28/2/11

Kindle for the Web


Kindle for the Web es un nuevo servicio de Amazon para leer e-books que va más allá de una aplicación más. Con este programa, Amazon busca sobre todo librarse de las draconianas normas de Apple para la venta de contenidos digitales a través de su plataforma App Store. Como es sabido, Apple exige que el 30% del precio sea cedido a Apple por el sólo hecho de usa App Store. Amazon no ha aceptado esta cláusula pero podrá vender igualmente sus contenidos pata iOS vía HTML5, un estándar que Apple se ha comprometido a soportar. De momento Kindle for the Web permite visualizar los previews de los libros electrónicos que vende Amazon pero en un próximo futurotendrá soporte completo para la lectura completa en la nube de los libros comprados en la Kindle Store, sincronización de la librería, memorización de la última página leída, marcadores, notas o textos marcados con los lectores Kindle o con cualquier dispositivo compatible con Kindle, todo ello a través de la nube. Asimismo, las librerías u otras webs, podrán ofrecer los libros de Kindle desde sus propias páginas. Para el usuario, será depender de la App Store o de la Kindle Store, pero dependencia al fin.


Noche sola y vacía


Su reino existía en las noches cálidas, cuando en las terrazas del boulevard las conversaciones se tornaban más dulces y los ojos de las parejas se entrelazaban construyendo con parsimonia el deseo que luego, más tarde, cuando el camarero dijera que era hora de bajar la persiana, habrían de liberar sobre las sábanas de una habitación apenas iluminada por una luz tibia y vaporosa. Era entonces cuando Luis congregaba a sus espectadores. Siempre vestido impecablemente con un traje a rayas que le daban un aspecto de indiano recién llegado de Cuba y un sombrero Panamá ya raído, aparecía por detrás de la estatua de Bécquer que decoraba el parque, con un cigarrillo en una mano y la guitarra en la otra. Caminaba despacio, arrastrando no el cansancio del día sino el de una vida en que la ausencia de María Eugenia le pesaba como si todo el universo se apoyara sobre sus espaldas. El posadero – que sabía que seducía a los parroquianos- le permitía que se sentara en la mesa de la esquina, adornada con un mantel de cuadros rojos y un búcaro que siempre cobijaba una rosa de plástico. Se quitaba el sombrero con un gesto que era un saludo imperceptible a la clientela, casi al tiempo que le servían un café cargado cuyo aroma le recordaba aún más sus tiempos en América. En el fondo de su alma necesitaba aquel recuerdo para que las memorias se le apelotonaran impetuosas en su mente y, buscando una salida desesperada, fluyeran a sus dedos huesudos que ya se situaban sobre los trastes. Apenas dos sorbos de café, una calada profunda al tabaco y tres acordes rasgados, precisos, gimientes volaban por el aire calmo de la noche como luciérnagas inquietas. Su especialidad eran los boleros y la canción de autor sudamericana pero no le hacía ascos a los blues quejumbrosos o a las guajiras. Le gustaba comenzar con “Aquellos ojos verdes” pero luego desgranaba melodías que él mismo componía en las noches frías, cuando no podía matar su penar cantando por las avenidas y se refugiaba con un par de botellas de ron entre las cuerdas de la guitarra. Sus melodías y su voz quebrada conversaban cada noche con las sombras juguetonas de las farolas y el rumor de la brisa oscura que tremolaba entre los almendros. Cuando, tras seis o siete piezas, carraspeaba tratando de humedecer la garganta reseca, Carmela, la hija del dueño, le servía un vasito de saoco que él tomaba de un trago. Luego, se ponía triste, pensaba en María Eugenia, y cantaba las baladas más lentas de Silvio o de Milanés. Las parejas se acercaban entre ellas como si las melodías las fuesen constriñendo en círculos cada vez más estrechos. Primero, se daban la mano, luego se entrelazaban los brazos por la cintura y finalmente el rostro de uno se apoyaba en el hombro de otro. Se detenían el tiempo, los luceros del cielo y la luna nacarada. Luis cantaba, su mirada perdida en Dios sabe dónde, mientras las voces se iban alejando en susurros tiernos y la noche se iba quedando sola y vacía. Nunca se oyó a ningún vecino protestar por su canto.


27/2/11

Noteslate



Noteslate será un tablet muy interesante cuando llegue al mercado, lo que ocurrirá el próximo mes de Junio según el fabricante. Basado en la tecnología E-ink y con pantalla táctil de 13”, permite tomar notas y hacer gráficos bien sea con el dedo o con el estilete que acompaña al dispositivo. Pantalla en grises (obvio, dado su tecnología), con memoria SD y puerto USB para poder ser conectado a otros ordenadores. Su precio no llegará a los 100 euros. Esta tableta se parecerá mucho, en su uso, al típico bloc de notas en papel donde a vuelapluma podemos escribir aquello que necesitemos o hacer bocetos que serían complicados de realizar en otro tipo de ordenadores sin dispositivos especiales como lápices ópticos. Parece ser que el Noteslate tendrá hasta 180 horas de autonomía con su batería. Tendrá conexión WIFI.

Cena de parejas


La distancia y el anonimato nos protegieron y velaron por que fuese una noche buena, de esas que luego permanecen en la memoria, de esas que, luego en la soledad, se echan de menos, se añoran y se recrean con el ansia de que al hacerlo la piel vuelva a estremecerse de ternura. Una noche que ahora mismo deseo que regrese, que se materialice nuevamente. Una noche íntima, de confidencias de pareja. Y es que el que hacemos una buena pareja no es secreto alguno. Por eso nos lo dicen, por eso nos gusta que nos llamen precisamente “pareja”. Es un misterio el que siendo tan distintos (y todas las comparaciones te son favorables, por cierto) encajemos tan exactamente que el mundo nos vea como hechos el uno para el otro. Tras el paseo, llegamos al restaurante pronto, cuando aún había pocos comensales, pero casi todas las mesas estaban reservadas de modo que nos sentamos en la última fila, junto al ventanal. Luz tenue, romántica a propósito, una flor sobre el mantel blanco, los cubiertos alineados. Una bodega en un extremo, pequeña pero bien surtida de Montepulcianos, Chiantis, Toscanos y Monte Rosas. Rumor de canciones napolitanas al fondo. Sobre un anaquel esculpido en la obra de la pared, unos alambiques de vidrio y cobre donde antaño alguien libaría caldos de camaradería y noches de afecto. Hacía frío y agradecimos la atmósfera confortable del establecimiento. El camarero que nos recibió con galantería y modales dieciochescos te encendió el pitillo. Brindamos por nosotros. Estabas hermosa y la luz ambarina engalanaba tu cabello recogido con chiribitas doradas. Tardaron mucho en servirnos pero eso lo supimos porque el reloj así lo indicaba ya que lo cierto es que no paramos de hablar, entretenidos en tantas cosas que tenemos que contarnos, en tantos planes que tenemos que cumplir. Más tarde, el local se llenó y, quizá por casualidad, quedamos sentados entre otras cuatro o cinco parejas. Como nosotros, charlaban, se miraban. De tanto en cuanto- también como nosotros- enlazaban las manos buscando ese flujo químico entre piel y piel que todos los enamorados necesitan. De todas ellas, nosotros formábamos la mejor pareja. Estoy seguro que nos envidiaban. Allí, contigo, me sentí a gusto con el mundo, como si por ti y, sobre todo gracias a ti, hubiese encontrado el lugar exacto donde encajar en el cosmos. Al salir, me sentí orgulloso de acompañarte, de que me vieran enamorado de ti.

23/2/11

24symbols


24symbols es un proyecto de préstamo de libros – aún en fase de pruebas- que se define a sí mismo como el “Spotify de los libros”. Es una solución para leer y compartir libros digitalizados en cualquier dispositivo (desde ordenadores a tablets, pasando por e-book readers o móviles) con conexión a Internet, de manera gratuita pero aceptando que aparezca publicidad durante la lectura. Usa el modelo freemium donde los usuarios leen sin coste a cambio de aceptar la presencia de publicidad contextual, en principio poco intrusiva. Esta podrá ser algún anuncio relacionado con el texto, presentación de publicidad en la zona central de pantalla o promociones u ofertas en las esquinas. Dispondrá, asimismo, de un servicio de pago sin publicidad. Sin duda la gratuidad de la oferta de 24symbols hará que esta sea apreciada por muchas personas. Pero yo, la verdad, no me imagino leyendo poesía con anuncios sobre ella.


OpenLibrary


Internet Archive acaba de poner en funcionamiento un programa de préstamo de libros electrónicos para lo que se basa en una acuerdo con 150 bibliotecas pertenecientes a la OpenLibrary.org. La colección disponible al préstamo es de más de 80.000 libros. Las bibliotecas interesadas deben adscribirse a la plataforma y podrán pedir un máximo de 5 e-books por dos semanas aunque cada usuario sólo podrá leer un libro cada vez. Se pretende que los contenidos puedan leerse en varias equipos y dispositivos. OpenLibrary ofrece en este momento 4 modalidades de préstamo de libros denominados In-Library Loan (préstamo electrónico por un plazo de dos semanas de un único libro), Lending Library o préstamo libre de libros escaneados, Local Library para buscar el contenido deseado en una biblioteca cercana a uno y Physical book para el préstamo en papel convencional.


