Los días de verano son calurosos en Pekín. El estío pone a prueba a sus habitantes con altas temperaturas que se alían con una humedad asfixiante. No por ello los pekineses dejan de cumplir con sus obligaciones y las calles son una marabunta de coches y bicicletas que se entrecruzan arriesgadamente, con una coreografía compleja que parece imposible de concebir a los occidentales. El gusto por el claxon es evidente en la ciudad y las avenidas se llenan de transeúntes que caminan en mil direcciones. Muchos llevan en su mano una botella de agua o un frasco con un té de hierbas. Las mujeres se cubren con sombrillas para mantener clara su piel y resulta una paradoja que en Pekín se vean más paraguas cuando el sol aprieta que cuando llueve. La ciudad soporta con estoicismo el sofoco y, a medida que avanza la mañana, el asfalto se recalienta y las imágenes se desdibujan entre las corrientes trémulas de vapor y las volutas que suben desde la calle.
Yun Feng es una taxista retirado. Vive humildemente hacia el sur, en un barrio modesto y, en estos meses de verano, aguanta a la puerta de su casa a que el calor ceda. Es una calle tranquila, algo sucia, en la que todos se conocen. Algunas mañanas, bajo un sombrerito de paja, vistiendo sólo una camiseta sin mangas y con los pantalones remangados hasta media pierna para combatir el agobio, se acerca a la rotonda y se junta con tres o cuatro amigos para jugar una timba de póker. Unos pequeños taburetes les sirven para aislarlos del suelo pero este hace de mesa de juego. Las apuestas son de a diez céntimos de remimbí. Tampoco pueden permitirse mucho más. Algunos días regresa a casa con un yuan; otras recibe una mirada furiosa de su esposa porque lo ha perdido. Pero, como él piensa, es sólo una manera de matar el tiempo hasta que llega la tarde que es cuando Yun disfruta de verdad.
Unas horas después de la comida, la tierra ya no aguanta más y se toma su revancha. El aire tórrido que se ha pegado a los adoquines no puede soportar más radiación y, súbitamente, violentamente, comienza a ascender hacia lo alto. El aire frío en altura se desploma sobre la superficie y el viento empieza a soplar en Pekín. Los sauces que abundan en los parques mecen sus ramas y muchas de sus alargadas hojas vuelan lejos, arrancadas por la brisa. Los niños salen a jugar y los paraguas se pliegan. La gente sonríe y el oxígeno de la atmósfera se limpia.
Es, entonces, cuando cerca del Templo del cielo, el aire se llena de cometas. Para los turistas que rebuscan por buenas oportunidades del mercado de las perlas – y los tenderos les hacen creer que las encuentran con una maestría incuestionable- la imagen es de cuento de hadas. Decenas de formas, cientos a veces, se elevan tranquilas y parecen navegar entre las nubes. Las hay de todo tipo. Pequeñas y sencillas algunas. Increíblemente barrocas, otras muchas.
Yun Feng es constructor de cometas, pero las fabrica a la antigua usanza, con papel de seda de colores, varillas de cedro y cuerda de lino. Empezó a hacerlas hace muchos años, como una afición que le hacía más llevadera la larga jornada al volante. Cada atardecer, cuando el viento se ha desatado, toma su bicicleta y se llega hasta el parque que rodea al Templo. Hoy, ha traído una cometa grande, con forma de dragón. Quizá medirá más de dos metros. Su cola, cuidadosamente enrollada, surcará la atmósfera en más de veinte metros. Yun Feng la prepara con cariño y la deja escapar de sus manos con suavidad. Es experto en construirlas y, aún sin saberlo, domina la aerodinámica mejor que los estudiantes que asisten a la Escuela de Ingeniería de Pekín. El dragón se eleva y se eleva. No necesita mucho. Tan sólo corrientes invisibles de aire. Asciende unos doscientos metros y es, en ese instante, cuando muestra toda su majestuosidad. No es la más alta en el cielo. Hay otra, con forma de gigantesca mariposa, que esta tarde ha volado más. Yun Feng se siente feliz y percibe como los otros le miran con envidia. Se olvida de su anodina vida amarrado al volante del taxi, de las peleas en casa, de las dificultades para llegar a final de mes y se deja llevar por los sueños a los que le guía el dragón de papel de seda.
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