La berlina de Prim ( Planeta, 2012), de
Ian Gibson, es una novela publicitada como histórica pero que acaba siendo una
crónica política, de viajes y de costumbres de la España de finales del siglo
XIX. El estilo es policiaco, con un protagonista imaginario, el periodista Patrick
Boyd (supuesto hijo ilegítimo del irlandés Robert Boyd que financió a los
liberales frente a Fernando VII, luchando incluso con ellos por lo que acabó siendo
fusilado en Málaga en 1831 junto a Torrijos) que va encontrándose con diversos personajes,
unos históricos y otros ficticios, que le dan informaciones y pistas sobre el
asesinato del general Prim ocurrido el 27 de diciembre de 1870, pocos años
antes de que la I República española llegara a su fin. En este contexto, la
trama detectivesca encalla porque, de facto, jamás se esclareció el crimen y
tampoco Gibson pretende saber quiénes fueron los culpables. Así, los diferentes
datos, los muchos documentos, las sospechas, las referencias, los diferentes
hilos argumentales quedan deslavazados, sin conjuntar, apenas esbozados, pareciendo
la novela más un catálogo de informaciones sueltas que una trama hilada con un
fin. Como no podía ser de otra manera, y dado que no hay solución al enigma
histórico, el final de la novela es un tanto forzado aunque ahonda en el
misterio que envolvió el magnicidio, dejando más interrogantes que respuestas.
Como crónica de viajes y costumbres, Gibson realiza un
minucioso trabajo descriptivo de la atmósfera social y política de aquella época
en Madrid y el suroeste de Andalucía, basado en un importante esfuerzo de
documentación que logra un buen dibujo del maremágnum que supusieron aquellos
años en una España plagada de facciones políticas, en que todos parecían estar
contra todos. A veces puede parecer excesivamente prolijo porque el lector está
esperando que prosiga la trama histórica y policiaca pero esta, como se ha
señalado, no puede realmente avanzar porque el crimen jamás se aclaró ni hubo
interés en aclararlo. Es entonces cuando La berlina de Prim
se va demasiado por las ramas, hace excesivas regresiones (con apuntes que
vuelven hasta los Reyes Católicos). La novela está poblada por numerosos
personajes, con una España algo estereotipada en ocasiones y una prosa que se
recrea en palabras que describen plantas y animales, así como utensilios, vehículos
y elementos que ya han dejado de existir (por cierto, la denominación de “galerín”
de un tipo de carruaje – entiendo que como diminutivo de galera- yo no la
conozco ni he logrado encontrarla en el diccionario), insistiendo en incorporar
a la novela muchos datos y hechos de manera un tanto forzada. Paralelamente, una
historia de amor adúltero completa la necesaria dosis de sentimientos.
Con esta novela, Gibson ganó la XVII Edición del Premio
Fernando Lara de Novela 2012.
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