Dicen que el ordenador aísla, que el ciberespacio nos hace solitarios y egocéntricos, que el e-mail arruina la comunicación. Quizá.
Pero hoy me has mandado un mensaje que ha volado por entre satélites y ondas, por entre nubes viajeras y antenas solitarias, para abrazarse a mi corazón de un modo que me ha emocionado el alma y susurrado que el paraíso existe ¿Me quieres? ¿Es cierto? ¿Es posible esta magia? Tengo miedo de soñar en vano, de despertar, de volver a la cordura. ¿Son posibles los milagros en la tierra? ¿Qué pude hacer de bueno para que mi imagen se detuviese en tus pupilas, para que mi voz encantase tus oídos, para que decidieses rescatar el pecio de mi naufragio o enredarte en un vida tan complicada como la mía?
El escrito no era largo pero era inmenso como un mar de azules y corales, de glaucos y espumas inquietas. ¿Quién te dictó las palabras justas, el acento tierno, los sentimientos dulces, las frases plenas de miel y estrellas? ¿Recordabas mi rostro cuando escribías? ¿Añorabas mi caricia? ¿Anhelabas un beso tanto como yo lo hago con los tuyos? ¿Ansiabas la pasión de la piel solitaria que añora a su compañero? ¿Eras feliz al redactar el mensaje, al menos sólo una centésima parte de lo que yo lo he sido al leerlo? Es simple- tú lo has dicho- ser feliz. Al cabo, decir que amas, oír que eres amado.
Tu mensaje no era largo pero era inmenso. Tengo envidia del teclado que acariciaste al escribirlo, de la pantalla que reflejaba tus ojos hermosos, de la luz cálida que te envolvía, del pijama que llevabas puesto, de la balada que sé que escuchabas en el ordenador.
Pero hoy me has mandado un mensaje que ha volado por entre satélites y ondas, por entre nubes viajeras y antenas solitarias, para abrazarse a mi corazón de un modo que me ha emocionado el alma y susurrado que el paraíso existe ¿Me quieres? ¿Es cierto? ¿Es posible esta magia? Tengo miedo de soñar en vano, de despertar, de volver a la cordura. ¿Son posibles los milagros en la tierra? ¿Qué pude hacer de bueno para que mi imagen se detuviese en tus pupilas, para que mi voz encantase tus oídos, para que decidieses rescatar el pecio de mi naufragio o enredarte en un vida tan complicada como la mía?
El escrito no era largo pero era inmenso como un mar de azules y corales, de glaucos y espumas inquietas. ¿Quién te dictó las palabras justas, el acento tierno, los sentimientos dulces, las frases plenas de miel y estrellas? ¿Recordabas mi rostro cuando escribías? ¿Añorabas mi caricia? ¿Anhelabas un beso tanto como yo lo hago con los tuyos? ¿Ansiabas la pasión de la piel solitaria que añora a su compañero? ¿Eras feliz al redactar el mensaje, al menos sólo una centésima parte de lo que yo lo he sido al leerlo? Es simple- tú lo has dicho- ser feliz. Al cabo, decir que amas, oír que eres amado.
Tu mensaje no era largo pero era inmenso. Tengo envidia del teclado que acariciaste al escribirlo, de la pantalla que reflejaba tus ojos hermosos, de la luz cálida que te envolvía, del pijama que llevabas puesto, de la balada que sé que escuchabas en el ordenador.
Cuando lo enviaste, justo en el instante en que pulsaste la tecla, se rasgó el ciberespacio con una sinfonía virtual de arpas y corcheas para que toda tú, sin darte siquiera cuenta, cruzaras el firmamento y yo pudiera sentirte tan cerca, tan mía, tan presente como te tengo ahora, envuelto en este embrujo que me torna ingrávido.
0 comentarios :
Publicar un comentario