Desde que tenía memoria, Marcos conocía el reloj de la sala. Marcos solo tenía siete años pero había oído que aquel reloj había estado allí, pegado a la pared, durante al menos cien años. Su abuelo Antonino le había contado muchas veces que lo compraron cuando aún no había luz en las casas y cuando los viajes se hacían en carros de caballos.
Era un reloj grande, que llegaba casi hasta el techo. Con un armario de madera oscura que contenía los mecanismos y una puertita de cristal para mover las agujas. El péndulo se movía a un lado y a otro con cada segundo que pasaba haciendo un tic-tac sordo y sonoro. Marcos ya se había acostumbrado al sonido pero se acordaba que, antes cuando era más pequeño, algunas noches el tic-tac no le dejaba dormir.
Aquel día, Marcos estaba sentado en la silla grande de la sala leyendo un cuento sobre piratas y barcos de vela. Como estaba un poco cansado había dejado el libro sobre la mesa y miró al reloj. Se fijó en el péndulo que, como siempre, seguía bamboleándose de un lado para otro. Subió sus ojos hasta la esfera blanca y adornada con dibujos, donde las agujas marcaban las cuatro y diez.
Estaba distraído pero, de pronto, se dio cuenta. Por detrás de la aguja grande del reloj, se asomó una manchita, como una figurita de barro que se escondió rápidamente mientras la aguja se movía un poquito. Marcos pensó que estaba soñando....¡No!... Ya sabía... su hermanito pequeño había escondido un muñequito en el reloj... ¡Pero no! ¿Como iba su hermano de 2 años a llegar hasta allí arriba, hasta las agujas?
- Será una sombra - pensó. Sí, eso debía ser. Hacía un día espléndido y el sol se filtraba por entre las cortinas, dorando el armario y la lámpara con destellos y sombras. Muchas veces, Marcos miraba las curiosas formas de las sombras. Aquello que había visto en el reloj debía ser una sombra.
Iba a tomar otra vez el libro cuando volvió a ver aquella manchita asomarse por detrás de la aguja grande del reloj. Desapareció casi al instante y la aguja se movió otro poquito. Ahora sí. El niño estaba seguro de que no era una sombra. Era una figurita, como un enanito, muy enanito, que estuviera escondido en el reloj. ¿Sería posible que alguien habitara allí? ¿Y cómo era que nadie le había visto en todos aquellos años? Nunca su abuelo o su madre le habían dicho nada de hombrecitos que viviesen en el reloj.
Marcos pensó un plan. Haría como que miraba por la ventana, escondido tras la cortina del balcón. Pero, claro, no estaría mirando los dibujos de flores del jardín. ¡No!, estaría mirando al reloj.
Pasó un minuto y - otra vez - allí estaba la figurita. Pasó otro minuto y nuevamente apareció. Y así, minuto tras minuto, durante todo el rato que Marcos estuvo mirando. Se dio cuenta que el muñequito aparecía, movía la aguja, y se escondía otra vez. Se percató de que era así como se movía el reloj. Él siempre había creído que había un mecanismo de engranajes y manecillas dentro de la caja grande. Pero ahora veía que era un duende, o algo parecido, lo que movía todo aquello.
Tenía que averiguar quién era aquel ser. Tenía que saber como vivía dentro y desde cuando movía las agujas del reloj. Sería su gran secreto. Sería el primero de la casa que supiera de esta maravilla. No se lo contaría a nadie...bueno, quizá a su hermano que, como casi no sabía hablar, no podría chivarse a nadie.
Lo planeó todo para aquella noche. Se iría a la cama como todos los días, hacia las nueve cuando su madre se empeñaba en que lo hiciera. Pero no se dormiría. Fingiría que dormía, y cuando ya todos los de la casa se hubiesen acostado y todas las luces estuvieran apagadas, se levantaría e iría a la sala. Había escondido una linterna dentro de las sábanas para poder levantarse mejor y poder andar sin peligro de caerse por el largo pasillo de la vivienda.