22/2/11

Kindle Lending club


Kindle Lending club es otro servicio para facilitar el préstamo de libros electrónicos de Kindle a través de sus restricciones geográficas, de licencia de uso, de tiempo, etc. Similar a otros que ya se han comentado en Biblumliteraria, por ejemplo aquí y aquí. Este programa en concreto funciona mediante nuestra identificación por medio de una cuenta en Facebook (ya que originalmente Kindle Lending Club fue un grupo de dicha red social) o creando una cuenta específica para el préstamo. Se cumplen, por supuesto, las restricciones temporales y geográficas de Kindle para el préstamo de sus libros electrónicos.




21/2/11

Selected Shorts: Stories from Electric Literature


El próximo día 2 de marzo, a las 7 de la tarde, se celebrará en el teatro Peter Jay Sharp de Nueva York una jornada de lectura pública de relatos cortos digitales y multimedia. Historias leídas por actores profesionales y radiadas en directo. El evento está organizado por las revistas Selected Shorts y Electric Literature. Hasta el 25 de febrero pueden presentarse relatos que no han de tener más de 500 palabras en longitud. El precio de la entrada es de 27 dólares y pueden adquirirse aquí.

20/2/11

Biografía por encargo





Un escritor que no ha publicado es como un gorrión buscando alpiste en invierno. Desvalido, frío y hambriento, mirando con avidez cualquier oportunidad para escribir, sin preguntarse si la obra merece la pena o si supone un hito artístico en su carrera. Lo primero, como casi siempre en la vida, es sobrevivir, agarrarse con fuerza a ese tronco que arrastra el furibundo flujo de la existencia para conseguir mantener la cabeza fuera del agua, para poder respirar aunque sea aire maloliente. Así que cuando Hilario Araujo recibió la llamada no dudó en aceptar encantado el encargo. Sintió incluso una sobredosis de orgullo, de ego altivo, de ahora vais a saber cuánto valgo.

Ocurrió ya por la noche. A esa hora intempestiva en que cualquier llamada telefónica anuncia desgracias y sobresaltos. Hilario había cenado ya- dos huevos fritos con abundante pan- y se debatía entre fregar el plato y la sartén o irse directamente a dormir. El rinrineo del aparato le permitió dilatar la decisión.

- Sí, ¿Quién es?

- ¿El señor Hilario Araujo? – preguntó una voz de hombre un tanto profunda quizá pero, en lo demás, totalmente anodina.

- Sí, yo mismo – Hilario no reconoció a su interlocutor. Revisó aceleradamente en su memoria el timbre de aquel tono y no encontró a nadie que se le pareciese.

- Disculpe que le moleste a estas horas. Quise comunicarme antes con usted pero, desafortunadamente, nadie me contestó. Imagino que usted se encontraba ausente.

- Sí, es posible. He llegado hace poco- Hilario había estado paseando por el parque hasta que la luz vespertina se había apagado y, luego, se había detenido a tomar un café en la plaza. Teóricamente, todo ello para buscar una inspiración que llevaba tiempo sin encontrar; en el fondo para espantar por un rato la soledad.

- Verá, Sr. Araujo. Soy editor. Una editorial pequeña de provincias, especializada en biografías. Un negocio familiar que heredé de mi padre. Nada rentable pero que mantengo por fidelidad a mis antepasados y a la tradición, usted ya me comprende.

- Sí, entiendo- Hilario contestó con cortesía sin saber a qué atenerse. La llamada le estaba pareciendo especialmente enojosa y el hombre no acababa de decir qué quería. Probablemente, uno de esos tipos de venta por teléfono que se enrollan para finalmente ofrecer un producto de dudosa utilidad. Pero había citado que era editor y aquello le hizo continuar a la escucha sin colgar el auricular.

- He sabido que es usted escritor. No conozco su obra pero me han dado buenas referencias de usted. Me va a permitir que no le diga quién por si mi propuesta no llegara a interesarle.

Araujo dudó una vez más. Quizá lo mejor era colgar. Seguramente, aquel hombre acabaría su cháchara proponiéndole una nueva máquina de escribir o un barato curso para escritores que quieran publicar rápidamente. Aguantó, no obstante.

- Soy ya mayor y deseo dejar para la posteridad mi biografía. Sí, ya sé que estará usted pensando que se trata de una voluntad nada humilde, algo pretenciosa incluso. Le aseguro que no es así pero no es el momento de explicarle las razones. El caso es que mi editorial, es decir yo mismo, desearía contratarle para que la escribiese. Estoy dispuesto a ser generoso en los emolumentos y condiciones. ¿Puede interesarle, Sr. Araujo?

Aunque la noche había caído ya y los nubarrones tormentosos que se habían acumulado en lo alto durante toda la tarde amenazaban con diluviar, Hilario sintió que el mundo se iluminaba de arco iris y de trinos de jilgueros. Su primer encargo. Así, de improviso, sin siquiera una pequeña botella de cava para celebrar. Al cabo, lo que siempre decía su madre era cierto. Persevera, persevera que algún día, cuando menos lo esperes, te llegará la fama.

Aguantó sus ganas de gritar de alegría, de decirle al hombre que le llamaba que era un tipo cojonudo, el mejor de los editores del mundo, que claro qué quería el trabajo, que cómo rayos iba a poder negar esta posibilidad que la vida le ofrecía. Sin embargo, su cerebro, más sereno, le dijo que debía contestar con moderación, incluso con cierto desapego.

- Puedo considerarlo, sí. Aunque estoy bastante ocupado, las biografías siempre me han interesado mucho.

- No quiero robarle más su tiempo por hoy. ¿Le parecería bien que nos encontráramos mañana en mi oficina? Mi nombre es Rafael Helm – Hilario se dio cuenta entonces que no se había preocupado ni en saber el nombre de su interlocutor- y, como le he dicho dirijo una editorial, la editorial Helmish. Estamos en la calle Ramón y Cajal, siete. ¿A las diez le vendría bien?

- Allí estaré, Sr. Helm. ¿Puedo preguntarle si es usted alemán?

- Mi abuelo lo era. Pero yo soy tan de aquí como lo pueda ser usted, amigo mío. Así pues, nos vemos mañana.

- Hasta mañana, pues. Ha sido muy amable en llamar.

Tardó en calmarse lo que a él le pareció una eternidad. Feliz de sentirse, ahora sí, escritor auténtico. Deambuló por la casa de aquí para allá, pensando en cómo vestirse para la entrevista, en qué pose tomar, en la que ya imaginaba sería su primera rueda de prensa, se sorprendió a sí mismo sonriendo como un adolescente enfrente de su primer amor, sudando a ratos, tiritando de frío en otros momentos. Durmió poco y mal. Antes de que clareara ya estaba en pie, duchado- abrió el grifo de agua fría al final para espabilarse del todo- y desayunado. Eligió un vestuario casual pero elegante. Una chaqueta sin corbata. Buscó una carpeta de cuero que guardaba e introdujo unos cuantos papeles y el mejor bolígrafo que encontró en el vaso de cerveza que hacía la función de portalápices. El día se presentaba ventoso y gris. La lluvia de la noche anterior había dejado todas las calles encharcadas de modo que decidió que se personaría en la editorial en taxi para evitar mancharse de salpicaduras. Tomó un par de caramelos de limón. Los masticaría antes de llegar para asegurarse que su garganta estuviera clara y concisa. Ensayó varias sonrisas frente al espejo y se rasuró con especial cuidado.

Faltaban diez minutos para las diez cuando Araujo descendió del taxi. Pagó lo justo y el chófer, que esperaba una propina, le despidió con un gruñido. El tal Helm no le había mentido. Frente a él se alzaba una alta cristalera semitransparente tras la que se adivinaba un loft. Sobre el vidrio, en letras azules se leía “Helmish Editores”. Por las apariencias no debía irles mal ya que el mantenimiento era cuidadoso, la limpieza exquisita e incluso habían colgado una bolas navideñas en un lateral con tanta antelación que sorprendió a Hilario. Era aún la primera semana de noviembre y faltaba tanto para las fiestas que se le antojó excesivamente prematura la decoración.

El cielo se estaba encapotando aún más y Araujo sintió que alguna gotita caía sobre él. Si algo no deseaba era mojarse justo antes de la entrevista de su vida. Decidió entrar. Si bien la tardanza no se perdona, el adelantarse a la cita puede ser incluso visto como buena disposición. Entró. La salita era acogedora. Unas sillas a la derecha junto a una gran planta de frondosas hojas que había crecido casi hasta el techo. Tendrían que podarla pronto, pensó. De las paredes colgaban dos cuadros. En uno reconoció a Benito Pérez Galdós. El individuo que sonreía en el otro le resulto desconocido. Sobre dos estantes se disponían seis o siete figuritas, todas ellas representando plumas, papeles o utensilios relacionados con la escritura. A la izquierda, tras un pequeño mostrador, una chica joven, con un piercing en el labio inferior, le sonrío.

