El Archipielago (que puede leerse on-line aquí ) de Pablo Martínez es una aventura conversacional que narra el aparente retiro a una isla de un sabio hechicero para morir en paz pero que es en realidad un viaje interior del verdadero personaje, un cantante real hastiado del mundo. A caballo entre juego (sobre todo) y literatura, es un trabajo de alto nivel. La misión inicial (el juego inicial) es hacer crecer una jardín mágico frente a la torre del mago. Así pasa el primer capítulo en un aparente juego de magos de lo más tópico. Al llegar al segundo capítulo (y, literariamente, hay un riesgo de aburrirse en el primero y no llegar hasta aquí) es cuando la historia da un vuelco, se revelan los dos niveles de la trama y se comprende que el mundo onírico y fantástico es sólo una escapatoria mental de un cantante de folk deprimido, sumido en la soledad y en la angustia existencial, que inventa escenarios para escapar de la realidad. Es en este plano de realidad del cantante donde el valor literario del trabajo es mayor.
Un texto bien escrito, excesivamente descriptivo por momentos (como suelen ser todas las aventuras conversacionales obligadas a describir un mundo de manera precisa para que puedan usarse palabras muy concretas que entienda el parser) pero en general intenso, bien hilado y reflexivo (La gente duele", piensas. La gente duele. La gente te usa, usa tu amabilidad, usa tu cariño, te maneja según sus intereses y luego te desprecia cuando no te necesita. ).
Como en toda aventura IF, el lector tiene que aceptar las reglas y aceptar que, en gran parte, se trata de un juego más que de una novela. Y, en este caso, es un juego realmente complicado a ratos. Cuando hay que contestar a preguntas hay que atenerse a las opciones disponibles y no se puede, al contrario que en una novela tradicional, dejar volar la imaginación ya que el algoritmo de reconocimiento de respuestas no podrá continuar. Esto hace que, a veces, la trama pueda hacerse algo cansina porque a uno le puede apetecer muy poco encontrar un camino geográfico determinado (pero aún así tiene que responder a una catarata de preguntas que le obligan a explorar un camino preciso o recibe una sarta de “eso no es importante” o “no entiendo ese verbo”) y desea llegar antes al corazón del asunto. En otros momentos, hay puzzles internos que hay que resolver para poder continuar lo que, otra vez, nos arrastra hacia la vertiente más lúdica como componente principal. Seguramente, la creación de Martínez debe aceptarse como juego más que como literatura, con lo que esto implica. Pero, a pesar de ello, El Archipiélago tiene una componente literaria notable que va mucho más allá de lo habitual en la IF. Un interface de lo más sobrio. Es una obra que ha obtenido varios galardones lo que da muestra de su interés.
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