Dicho y hecho. A las nueve se acostó, leyó un poquito y bostezó como si de veras tuviese mucho, mucho sueño. Su padre y su madre le dieron un beso. Mas tarde oyó que se marchaban a la cama. Oyó unas voces durante algún tiempo y luego solo el tic-tac del reloj. Todos dormían. Era el momento.
Encendió la linterna. No daba mucha luz pero era suficiente para no tropezar. Se levantó sin hacer ruido, sigilosamente. No se puso las zapatillas, para hacer menos ruido al caminar. Despacio, avanzó hacia la sala. El tic-tac seguía oyéndose allí.
Llegó y apagó la linterna. Esperó hasta que sus ojos se acostumbraron a la oscuridad. Tras unos minutos ya podía ver bastante en la sala.
De pronto, nuevamente, creyó ver la sombra que se arrastraba por las agujas del reloj. Encendió súbitamente la linterna y...¡sí! Allí estaba… no era una sombra...era un hombrecito pequeño y barbudo, pero tan pequeño, tan pequeño que cabía bien detrás de la aguja del reloj. Iba vestido con un traje amarillo y llevaba en una mano un relojito de arena labrado en madera. El hombrecillo, al verse sorprendido y cegado por la luz de la linterna (que para él era como un Sol enorme) quedó paralizado. Marcos se acercó y preguntó:
- ¿Quién eres tú?
El hombrecillo tardó en responder. Marcos se dio cuenta de que tenía miedo. Para aquel duendecillo, Marcos era como un gigante monstruoso que, además, le estaba deslumbrando con aquel foco gigantesco.
- No tengas miedo - dijo Marcos - quiero ser tu amigo y no voy a hacerte nada malo. Te vi el otro día por casualidad y quiero conocerte. ¿Quién eres?
- Soy Bandlini, el jefe de la aguja grande del reloj - dijo la figura.
-¿Bandlini?, ¿el jefe de la aguja? . Nunca había oído hablar de que los relojes tuviesen jefes - contestó Marcos.
- Ah! Sí -suspiró Bandlini - los hombres pensáis que los relojes funcionan con mecanismos y motorcitos. ¡Qué tontos sois! El tiempo no se puede medir con máquinas. Sólo lo podemos medir los duendes del reloj con estos relojitos de arena mágicos que tenemos. Y, para que lo sepas, niño entrometido, el duende de la aguja grande es el mas importante de todos. Yo soy el que marco el tiempo y hago que las demás agujas funcionen bien. Yo soy el jefe de la aguja grande pero también soy el jefe del reloj.
- ¿Jefes?, ¿duendes?... mi abuelo nunca me ha contado eso...ni mi padre...ni mi madre... Creo que me estás engañando.
- No- Bandlini se había subido sobre la aguja y, ahora, sus piernas colgaban en el vacío de la esfera del reloj- No, no- repitió. Los mayores creen que el tiempo se mide con un mecanismo pero no es verdad. Voy a contarte la verdad. Me caes simpático, chaval . Además hace muchos años que no hablo con un humano gigante.
Marcos se sentó junto al reloj.
Bandlini continuó:
-Verás niño...¿Cómo has dicho que te llamas?.
- Marcos...soy Marcos
-Bien Marcos... tú ya te has dado cuenta de que el tiempo no siempre es igual. A veces, cuando estás leyendo un cuento interesante o estás con tus amigos, pasa muy rápido. Enseguida ha pasado una hora y tú casi no te has dado cuenta. Sin embargo, otras veces, cuando estás aburrido o cuando tu madre te manda recoger los juguetes, el tiempo te pasa muy lento, muy lento.
- Sí, es verdad - exclamó Marco - siempre que me lo estoy pasando chupi llega la hora de ir a la cama sin haberme enterado casi.
- ¿Y tú crees que una maquinita de ruedas y hierros puede calcular ese tiempo?- dijo Bandlini como si acabara de explicar lo mas importante del Universo- ¡No! Sólo nosotros, los duendes, podemos darnos cuenta de todo eso. Aunque vosotros, los gigantones humanos, no os deis cuenta, nosotros vigilamos lo que pasa. Os miramos desde detrás del reloj, vemos si os estáis divirtiendo o si estáis aburridos, si estáis disfrutando o si queréis dejar de hacer la tarea. Y, entonces, movemos las agujas más rápido o más lento.