- Buenos días. ¿Puedo ayudarle?

- Tengo una reunión con el Sr. Helm. Mantuvimos una conversación ayer y me ha citado a las diez. Sé que faltan unos minutos…

- ¡Ah!, sí. Usted debe ser el Sr. Araujo, ¿verdad?. El Sr. Helm le está esperando.

Se levantó de su asiento y con un gesto le indicó que la siguiera. Caminaron brevemente por el pasillo hasta la tercera puerta. La joven golpeó con los nudillos en la misma pero no esperó contestación. La abrió y dijo sin mayor cortesía:

- El Sr. Araujo ha llegado.

Un hombre entrado en años- a Hilario le pareció un anciano-, de pelo cano, con las mejillas sonrojadas por la tensión arterial alta, nariz ancha y anteojos a todas luces pasados de moda estaba leyendo con atención un manuscrito. Al escuchar a la secretaria, elevó la vista y sonrió:

- Es un placer tenerle aquí, Sr. Araujo. Me alegro mucho que haya podido venir – se levantó de la mesa e indicó al visitante que se sentarían en los dos sillones de cuero que había a un lado de la oficina.

- El placer es mío, Sr. Helm. Disculpe si me he adelantado unos minutos pero el tiempo ahí fuera es muy desapacible. Parece que vamos a tener un invierno muy lluvioso este año – respondió Hilario, intentando romper el hielo del primer contacto como todo el mundo lo hace, hablando del clima.

- Y que lo diga, Araujo, y que lo diga. A mi edad, las alergias y los constipados le amenazan a uno ya a la vuelta de octubre. Y eso que mi médico practica el arte del banderilleo con todas las vacunas que me pone.

Mientras se estrechaban las manos, ambos rieron. Le ofrecieron un café que la chica de la recepción trajo solícita. Le invitó a sentarse mientras acababan de conocerse charlando de la lluvia, lo imposible del tráfico y la crisis económica.

- No puedo quejarme. Seguimos abiertos y con el negocio en marcha. No es poco. Me aferro al libro de toda la vida, ¿sabe usted?, nada de venta por internet ni cachivaches electrónicos. Un viejo romántico, es lo que soy- sorbió de la taza mientras en sus ojos cruzaba una nube de melancolía.

El despacho de Helm era coqueto. Extrañamente moderno para la antigüedad del hombre. La mesa era de esas de diseño que venden en las boutiques de moda. A pesar de que el editor acababa de rechazar los nuevos modos editoriales, un laptop blanco y de pantalla panorámica se abría sobre ella. Los archivadores eran totalmente anodinos, de esos que se compran por catálogo y se montan por uno mismo. Araujo se imaginó al viejo intentando unir las piezas de los armarios y la imagen le resultó cómica. A un lado de la amplia estancia, los dos sillones de cuero, cómodos y de moderno diseño, donde ahora se sentaban frente a una mesa baja. En otra mesita cercana se acumulaban libros y manuscritos en una columna inestable que amenazaba colapsar a la mínima vibración. Parecía que al tipo le iban bien las cosas porque, por lo visto, muchos escritores le enviaban sus obras para que las revisara. Hilario se preguntó internamente cómo era posible qué le hubieran llamado a él precisamente, cuando jamás aún había sido capaz de convencer a ningún empresario para que confiara en la buena venta de sus trabajos. Helm debió darse cuenta de que miraba la pila de volúmenes porque dejó la taza sobre la mesa y dijo:

- Ya ve usted. No me da tiempo a revisar todo lo que me mandan. Al contrario que mis colegas, yo no admito que mis colaboradores decidan si un escrito es digno o no de ser publicado. Yo mismo los leo. Siempre lo he hecho así. Puedo decirle que cada novedad que ha salido de nuestra imprenta ha sido leída y aprobada por mí en persona.

- Esto indica cuán profesional es usted- contestó con amabilidad, Hilario.

- Una editorial debería ser algo más que un modo de hacer negocio ¿no le parece?. Es un servicio público. Al menos, así lo veo yo. Proporcionamos cultura y hemos de cerciorarnos que se trata de buena cultura.

- Cierto, cierto – confirmó sin mucha convicción, Araujo.

Rafael Helm se recostó hacia atrás en el sillón, cruzo las piernas y, quitándose las gafas, miró fijamente al escritor.

- Bien, amigo mío, sé que su tiempo es valioso y escaso, así que permítame ir directamente al grano.

- Se lo ruego.

- Como le dije, mi editorial se ha especializado desde siempre en biografías. Si usted desea leer la vida de Einstein, es probable que la encuentre en cualquier lugar. Pero si es usted un erudito que desea, digamos por ejemplo, conocer la vida de Iñigo Noriega o la de Rimbaud de Vaqueiras, puede confiar en nosotros. Y, aunque le parezca mentira, las vidas de este indiano o de este músico medieval – Helm aclaró quiénes eran ambos individuos, seguro de que Hilario no tenía la más remota idea- interesan a la gente, compran sus libros. No son best sellers, de acuerdo. Pero las ventas son suficientes para mantener el negocio a flote e incluso, algunos años, con buenos beneficios.

- Interesante- Araujo deseaba que el hombre le hablara ya de su encargo.

- Como ve, yo ya estoy entrado en años. No le voy a importunar con mis dolencias pero sí debe saber que son de cierta gravedad y que tampoco confío en vivir muchos años más. He pensado mucho sobre ello. Uno viene a este mundo, trabaja, ama, sufre, llora, ríe y, de pronto, todo se convierte en humo que nadie recuerda. No sé, quizá usted lo considere pedante, pero me resisto a que no quede siquiera la memoria de mi paso por este valle de lágrimas. Será un efecto colateral de publicar biografías, quién sabe. El caso es, amigo Araujo, que tengo decidido que se escriba mi biografía y dejar ordenado que, a mi muerte, se publique. Por favor, no lo tome por petulancia o inmodestia. Sé que no soy gran cosa, ningún prócer de la historia, pero algo que aportado al país con mi trabajo diario. Todos aportamos una piedrita a la montaña de la cultura, ¿no lo piensa así? Quiero que se escriba mi vida para que de este modo, al menos, lo que fui, lo que sentí, lo que pensé, tenga la inmortalidad que otorgan las letras. Un deseo infantil de que perdure algo de lo que soy.

- En absoluto me parece una falta de modestia, señor. Estoy seguro que su existencia ha tenido momentos memorables – pensó que se estaba pasando en el halago.

- Así lo veo yo, así lo veo. El caso es que necesito que usted escriba mi biografía en tres meses. Sé que es un plazo corto y que usted deberá dedicar muchas noches. Por ello, pienso pagarle bien. Le ofrezco un anticipo de veinte mil euros. Luego, cuando termine el libro, recibirá otros cien mil euros y, tras mi muerte, a la publicación del mismo, un veinte por ciento de las ventas. ¿Le parece correcto?

Araujo sintió que la alegría le inundaba. Había practicado el mostrarse receloso ante la oferta, hacerse el interesante, remolonear durante un tiempo, pero las cifras que Rafael Helm le había indicado le dejaron sin habla. Sólo puedo asentir con una cara de felicidad que le delataba.

- Bien, amigo Araujo. Veo que estamos de acuerdo. Puede empezar hoy mismo. No obstante, debo ponerle al tanto de cómo debe usted realizar el encargo. Es posible que le parezca algo inusual pero debe hacerse de esta manera.

- Ya sabía yo que no todo podía ser tan bonito- pensó Hilario sin mover una pestaña.

- Dada la premura de tiempo, me he permitido ya recolectar toda la información sobre mí de la que he sido capaz. – indicó con la mano dos grandes cajas aparcadas en un rincón y que habían pasado desapercibidas al escritor- En esas cajas tiene usted todo tipo de cartas escritas por mí o recibidas de otros, recortes de periódicos sobre la editorial, el libro de familia, fotografías, diarios, mis viejos pasaportes donde podrá ver los sellos y las fechas de los países que visité, postales, listados de todas las obras publicadas por Helmish Editores, copias de mis primeras nóminas, cuando aún vivía mi padre, muchas cartas cruzadas con mi esposa hasta que murió, incluso un video de un par de entrevistas que me hicieron en la televisión. En fin, todo tipo de documentación para que usted pueda ir componiendo el hilo temporal de la biografía. Le ruego, eso sí, confidencialidad.

- No dude que mantendré en secreto toda esta documentación y que se la devolveré al terminar el trabajo sin haber hecho una sola copia- afirmó rotundo Araujo.

- Por supuesto, usted puede telefonearme cuando guste para preguntar por detalles o dudas, incluso para que yo pueda contarle de viva voz algunos episodios de mi vida aunque me temo que, con mi mala memoria, no le seré de mucha ayuda en este aspecto. Casi todo lo que es relevante está en esas cajas excepto una cosa.

Helm dejó de hablar. Quizá fueron sólo unos segundos pero a Hilario le parecieron una eternidad. Uno de esos silencios pesados, incómodos, que indican que hay algo importante volando por la mente del otro.

