Mr. Gwyn (Anagrama, 2012), de Alexandro Baricco, es una novela
corta, de fácil lectura pero no liviana, que narra la búsqueda de un escritor
por encontrar una nueva forma de contar mediante la “escritura de retratos”,
sustituyendo el pincel por la pluma. Todo ello sirve para que Baricco
reflexione sobre los seres humanos, sobre su presencia en el mundo, sobre cómo
se conocen entre sí (más por percepción sensorial que por intercambio de ideas)
y a sí mismos, sobre lo que en realidad somos, construidos como estamos con un
poquito de todo lo que vivimos. Personas que mantienen un indefinido rol vital
del que, finalmente, sólo queda la búsqueda de lo que no seremos y pinceladas
de momentos que nos han definido o, en palabras de Baricco, “somos historias”. El
autor sabe crear una atmósfera a medio camino entre la realidad y lo aparente,
entre lo que somos y queremos ser, entre los sentimientos que a uno le
envuelven y la incapacidad de completarlos.
Baricco es hábil creando escenas surrealistas pero
verosímiles y evocadoras (el artesano de bombillas, el músico de ruidos, el
estudio de luz cambiante, las lámparas que se extinguen una a una, etc.), con
una forma de contar sin lujos pero eficaz. Es un relato que fluye natural, que
se hace cercano. Quizá el final es un tanto decepcionante en cuanto a que el crescendo
que toda la primera parte construye no se resuelve en un final espectacular y a
que el hallazgo de una manera novedosa de contar que la búsqueda de Gwyn promete en
un inicio se desvanece al regresar el escritor a la novela de toda la vida, aunque lo haga
desde el anonimato.
Capítulos muy cortos, a veces salpicados de humor ingenioso (como los perros que reciben el nombre de
pianistas), con algunas reflexiones interesantes, ternura en muchos de los pasajes
y nostalgia las más de las veces al no poder alcanzar lo que queremos ser.
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