Marcos escuchaba con la boca bien abierta, absorto en lo que Bandlini le contaba.
-Por ejemplo, que veo que estás leyendo un cuento maravilloso....pues muevo las agujas cada vez más deprisa. Que veo que estás limpiando tu cuarto...pues la muevo muy despacio. Y es este reloj de arena -señaló al reloj- el que me hace mover tu tiempo a la velocidad adecuada. Es un reloj mágico ¿sabes?...un reloj hecho con cristal de hielo del Polo Norte y arena de las playas de Ramacatasán.
Marcos vió que el relojito de arena brillaba en la oscuridad. De verdad, de verdad, tenía que ser mágico puesto que de otro modo no brillaría tanto.
Bandlini se movió sobre la aguja grande del reloj para acercarse un poco más a Marcos.
- Verás Marcos... la aguja grande es la mas importante porque es la que dice a las demás cuánto correr. La aguja pequeña solo sabe seguir a la grande. Cada 12 vueltas de la grande, la pequeña da una sólo... ¿sabes por qué?...pues porque está arrastrada por una tortuga.
- ¡Hola!- se oyó desde detrás de la aguja pequeña.
Marcos vio que se asomaba una tortuguita muy, muy pequeña, toda verde.
- ¿Quien eres tú? - pregunto Marcos.
- Soy Antonina, la tortuga que arrastra la aguja pequeña del reloj. Hola, ¿cómo estás?
- Sí - puntualizó Bandlini- esta es mi amiga Antonina. Como es pequeña y lenta solo puede arrastrar la aguja pequeña. Yo soy el jefe de la aguja grande y le digo a Antonina cuánto correr o si debe pararse.
- ¡Fantástico!- exclamó Marco- o sea que vosotros podéis hacer que el tiempo cambie
- Efectivamente...pero ...chissstttt! no lo digas a nadie. Si los hombres grandes supieran este secreto abrirían nuestros relojes y nos tendríamos que marchar. Te imaginas lo que entonces pasaría. Todos los relojes de la Tierra se pararían y ya no sabríais nunca más qué hora es. No sabríais cuando comer, cuando dormir, cuando trabajar.
- Sí - dijo Antonina, la tortuga - y además llegaríais tarde a todos los sitios. ¡Seríais más lentos que nosotras las tortugas!
- No os preocupéis - dijo Marcos muy serio - no lo contaré nunca...pero, eso sí, vendré aquí algunas noches para hablar con vosotros... ¡sois muy divertidos!
- Vale- dijo Bandlini - y nosotros, como somos tus amigos, te vamos a hacer un favor.
- ¿Sí? ¿Cuál?- preguntó Marcos
- Verás, de ahora en adelante cuando tengas que hacer un trabajo que no te guste nada y que te fastidie, moveremos las agujas rápido, rápido y no lentamente como sería lo normal. Así acabaras el trabajo muy rápido y casi sin darte cuenta.
- ¿O sea que haré los trabajos en un minuto?
- Eso es... y tendrás mucho más tiempo para jugar.
- ¡¡¡Hurra!!! - gritó Marcos.
Hablaron un poquito más pero el sueño empezó a vencer a Marcos. Se despidió de sus nuevos amigos y se fue a la cama. Como estaba muy cansado y había tenido tantas maravillosas experiencias se durmió enseguida.
A partir de entonces, su amigo Bandlini movía las agujas rápido cuando Marcos tenía que hacer los trabajos más feos.
Su madre no entendía porque, de repente, a Marcos no le importaba poner la mesa, o recoger los juguetes o hacer los deberes... ¡cómo había cambiado!... parecía un milagro. Pero Marcos sabía que no era un milagro. Sabía que le ayudaba Bandlini, el jefe de la aguja grande del reloj.
0 comentarios :
Publicar un comentario