- Es algo que sólo conozco yo y que no le voy a relatar ahora pero que es sumamente importante en mi vida. Le explicaré cómo lo haremos. Usted dedique tres meses a escribir y terminar la biografía. Deje un espacio en blanco, un hueco, en el año 1985. Cuando crea que tiene finalizado el trabajo, nos volveremos a reunir y yo lo leeré con detenimiento, proponiéndole las correcciones que estime. Una vez que todo –excepto el asunto que me reservo- esté completado, volveremos a encontrarnos y yo le relataré un hecho que aún me atormenta. Le pido, le contrato – y recalcó esta palabra, dando a entender que no había posible discusión sobre el método- para que ese día usted venga a mi casa y juntos redactemos ese capítulo faltante. Juntos. Usted debe comprometerse a no salir de mi hacienda hasta que esté plenamente escrito a mi satisfacción. En ese momento, daré por concluido el contrato, recibirá su dinero y el libro, ahora ya acabado totalmente, se guardará en una caja de seguridad del banco hasta mi fallecimiento, con instrucciones precisas a mis albaceas para que sea publicado. ¿Puede usted aceptar estas condiciones, Sr. Araujo?

Ciertamente, era un tanto extraño lo que le proponía. Demasiado misterio. Supuso que sería algún hecho del que el individuo no se sentiría especialmente orgulloso para guardarlo con tanto celo. De todos modos, no tenía elección. Sus cuentas bancarias necesitaban una urgente transfusión de dinero y la ocasión no volvería a presentarse.

- Lo estoy, Sr. Helm. Dispuesto a empezar cuando guste. Acepto sus condiciones.

Rafael Helm se levantó y se dirigió a su escritorio. Tomó una libreta de cheques y garabateó la cifra convenida. Firmó con una rúbrica sumamente barroca y extendió el billete a Hilario. Este no se atrevió a mirarlo, a admirarlo más bien. Le pareció poco cortés. Lo guardó en el bolsillo, se levantó y estrechó efusivamente la mano del editor. Las cajas le serían enviadas por mensajero esa misma tarde a su domicilio. Saludó amablemente a la chica de la recepción y salió a la calle. No llovía y unos tímidos rayos de sol asomaban por entre los claros de las densas nubes. Se percató de que había olvidado preguntar cómo había oído hablar de él pero era un asunto menor. Lo importante es que el destino llamaba a su puerta. Sólo entonces sacó el cheque, lo leyó con asombro y echó a reír.


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Hilario Araujo se tomó el encargo con ilusión y ahínco. Dedicó no menos de doce o trece horas cada día, incluidos los fines de semana, a escribir la biografía que le habían encargado. No era quizá el trabajo con el que había soñado como escritor novel pero si este era el que el destino le había deparado, lo haría todo lo bien que su genio diletante le permitiera. Las dos primeras semanas las dedicó a bucear dentro de la documentación que Helm le diera. Así supo que había nacido en Salamanca en el seno de una familia modesta que sufría las miserias de la postguerra. En las pocas fotografías que existían de aquella época, se le veía como un niño regordete, con cara de pocos amigos, como si los fotógrafos le incomodasen. En dos de ellas – entre las que, por la estatura del chiquillo, debían mediar un par de años- llevaba los mismos pantalones y el mismo abriguito marengo lo que dio a entender a Hilario que no les sobraban las pesetas. Supo también que el chico fue buen estudiante y la cartilla de notas del Colegio del Sagrado Corazón mostraba unas calificaciones excelentes. A medida que Rafael se iba haciendo mayor, la documentación iba aumentando. Las cartas de amor, aún levemente perfumadas, entre él y una tal Isabel Robles le enternecieron. Viendo ahora los achaques y el cuerpo castigado de Helm era casi imposible imaginarle como un dandy romántico, capaz de encandilar a mozas de tan buen ver como las que aparecían de su brazo en las fotos. Como siempre le había dicho su padre, debajo de las miserias siempre existe un fulgor pasado del que sólo perdura el recuerdo.

Conoció también que la editorial tuvo su mejor momento a la muerte de Franco. La súbita libertad trajo un afán por conocer la vida de muchos personajes que hasta entonces habían estado proscritos. Con habilidad empresarial, Rafael Helm supo publicar en el momento justo seis o siete trabajos que resultaron estupendos éxitos en ventas y sus cuentas mejoraron de manera importante. Hubo un momento, a juzgar por las cuentas de resultados y los informes de gestión, hacia mediados de los ochenta, que Helmish Editores estuvo al borde del cierre. Un competidor, la editorial Pegasus y Andrómeda , entró con fuerza en el nicho de las biografías y, con una maquetación excelente y una impresión de alta calidad conseguida con nuevas máquinas, fue ganando cuota de mercado. Fue un susto pasajero porque apenas un año después su dueño, un tal Jaime Expósito, falleció sin que nadie lo esperara, dejando viuda y un hijo. Sin la fuerza y la inteligencia del dueño, Pegasus y Andrómeda perdió pronto influencia y Helm volvió a prevalecer. Lo cierto es que nunca se había tratado de una editorial puntera pero gozaba de un reputado prestigio entre sus colegas y las alabanzas de muchos de ellos habían quedado recogidas en numerosas ocasiones. Esto le sirvió a Hilario para plasmar muchos párrafos loando la obra de aquel que la pagaba.

En 1974 había desposado a Paulina Martín, una mujer sencilla, devota de misa diaria, deseosa de tener hijos que, para su desgracia, la naturaleza no quiso darle y asidua a las partidas de chinchón que un grupo de mujeres del barrio celebraban cada jueves en el casino. Por lo que dedujo de la documentación, habían sido felices a pesar de que nunca pudieron alegrar su casa con las risas de un niño. La fatalidad hizo que en el 2004, Paulina enfermara. Un cáncer rápido que se la llevó con el Señor en apenas tres meses para desconsuelo de Rafael Helm que, desde entonces, no había vuelto a ser el mismo. En general, los documentos que el hombre la había dado le habían servido para escribir la gran mayoría de su historia. En un par de ocasiones, le telefoneó para aclarar algunas dudas o para recabar información adicional.

Hilario Araujo finalizó el primer boceto de la biografía cuando aún le quedaba un mes para que finalizara el plazo. Los treinta días siguientes los dedicó a repasar y repasar, casi a empezar de cero en alguno de sus capítulos. Durante ese último mes, llegó a no salir de casa durante una semana, sin apenas comer, bebiendo sólo un poco agua y dejando que su barba creciera hasta los límites de la suciedad. Estaba asustado y se daba cuenta por la cantidad de errores que creía encontrar. Cada vez que releía un párrafo lo encontraba insulso, gramaticalmente incorrecto, falto de fuerza narrativa. Se daba entonces a la corrección y no paraba hasta que rehacía capítulos enteros. Cuando los releía se desesperaba pensando que la versión anterior estaba mejor y que su talento de escritor era mucho más mediocre de lo que él nunca hubiese imaginado. Por fin, una noche en que la fiebre le asaltó, decidió que ya no haría más cambios, que acumularía todo su ánimo y presentaría el borrador a Rafael Helm. La suerte estaba echada. Ahora, su fortuna o su descrédito dependía del juicio del editor.

Tres días después, recibió una nota por correo. Helm le manifestaba su entusiasmo por la biografía que reflejaba con suma precisión su vida y que estaba redactada con un estilo, decía, sobrio y elegante a la par que novedoso. Afirmaba que estaba muy satisfecho por el trabajo y el único pero que ponía es que, en ocasiones, los halagos para su persona eran inmerecidos. Le citaba el siguiente jueves para terminar la obra redactando en conjunto el capítulo que faltaba y que ya la había anunciado al encargarle la biografía.

Hilario Araujo respiró aliviado. Así, al fin, era un buen escritor. Sus esfuerzos quedaban recompensados. Con el dinero que ya había recibido y el que iba a recibir, podría vivir cómodamente hasta que el viejo muriera lo que no podría ser dentro de mucho tiempo. Entonces, la fama le elevaría al Olimpo de los escritores consagrados y los encargos le lloverían. Había sido un largo camino, muchas decepciones, muchas lágrimas, pero finalmente llegaba a la meta que siempre había deseado.

-oOo-




El jueves de la cita, Araujo se presentó puntual en la casa del editor. Llevaba, como le había prometido, las grandes cajas de documentos que le había sólo prestado para escribir la biografía. La cita no era en las oficinas sino en la propiedad que Helm tenía a unos cincuenta kilómetros de la capital. Le costó dar con el lugar que estaba realmente apartado de la carretera. El GPS no supo siquiera determinar el camino donde se encontraba y tuvo que echar mano de su sentido de la orientación, de los oxidados letreros que encontró esporádicamente y de un paisano que, como maná caído del cielo, apareció escopeta en mano por un camino. Bordeó una gran cueva donde un letrero casi ilegible anunciaba que allá se encontraba la sima más profunda de la región junto a muchas señales de peligro. Lo cierto es que la zona parecía un coto de caza en la que Rafael se había construido la casa. Esta, de ladrillo rojo y techado de teja española, se alzaba sobre un cerro. Estaba bien conservada y de la chimenea salía un hilillo de humo que le dio a entender que había un fuego bajo en su interior. Cuando aparcó vio otro coche, un todoterreno, al borde del terreno llano y supuso que Helm estaba ya dentro. Había tiestos en los alféizares aunque estaban sin flores en mitad del invierno. Tocó a la puerta y tuvo que esperar por un minuto hasta que esta se abrió. Helm, risueño, le saludó con cortesía y le invitó a pasar.

