comprensible la emisión. No se descarta…


- Y tal, tal y tal – acabó Martín- Es emocionante, ¿no te parece?
- Tonterías- balbuceó Simón, enfrascado en clasificar la correspondencia- Algún periodista que quiere ganar dinero fácil. ¿Sabes qué te digo? ….que me importan un bledo los marcianos esos.

Martín, un poco decepcionado, siguió leyendo para sí con sumo interés. Aunque no le gustaba confesarlo, disfrutaba con todas las historias de ciencia ficción. De vez en vez, miraba a Simón como queriendo leerle algo pero siempre le veía agachado sobre los sobres por lo que no volvió a molestarle.

A las tres de la tarde salieron de la oficina y se despidieron hasta el día siguiente. Simón tomó el autobús y llegó a su casa hacia las tres y media. Tomó la llave y entró.

- ¿Hay alguien? – gritó- ¿Rosa, estás ahí?
- ¡Sí!....¡Hola!...¿qué tal el primer día?
- Muy bien…. Bueno, hasta con marcianos y todo.
- ¿Qué? – preguntó, extrañada, Rosa.
- Nada…no me hagas caso – Simón sonrió y la besó.





Relato en capítulos escrito hace casi 30 años, cuando yo era tan joven. Las cuartillas en las que estaba mecanografiado se habían vuelto amarillas, así que he decidido transcribirlo al blog como recuerdo.

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