- Póngase cómodo, Araujo- dijo amable Helm- considérese en su casa. Como sabe vamos a trabajar bastante.

- Muchas gracias.

- Tengo que decirle, lo primero de todo, que la biografía me ha encantado. De veras. Es usted un gran escritor. Si le soy sincero, albergaba dudas sobre su capacidad. Al cabo, tanto usted como yo sabemos que nunca ha publicado nada. Pero he de reconocer que acerté plenamente con usted. Enhorabuena, amigo mío. Le felicito. Tiene un gran futuro por delante.

- Se lo agradezco muchísimo, Sr Helm. Sobre todo, viniendo tal opinión de un editor tan experimentado como usted. – contestó Hilario un tanto azorado.

- Llámeme Rafael, llámeme Rafael. ¿Una copa de vino?

- Con gusto. Tiene usted una casa muy linda.

- Paulina la decoro. Fue un capricho de ella. – la pena dibujó sombras en el rostro de Helm- No la olvido, ¿sabe usted? La pobre no merecía el final que tuvo.

- Lo siento en el alma, Rafael.

- No se preocupe. Fue hace mucho y es un tema estrictamente personal que a usted no le debe afectar. Le propongo comer algo y ponernos a trabajar. Quisiera poder terminar el capítulo que falta hoy mismo.

- Por mí estoy de acuerdo. Si es posible que regrese hoy a la ciudad, tanto mejor.
Entiéndame, estoy feliz de estar aquí con usted pero no sabía que la casa estaba tan lejos y me asusta circular por esos caminos en la noche y, menos aún, importunarle debiendo dormir acá. Por cierto, en el capó del automóvil tiene toda la documentación que me facilitó. Le juro que no he hecho copia alguna y que no falta ni un solo papel.

Comieron jabalí. Helm le dijo que no se le daba mal la cocina y que lo había preparado él mismo.

- Ya sabe, Hilario. Cuando uno enviuda, o come bocadillos o aprende a cocinar. Yo decidí hacer lo segundo.

- Pues he de decirle que el curso le aprovechó- rió Araujo- porque la carne está deliciosa.

- Jabalí cazado por mí mismo. Una de las pocas aficiones que tengo, la caza. De hecho compré esta hacienda sólo para poder olvidarme de la ciudad y del negocio por algún tiempo. Además he de confesarle- bajó la voz- que suelo saltarme los tiempos de veda. La Guardia Civil no suele venir por aquí y el ruido de los disparos se diluye rápido en el campo. Debería avergonzarme de saltarme así la ley pero no hago realmente mal a nadie.

- No se preocupe. Prometo guardar su secreto- y alzando la copa, hizo un gesto de brindis que sellaba el pacto de silencio.

Tras el postre, una tarta con helado que estaba estupenda, tomaron una copita de un excelente coñac.


- Le invitaría a otra copa, Hilario, pero quiero que usted esté despierto para escribir el capítulo restante con tanto acierto como los otros- le palmeó el hombro en señal de afecto.

- Por mí, Rafael, podemos empezar cuando usted disponga.

- ¿Le parece que trabajemos en el despacho? Mi idea es que yo iré relatando los hechos lentamente para darle a usted tiempo a que escriba y teclee en el ordenador. Si, por cualquier motivo, necesita tiempo para pensar no dude en detenerme. Aunque preferiría que no lo hiciera para que yo no pierda el hilo de los acontecimientos y porque un estilo natural, directo y poco lírico, le irá bien a la narración.

- Como desee. ¿Vamos?

La habitación era confortable. En la pared este, enmarcados convenientemente, numerosos títulos y premios concedidos a Helmish Editores. En el muro de enfrente, una colección de escopetas colocadas con gusto en un expositor junto a un par de cabezas de venados que con toda seguridad habían sido cazados por el editor. En el centro, una pesada mesa de madera noble, con cajones por todos sus lados. Un tintero antiguo hacía de contrapunto a un ordenador de gran pantalla de plasma. En un rincón, una pequeña bodeguilla con botellas de buen vino y, sobre el suelo, una mullida alfombra que amortiguaba el sonido de los pasos.


Heml se sentó en el único sillón que había e invitó a Hilario a sentarse en la silla frente al ordenador.

- Cuando usted esté listo, comenzaré a relatarle los hechos que hasta ahora he preferido mantener en reserva.

- Cuando quiera, señor. Intentaré escribir mientras sigo su charla. En su día me comentó que este capítulo debería ocupar no más de diez páginas por lo que supongo que forzosamente deberé resumir y extractar sus palabras.

- Claro, claro. Usted escriba como en el resto de la obra y quedará perfecto.

- Soy todo oídos, Rafael.

Helm tardó al menos dos minutos en comenzar. Como si en su interior estuviese rebobinando la cinta de los recuerdos o como si se asegurara que las piezas del rompecabezas que iba a relatar estuviesen dispuestas en el orden correcto. Tenía los ojos abiertos pero no miraban a nada en concreto, e Hilario intuyó que se habían marchado a otro lugar, a través del tiempo, para revivir lo que debía relatar.


- Fue en 1985 como ya sabe. Las navidades del año anterior habían sido felices. Paulina se había sobrepuesto de su último aborto y la felicidad conyugal nos sonreía nuevamente. Sin embargo, desde hacía pocos meses, algunos nubarrones se cernían sobre el negocio (Araujo recordó que ya había leído cómo otra editorial había competido fuertemente con Helmish Editores) y los beneficios habían caído estrepitosamente. Seguramente, esto no es nuevo para usted porque lo habrá visto en la documentación que le envié. El caso es que el tal Jaime Expósito del que yo jamás había oído hablar me copió el negocio. El muy sinvergüenza apareció de la noche a la mañana, de ningún lado, como su propio apellido decía, y simplemente imitó mi negocio.

Hilario comenzó a escribir.



- Pero, mientras que yo debía batallar con una maquinaria de impresión ya un tanto caduca y tenía que pagar los gastos de publicidad y apertura de mercados para un nicho tan especializado como el de las biografías, la editorial Pegasus y Andrómeda , que así se llamaba el nuevo competidor, disponía de las mejores rotativas y fue a tiro hecho. No sé cómo consiguió mi lista de referencias, los contactos clave, los agentes o los nombres de los distribuidores. El caso es que, de la noche a la mañana, comenzaron a dejarme diciendo todos ellos que otra editorial, la Pegasus y Andrómeda les ofrecía mejores comisiones, mejores precios y una calidad superior. Aquello fue un choque brutal para mí. Yo soy un hombre sencillo, lo habrá visto usted tras conocer lo que mi vida ha sido, y el que un depredador de los negocios destruyese mi negocio revolvía mis nervios.

Araujo escribía intentando plasmar el pesar y la preocupación que por aquellos días sintió Helm. El click-click de las teclas era lo único que importunaba el discurso del viejo.

- Además, aquel hombre- esto he de reconocerlo- me daba mil vueltas en marketing. Era un hombre elegante, alto, casado con una mujer que había sido modelo de pasarela, a todas luces millonario, que pasaba las vacaciones en Niza, se fotografiaba junto a actrices de moda y que conducía un espléndido Jaguar del 82. Comparándome con él, yo era un campesino, un paleto llegado a la ciudad, un vendedor de enciclopedias enfrente de un empresario afamado. Paulina me decía que mantuviera la calma, que los tiempos malos siempre pasan, que mi oficio y mi prestigio harían que los lectores reclamaran mis ediciones. ¿Me sigue Araujo?

- Sí, le sigo. No se preocupe, Rafael. Estoy escribiendo.

- Para semana santa, mis ventas habían decrecido hasta casi la mitad y eso que el sector evolucionaba favorablemente. Intenté hallar alguna vida que narrar que tuviera realmente atractivo para el público, pero no fui capaz. Cuando uno anda deprisa y tiene angustia, todo le sale mal. Ya lo dice el refrán. Vísteme despacio que tengo prisa. Yo, entonces, no me vestía despacio, no analizaba con serenidad la situación por la sencilla razón de que veía cercano el instante en que tendría que despedir a mis empleados, cerrar el taller, vender quizá mi casa. Y Paulina no merecía eso. No, nunca. Ni yo podía admitir que el legado de mi padre pudiera acabar de semejante triste manera. Escriba eso, Araujo, escriba. Que no deseaba dejar morir la herencia de mi padre.

- Lo he hecho. Por favor, siga contándome. No puedo negarle que estoy sumamente interesado y que ya me ha predispuesto contra Expósito aunque obviamente jamás le conocí, ni antes había oído hablar de él.

- Un mal tipo, se lo aseguro. En una ocasión – sería mayo- me entrevisté con él. Tuve casi que suplicar porque sus secretarias eran una valla casi imposible de traspasar. Quería proponerle algún acuerdo, repartirnos de alguna manera el mercado. Estaba incluso dispuesto a olvidar que me había robado mis agentes, mis contactos, mis contratos. Apenas estuvo conmigo diez minutos. Me dijo que no tenía tiempo para mí, que negocios importantes- y recalcó con un tonito obsceno lo de importantes- le requerían. Yo no contaba para él. Apenas era una hormiga que él, el elefante de las finanzas, estaba aplastando sin apenas percatarse del dolor que me producía.

Se detuvo durante algunos segundos mientras se agitaba inquiero en el sillón, como si el cuerpo le pidiera moverse, descargar la adrenalina que los recuerdos de aquellos lejanos eventos aún le producían.

- Lo peor era cuando regresaba a casa. Paulina me consolaba, me decía que nos recuperaríamos pero yo la veía cada vez gastar menos en la comida, remendarse el vestido para no tener que comprar otro, abstenerse de cualquier capricho. Y ella merecía mucho más, Hilario. Me hubiera gustado que usted la conociera.

- En cierta medida la conozco, Rafael. A través de sus recuerdos y de lo que he escrito sobre ella.

- Para el otoño, la situación era insostenible. Me había visto obligado a despedir a la mitad de la plantilla y los bancos me apuraban para que pagara las deudas a riesgo de embargarme lo poco que me quedaba. Mi cerebro se había quedado inválido, vacío de ideas, anonadado por la tragedia que se me venía encima. Pero dicen que Dios aprieta pero no ahoga. ¿Verdad que dicen eso, Araujo?

- Sí, es un viejo refrán. – a pesar de su papel de escritor neutral, ajeno al drama que por otro lado era ya tan antiguo, Hilario se sintió conmovido por el sufrimiento que el viejo aún experimentaba cuando recordaba sus apuros económicos.

- Y, por lo que se ve, Dios me envió al diablo mismo.

- ¿Perdón? no le entiendo.

- El propio Jaime Expósito, el mismo diablo en persona, me llamó para proponerme un trato. No quiso contarme nada por teléfono y me pidió el más absoluto secreto porque no quería que otras editoriales supieran nada de la propuesta. Mi primer instinto fue mandarle a la mierda pero algún resorte interno me hizo ver que era la oportunidad que siempre había esperado. De algún modo, mi agotada mente volvió a lucir y una idea totalmente acabada, como enviada por el mismísimo Dios, se aposentó dentro de mí. De pronto, lo vi claro y decidí no desperdiciar la ocasión que el propio dueño de Pegasus y Andrómeda me ponía en bandeja. Le invite a esta casa. Para negociar tranquilos, le dije. Entonces, la casa no era como usted la ve hoy en día. Apenas era un caserío con una cocina, una habitación destartalada y un establo antiguo que yo había restaurado como cuarto de trabajo. Precisamente, donde ahora mismo nos encontramos.

- Nadie podría decir que esto fue un establo, créame.

- Bueno, posteriormente, cuando mi situación financiera mejoró pude hacer bastantes obras. Pero, se lo digo en serio, entonces esto era una casita sencilla y pobre. El terreno me resultó muy barato porque con la sima cercana nadie deseaba esta propiedad. El caso es que Jaime Expósito vino a cenar una tarde. Orgulloso, pedante, como era siempre. No se anduvo por las ramas. Ni siquiera me dio las gracias por la cena. Me propuso pagarme cien mil pesetas por Helmish Editores para cerrarla definitivamente antes de perderlo todo y endeudarme hasta las cejas. Quiero ser el único editor de biografías en el mercado- me dijo- No es nada personal pero usted, en este momento, inoportuna a mi negocio y a mis planes. O lo toma o le cerraré de igual modo pero usted deberá pagar sus deudas durante décadas.

Volvió a callar. Se levantó y se acercó a la pared donde se exhibían las escopetas. Tomó una y la acarició. Hilario continuo escribiendo pero su cuerpo se tensó en un reflejo de emoción y temor.


- No pude contenerme, Araujo. Tomé esta arma que usted ve ahora en mis manos. Esta misma. Estaba cargada porque yo siempre dejo el arma amunicionada. No le hablé más. ¿Para qué? Le miré fijamente y el muy idiota ni siquiera presintió lo que le iba a ocurrir. Disparé los dos cartuchos. Apenas gimió. Murió casi al instante. Lo demás fue sencillo. Quemé su cuerpo y eché los restos junto con el coche en la fosa que usted ha vista al venir. Imposible de descubrir. Dicen que cae casi trescientos metros, hacia el infierno que es a donde pertenecía Expósito.

Rió de una forma que atemorizó a Hilario y transfiguró a Rafael Helm, de pronto, desde un honorable editor a un loco de remate.


- ¿Ha escrito todo esto? ¿Lo ha escrito?

Araujo lo había escrito. Incluso, el texto resultaba de una fuerza narrativa notable. Las emociones que Helm expresaba en su hablar habían empapado la mente y el arte del escritor y, en un instante de magia, la fuerza del asesinato, de la locura del editor y del drama vivido en el año 85 regresaban más reales que nunca en las palabras que aún permanecían en la pantalla.

- Creo que debería irme, Sr. Helm. Lo siento pero lo que me está contando me ha perturbado sobremanera. No estamos ya hablando de una biografía, sino de un delito. Yo no sé qué decirle pero sé que no puedo seguir con esto- intentó calmarse y expresar sus ideas sin balbucear demasiado- Le devolveré los veinte mil.

Helm no se inmutó pero en un gesto rápido apuntó la escopeta hacia Hilario.

- Lo siento, amigo mío, pero desgraciadamente no puedo permitir que usted se marche. Como un día me dijo Expósito, no es nada personal.

- Lo siento, Helm. No sé qué trama usted ni por qué me encargó este trabajo ni cuáles son sus intenciones. Pero sí sé que yo me largo de aquí. Usted tiene la biografía. Si la usa o no es sólo cosa suya. Yo renuncio. Déjeme marchar, por favor.

- No es nada personal – musitó Rafael como para sí mismo- nada personal.

- Me voy

- ¡No! usted no se va a ninguna parte. Lo siento pero, ahora, usted va a morir. Tiene que morir.

Un rictus de estupor y de pavor se dibujó en el rostro de Hilario Araujo.

- ¿Está usted loco? Déjeme salir, se lo suplico – grito y sollozó al mismo tiempo, presa del pánico.

- Lo siento, Araujo, lo siento. Usted se habrá preguntado sin duda por qué lo elegí. Ahora puedo contárselo. Yo deseaba que mi biografía fuera completa, que incluyera este asesinato que Dios bien sabe tuve que ejecutar por el bienestar de mi familia y mis empleados. El tipo era maligno. El mundo no perdió nada cuando murió. Ahora, tras todo este tiempo, es claro que nadie le recuerda. Hube de matarlo y lo hice. Y deseo que el mundo sepa que yo lo libré de esa alimaña, que la industria editorial se libró gracias a mí de un indeseable. Pero no soy ingenuo, Araujo. Si esto se sabe no respetarán mi edad. La policía y la justicia me perseguirían y me encarcelarían. No creo que un delito como este prescriba. Por eso, mi intención es publicar mi biografía sólo cuando fallezca. No tengo esposa ni hijos, de modo que no me importa si se reparten los despojos. Tan sólo deseo que se sepa la verdad, que se conozca la calaña del malnacido de Jaime y que el mundo valore la acción que tuve que hacer.

Necesitaba un escritor. Yo soy editor pero no sé escribir realmente. Soy como esos ingenieros de automóviles que, sin embargo, jamás han sido capaces de sacarse el carnet de conducir. Así que precisaba un escritor. Pero no uno cualquiera. Necesitaba uno novel, con talento, porque quiero que mi vida se narre con calidad, que no tuviese familia cercana, que nadie preguntara por él en caso de desaparición. Un joven bohemio dado a viajar, por el que nadie se preocupara. Porque una vez que ese escritor conociera mi secreto y lo hubiese escrito, no podría seguir viviendo en ese mundo. Ha de comprenderlo. Sería un riesgo enorme para mí. En cualquier momento podría chantajearme, ir con el cuento a la policía. No fue fácil dar con usted, Araujo. Tuve que preguntar aquí y allá y tras varios meses un editor amigo me dijo que un joven escritor, un tal Hilario Araujo, o sea usted, le había enviado un borrador. Que tenía buenas maneras pero no aún las suficientes para ser publicado. A partir de ahí, usted ya conoce el resto. No me he equivocado con usted. Posee talento, no hay duda. Ha realizado un buen trabajo. Lástima que esto deba terminar así. Al menos, le queda el consuelo de que cuando ya ambos no estemos en este mundo y se publique su libro, la crítica le reconocerá como un buen escritor. Porque, eso sí, yo respetaré su nombre como autor de la biografía.

La expresión de desconsuelo y de desconcierto no se borró de la cara de Hilario Araujo cuando Rafael Helm apretó el gatillo y dos manchas de sangre brotaron del pecho del escritor.




Lendle



Lendle es un servicio de préstamo de libros electrónicos de Kindle, similar a otros como por ejemplo EbookFling que ya vimos en un post anterior. Sin embargo, este es sólo compatible de momento con los libros adquiridos en USA y en la tienda americana de Amazon, lo cual no sólo es un inconveniente sino que es otra prueba más de las restricciones absurdas del contenido electrónico respecto al papel. El préstamo- siempre dentro de las limitaciones geográficas- tiene un plazo máximo de 14 días y durante este plazo el que presta no puede leer el libro.



¿Qué libro me recomiendas?


¿Qué libro me recomiendas? es una red social especializada en compartir recomendaciones de lectura. Tras un registro gratuito, el usuario puede indicar algún libro que le haya gustado valorándolo con una puntuación. Un algoritmo permite que el sistema recomiende entonces libros que a otros usuarios de gustos similares les hayan gustado. Puede, además, preguntarse por un título determinado y el programa nos dará la opinión de otros lectores.



Little Bird Tales


Little Bird Tales es una aplicación on-line para componer audiolibros infantiles. El sistema permite ir subiendo páginas de gráficos (bien sean dibujos o fotografías escaneados o gráficos dibujados a mano alzada en la propia plataforma ) a modo de viñetas e ir añadiendo la grabación de voz que narra la historia a cada una de ellas. También puede añadirse texto si así se desea. Una vez que el audiolibro – en realidad, un slideshow- está creado puede ser enviado por e-mail a quién lo deseemos.
La aplicación no sólo permite crear libros para los niños sino, también y especialmente, ser creados por los propios niños. Siendo sencillo de utilizar, la experiencia sirve también para animar a los chicos y chicas a leer, escribir y crear.




19/2/11

Reflejos en las cristaleras




Fuimos perezosos al despertarnos – es siempre difícil separarse del abrazo de tu cuerpo desnudo- y desayunamos pausadamente. Era sábado por la mañana. Un día de invierno, soleado pero muy frío. Estabas hermosa, con tu bufanda y tu abrigo negro. Salimos a pasear, a callejear por la ciudad. Me encanta dejarme guiar por ti cuando caminamos explorando avenidas, apresurando el paso al cruzar las calles frente al tranvía, deteniéndonos en cada escaparate. A ratos me tomas del brazo, a ratos metes tu mano fría en mi bolsillo para calentarte al contacto de mi piel. Otras, dejas que te tome del hombro o me agarras de la cintura. Me siento bien cuando lo haces, cuando me proteges con tu presencia, con tu cuerpo cercano al mío, con el sonido de tus palabras en esa charla que, en ti, siempre es amena e inteligente. No conocíamos la ciudad ni falta que nos hacía. Descubrimos las calles y cuando nos perdíamos lo agradecíamos porque era la excusa perfecta para estar más rato juntos. Es irónico pensar cómo no hacemos nada especial y, sin embargo, los paseos contigo parecen tan especiales como si hubiesen sido planificados por el destino para unirnos siempre más. Nos gustó el mercado de delicatesen, tan coqueto, tan elegante, tan singularmente distinguido, con sus estantes de buenos vinos ordenados por viñedos y países, con su glotona pastelería llena de tartas y confites. Un músico callejero tocaba el violín en una esquina. Las palomas perseguían miguitas de pan en la plaza. El aroma a bollos y chocolate se escapaba de las cafeterías. ¿Te diste cuenta que la ciudad nos miraba con envidia de vernos juntos? Cuando nos vimos reflejados en la cristalera - cómplice de nuestro afecto- nos sorprendimos de vernos tan felices.


Magic Scroll


Magic Scroll (también accesible desde este enlace) es un servicio on-line para poder leer libros electrónicos que se hallen codificados en formato ePUB y que funciona con el navegador Chrome. Permite tanto la función de subir contenidos a la red (siempre en formato ePUB) como leer materiales de ella, como por ejemplo los archivados en el sitio del Proyecto Gutemberg, en Google Books o en otras webs. La lectura es configurable. Así, por ejemplo, puede leerse saltando páginas o todo seguido. Incluso, automatizar el scroll para que el texto se vaya desplegando a nuestra velocidad de lectura. En el caso de que subamos contenidos a la red, el sistema nos proporcionará un enlace (URL) para que podamos acceder a ese libro desde cualquier aplicación.



18/2/11

EbookFling


EbookFling es un portal digital que facilita el intercambio y préstamos de libros digitalizados, algo que no es fácil – al menos, si uno actúa de acuerdo a la ley- ya que la política editorial es que uno no compra un libro digital sino que compra el derecho a leerlo. Y nada más. Ni copias, ni regalos, ni préstamos, ni nada de nada. Recientemente, como es bien sabido, Amazon abrió la mano permitiendo el préstamo de libros digitalizados pero con unas restricciones bastante importantes así como con una notable falta de privacidad. Este portal pretende facilitar esta tarea entre los usuarios de los lectores Kindle y Nook. Puede crearse una red social en la que cada lector pueda prestar o pedir prestado a una amplia red de lectores. Los usuarios ponen a disposición del sistema una lista de todos los e-books que quieran prestar. Si otro miembro del colectivo desea leer ese libro pregunta a la base de datos global si alguien lo tiene para prestar. Si es posible, la transacción y la descarga se realizan a través del canal de Amazon o Barnes&Noble, es decir, se siguen siempre respetando las restricciones legales existentes. No es una copia en ningún caso.



17/2/11

Polo de Innovación Audiovisual y Digital en San Sebastián


Ayer, se inauguró en San Sebastián el Polo de Innovación Audiovisual y Digital para fomentar la industria multimedia y de los contenidos digitales. La sede se encuentra en el polígono industrial de Zuatzu. Se compone de dos edificios que podrán albergar hasta 60 empresas del sector en condiciones ventajosas. Se espera atraer, con las facilidades que el nuevo Polo ofrece, a compañías que coloquen a la ciudad donostiarra en cabeza de la innovación y desarrollo de contenidos digitales. El proyecto ha supuesto una inversión de 23 millones de euros, financiados por el Ayuntamiento donostiarra y el Gobierno central. La sede dispone de elementos novedosos que facilitarán el desarollo de proyectos. Así, una gran sala de proyección 3D, una sala de pitching digital en alta resolución, dos platós de grabación, salas de postproducción así como un archivo digital. De momento, un 30% del espacio está ya ocupado.



16/2/11

Estadísticas de ventas de e-books en USA durante el 2010


La AAP,
Association of American Publishers , acaba de publicar los datos de ventas del pasado año en los Estados Unidos. Las ventas de los editores que reportan a la AAP (que no son todos) creció en el 2010 un 3.6% respecto al 2009 hasta una cifra – fabulosa.- de 11.670 millones de dólares. Hubo aumentos en todos los nichos. Los libros electrónicos crecieron muchísimo más que la media, en un 164%, hasta una cifra de 441 millones de dólares, lo que representa alrededor del 8.3% del mercado global. Los audiolibros en formato físico obtuvieron unas ventas de 137 millones de dólares (un descenso del 6.3% respecto al 2009) y los audiolibros digitales alcanzaron una cifra de ventas de 82 millones de dólares (un 39% más que en el 2009).


CurveShip


Nick Monfort, bien conocido en el campo de la literatura digital, acaba de poner a disposición del mundo CurveShip, un entorno de desarrollo muy interesante y avanzado para escribir Ficción Interactiva (IF) que permite modelar un mundo virtual en base a objetos, lugares o hechos así como modelar una red de textos que, unidos, forman una trama compleja narrativa (un ejemplo de IF comentado en Biblumliteraria puede leerse aquí ). El sistema permite narrar de manera flexible, bien sea en un orden determinado temporal, lineal o no, o desde el punto de vista de un personaje particular. No es un entorno sencillo de utilizar por cuanto que el usuario necesita tener conocimientos de programación (particularmente del lenguaje Python) y estructurar la obra de forma de comandos lo que seguramente no es sencillo para un escritor. El sistema incluye un generador de texto que puede crear textos diversos en función de una serie de reglas y parámetros definidos en un nivel superior. La forma de programar se asemeja al uso de objetos en los que además del texto se deben indicar el lugar donde ese texto puede expresarse, los elementos que contiene ese lugar, las relaciones con otros sitios adyacentes, las acciones que son posibles dentro de ese espacio, etc. Una especie de “clases” usadas en lenguajes de programación de alto nivel. Las reglas de producción de texto admiten flexibilidad ya que el propio entorno puede modificar las palabras para que, por ejemplo, concuerden en número y tiempo. Una explicación –en inglés- de la sintaxis puede leerse aquí, un ejemplo de lo que puede conseguirse aquí y finalmente la descarga del entorno de desarrollo puede hacerse desde este enlace.

Watson


Se ha hablado ya en Biblumliteraria del procesamiento del lenguaje natural (por ejemplo, en el tutorial de lingüística computacional aquí y aquí ). IBM ha hecho una apuesta muy importante en este campo con su sistema WATSON, un supercomputador dotado de nuevos y poderosos algoritmos cuya última finalidad es entender lo que se le dice, interpretarlo inteligentemente y contestar acertadamente, haciendo deducciones correctas. Una tarea inmensa que combina Inteligencia artificial con sintetizado y reconocimiento de voz y procesamiento lingüístico computacional. En el proyecto participan también el MIT y la Universidad de Amherst. Se trata de un desarrollo de un equipo anterior, el DeepQA que era un equipo de IA capaz de responder a preguntas sobre un cierto campo del conocimiento. El hardware se basa en 90 ordenadores interrelacionados con software paralelo, sobre el que corren algoritmos especializados en análisis de preguntas, análisis semántico de comprensión, generación de base de datos lógica y aprendizaje mediante técnicas de inteligencia artificial, reconocimiento de contexto, solución de ambigüedades y búsqueda de información en la red de modo automático.

Para probarlo, el pasado día 14 se le enfrentó por primera vez en el juego Jeopardy de la Televisión contra dos contrincantes humanos y empató lo que es evidentemente un éxito. Si finalmente Watson es capaz de entender el lenguaje como un humano, razonarlo, entenderlo y encontrar una respuesta como cualquier de nosotros, un nuevo espacio lleno de posibilidades se abre ante nosotros especialmente en la literatura digital donde tendriamos un escritor artificial capaz de desenvolverse igual que nosotros en un idioma y crear tantas historias como nosotros al compartir y comprender el acervo cultural común.




15/2/11

El negocio del periódico digital


El millonario australiano Rupert Murdoch, principal accionista del grupo de comunicación News Corporation ha adquirido la pasada semana del orden de 1.2 millones de acciones del grupo, aumentando así su participación en él. Al parecer, esta compra podría estar relacionada con el lanzamiento del periódico digital The daily, el primer gran periódico de los Estados Unidos destinado a leerse en el Ipad. Un diario por el que hay que pagar una cantidad modesta de tan sólo 0.99 dólares semanales para leerlo y que se inspira precisamente en una idea del propio Murdoch. Parece así que el negocio del periodismo digital empieza a ser atractivo aunque, en realidad, nadie puede saber exactamente qué pasa por la mente del millonario ya que el propio grupo News Corporation es un buen negocio en sí mismo, con y sin digitalidad, como lo prueban sus excelentes resultados del año pasado.

The Daily puede descargarse de la tienda de Apple.

14/2/11

San Valentín: Carta desde el otro lado



Te echo de menos. Quisiera que pudieses verme desde el otro lado de las flores, que supieses que estoy bien, que te espero y, sobre todo, que sigo amándote. Siempre hiciste que me sintiera dichosa pero es ahora, al verte ahí, compungido tras la lápida, cuando sé realmente que eres el hombre de toda mi existencia.

Es extraño el más allá. Aunque quizá debiera decir el más acá. Mi cuerpo hace tiempo que desapareció. Apenas queda algo de polvo ocre y unos huesos en el nicho. Los veo cada día con indiferencia, como si no hubiesen sido míos. Ahora debo ser invisible, una especie de esencia inmaterial ajena a la carne. Y, sin embargo, siento cada día el ansia de tocarte, de oler tu húmedo pelo cuando salías de la ducha, de percibir la fragancia de lavanda que tanto te gustaba, de sentir tus labios; suspiro con que vuelvas a hacerme todo lo que tú sabías que me encendía y hacerte todo lo que yo conocía que te arrebataba. Ahí creéis – yo así también lo pensaba antes- que las almas vuelan al cielo y olvidan la tierra en la que estuvieron confinadas. Que no te engañen con esas mentiras. Si nunca pude olvidarte, menos aún ahora. Te tengo tan cerca - estás ahí sentado y afligido- que es horrible no poder echarme en tus brazos. Si siempre deseé tu cuerpo, ahora lo necesito más aún. Quiero acurrucarme en ti, engalanada con las guirnaldas de tus besos, mientras la eternidad transcurre. No sé de dónde me viene este anhelo tan humano pero te aseguro que no concibo un paraíso sin mi cuerpo entrelazado al tuyo. Algo me dice que este polvo ha de revivir en algún tiempo lejano, tan sólo para reencontrarte.


El tiempo pasa despacio en este lugar. Para sentirte más mío, para diluir este sepulcro, te escribo cartas sin lápiz ni tinta que guardo en mi memoria con la esperanza de que, algún día, te las pueda releer mientras dejas que me proteja entre tus brazos. Imagino que todo será más cruel para ti. Porque tú no sabes que sigo amándote mientras que yo sí sé que tu corazón sigue temblando cuando piensas en mí. Porque tú no puedes ver este elixir en que me he convertido mientras que yo puedo aún delinear tu rostro en la distancia. Esta pared es como uno de esos espejos sin azogar que permiten la visión sólo en un sentido. Te estoy viendo ahora, mi bello hombre y, si aún tuviera miembros, golpearía la piedra con fiereza para que pudieras oírme y saber que te espero. Mas estoy segura que sólo oyes el arrullo del viento mientras mece las campánulas del jardín del camposanto y esos jilgueros que nos alegran el aburrido transcurrir de la eternidad.

Es extraño el más allá. ¿Sabes? Aquí jamás hace frío pero, a pesar de ello, cada noche añoro el calor de tu piel, el refugio de tu abrazo, cuando te acercabas tanto que sólo un suspiro podía viajar entre nuestros cuerpos. Este diciembre, cuando el camposanto se vistió de blanco y nadie pudo llegar hasta nosotros porque cortaron las carreteras, anhelé estar al otro lado del mármol, contigo otra vez, como en aquel invierno hace tres años. Entonces aún no sabíamos que yo ya estaba enferma. Tú hacías que metiera mi mano en el bolsillo de tu gabán, me ceñías con tu brazo sobre mis hombros y besabas mi pelo y mi sien hasta que la tiritona desaparecía. Paseábamos ajenos al mundo y, al llegar al hogar, me hacías el amor junto a la lumbre, acompañados por las sombras tiernas e inquietas que nuestros cuerpos dibujaban sobre las paredes mientras nos prometíamos amor eterno. Nunca sospechamos que esa promesa sí era cumplible.

Te veo triste cuando cambias las flores. Y no te quiero así, mi bien. Son bonitos los ramos de claveles rojos y margaritas blancas que siempre eliges. Se marchitan pronto, ya lo sabes. Ahí fuera diréis que es porque están cortadas y no tienen raíces pero tú debes saber que esa no es la razón verdadera ya que, al igual que la mía, su alma pervive. No, cariño, se marchitan porque yo les pido que lo hagan para que debas venir otra vez a verme y a cambiarlas. Así, durante los minutos que permaneces a mi lado, tan sólo separados por un hilo de aliento, me deleito en verte otra vez, en saber que respiras y en sentir que nuestro amor no ha sido vencido por el tránsito. En esos instantes me debato en una fiebre de contradicciones. Quiero que vengas a mi lado – te necesito tanto-, volver a tocarte, que vuelvas a perderte en mis pechos y en mi vientre, ver tu rostro sonriente, acariciar tus cabellos, encerrarnos entre mantas y sábanas, disfrutarte otra vez en el crepúsculo. Pero, a la vez, no deseo que traspases la frontera que señalan las flores y la losa. Te quiero vivo, fuerte, alegre, que hagas que yo crezca en tu recuerdo.

Antes he visto cómo has limpiado la placa metálica con mi epitafio. Has frotado tanto que estoy convencida que estará brillando y que la luz se habrá encaprichado de ella pintando acuarelas de colores sobre mi nombre. Me gustaría poder verla desde el otro lado. Al acabar, has depositado un beso con tus dedos sobre ella. Sigues siendo el mismo hombre dulce de siempre, el que me conquistó. He sentido un escalofrío de amor, cariño mío. Uno de esos que me recorría cuando me tocabas, cuando estábamos juntos. Una especie de milagro porque, aún sin piel he notado mi vello erizado; aún sin ojos, he creído que la emoción me los llenaba de lágrimas; aún sin nervios, me he estremecido de emoción.

Tú sólo quedas ya en el cementerio. Siempre suele ser así. Apuras hasta que el celador debe llamarte la atención. Te cuesta marcharte tanto como a mí me horroriza que marches. Pero debes ir. Vives lejos y el tráfico será intenso. Y ya sabes que no me gusta que manejes de noche. No te preocupes. Estaré bien. Las estrellas – ¿ves que algunas ya están asomando por el este?- me velan por la noche y las flores que me regalas me acunan con su aroma. Mañana, al amanecer, habrá rocío en ellas y me traerán recuerdos de cuando me llevaste a visitar la ribera del río, aquella madrugada en que pareciste volverte loco e hiciste que nos levantáramos a las cinco, sólo para ver amanecer juntos. Fue bello. Todo era hermoso contigo.

Ve, mi tierno amado. Y vuelve con más claveles, que ya añoro tu regreso.

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