El supermercado del centro comercial está abarrotado. Aunque
los expertos recomiendan hacer las compras con antelación, aprovechar los mejores
precios y congelar, si es preciso, el cordero o la merluza, pocos les hacen
caso. Los directivos del centro comercial lo saben y la enorme tienda está
llena de reclamos y caros productos. Guirnaldas, ofertas en cada esquina de los
estantes, enormes cajas de gambones en el departamento de congelados, mil
variedades de paté y salmón, villancicos en los altavoces, lucecitas de colores
y paquetes de perfumes en papel de celofán con lazo dorado. En cada pasillo,
una muchacha ofrece una pequeña degustación de cualquier producto a los que
pasan por ver si se animan y compran el chocolate, el cangrejo rallado, el
jamón de bellota o los Ferrero Rocher que proponen.
Marcelo y Edson llegaron a España hace dos años. Ilegales,
por supuesto. Viven en la calle la mayor parte de los días o en el trastero de
la parroquia que el padre Rufino les presta de tanto en cuanto, cuando hace
mucho frío o llueve que asusta. Han trabajado aquí y allá, sobre todo en las cosechas,
pero nada fijo, nada bien pagado, nada que les permita alumbrar un porvenir.
Les gusta la Navidad, se maravillan con las decoraciones y,
cuando piden limosna, se nota que la gente está más predispuesta a dejarles
unas monedas. Sí, la nostalgia les acosa cada noche y recuerdan a sus madres.
Algunos días, Edson se pone tonto y suelta un par de lágrimas mientras cuenta
los partidos de fútbol que jugaba en el barrio de su Riohacha natal. Hacían una
pelota con trapos bien apretujados sobre una piedra pequeña y atado todo con
cordel alrededor. Ni Maradona hubiese deseado un mejor balón que aquel. Jugaba
de defensa y, sí, tenía fama de bruto, de esos centrales que pueden dejar pasar
el esférico pero nunca el delantero. Marcelo no, él no tenía dotes deportivas y
prefería colarse en la sesión de cine que cada tarde, a las siete de la tarde,
daban en “El Colosal”, junto a la plaza de los franciscanos. Le encantan las pelis del oeste.
Están contentos hoy, les gusta la navidad y, sobre todo, les
gusta el plan que tienen para la noche. La semana anterior rebuscaron en los
contenedores blancos de ropa y tuvieron suerte. Van vestidos como modelos.
-
Vamos de marca – una carcajada cierra la frase
de Edson.
-
Venga, al súper.
-
¿Has contado cuánto tenemos?
-
Cuarenta y nueve euros – responde Marcelo.
-
La pensión nos cuesta cuarenta, ¿no?
-
Sí, pero si le lloramos a la María José quizá
nos lo deje en treinta y cinco.
-
Bueno, catorce. Vamos dentro – y Edson tira del
brazo de su amigo.
Cogen un carro, de estos que se arrastran con la mano. Saben
que lo primero es no llamar la atención y para ello nada mejor que llenar la
cestita con cualquier cosa que vean. Van paseando por los pasillos con
lentitud, simulando que se interesan en los productos. En cada esquina se paran
y toman lo que las vendedoras ofrecen como anzuelo: unas tostadas de foie, unos bombones de
licor, un poco de queso, unas lonchas de lomo, unos canapés de trucha…. Y lo
van guardando todo en los bolsillos.
Luego cogen 4 envases semicongelados de gulas que están en
oferta de 2x1, y una latita adicional también de gulas, por aquello de que ya
trae algo de aceite. Siete euros en total.
-
Pimienta cayena y ajo, no nos olvidemos- y ambos
se ponen a buscar.
-
Cero ochenta el botecito de pimienta. Venga, píllalo – dice Edson
-
Y aquí están los ajos. ¡Joder! Uno noventa. Ni que fueran trufas –
protesta Marcelo.
-
No hay más narices que cogerlos. No se han visto
gulas dignas sin ajo- afirma Edson.
-
¿Qué falta? – pregunta Edson.
-
El vino. Vamos al fondo.
Buscan la botella más barata pero, tras pensárselo, cogen
una un poquito más cara. Un día es un día y la ocasión lo merece. Un vino
blanco. Tres euros.
-
¿Algo más? – pregunta Marcelo
-
Mira este jamón. Dos euros. Podemos comprarlo. –
Edson lo afirma con ilusión.
-
100 gramos y pone “jamón basic”- así será, duda su
amigo.
-
Espera… - Edson hace una suma rápida- llevamos catorce
setenta. Tendremos que rogarle mucho a la María José.
-
Nos hará la rebaja, no te preocupes la conozco
bien.
-
Bueno ahora cinco pasadas cada uno, cada tres
minutos, ¿ok? – Edson se separa del otro.
Lo hacen a conciencia. Pasan lo más desapercibidos posibles
por donde están dando a probar los bombones de licor. Con corazón de cereza,
pone en el cartel. Y van cogiendo uno o dos cada vez.
Se juntan cerca de la caja número seis. Antes, dejan en los estantes
casi todo lo del cestillo menos las gulas, la pimienta, el ajo, el jamón y el
vino. Pagan y salen.
-
Vale,
so pelmas. Treinta, que una se vuelve sensible en Navidad. Pero pago por
adelantado – María José cierra el trato con ellos. Habitación por una noche,
hasta mañana a las diez, dos camas limpias y derecho al uso de la cocina.
En la cómoda que la habitación tiene extienden un papel a
modo de mantel. Colocan con cuidado los canapés, el queso y las tortas de
ahumados que les han dado en el súper.
-
Espera- dice Edmon, y saca una vela del
bolsillo.
-
¿De dónde has sacado eso?
-
De dónde va a ser, del contenedor de la calle
Matía.
Tocan a la puerta y el corazón se les sobresalta a los dos.
Instintivamente, sin darse cuenta que cada uno hace lo mismo, se arreglan el
cuello de la camisa y se alisan el pantalón. Es Edson quien abre.
-
¡Hola, guapos! – es Marina, otra sin techo.
Viene radiante, como siempre. Al menos, así la ven ambos.
-
¡Te esperábamos!. La cena te está esperando.-
tienen una sonrisa bobalicona de la que no son conscientes.
-
¡Sorprendedme! - y les da un beso en la mejilla
a cada uno de ellos.
Abajo, en la calle, se escucha la música navideña de la
plaza. Los platos vacíos están a un lado y beben tranquilos lo que queda de
vino en los vasos. Ríen, hacen bromas, se cuentan cosas de su niñez y a ratos
se ponen tristes.
-
Venga,
¡el postre!- dice Marcelo.
-
¿Postre? Pero, chicos, ¡me tratáis como a una reina!
Colocan todos los bombones de licor – con cereza- sobre la
cómoda y dejan que ella elija el primero.
Ella los mira con ternura, a los ojos. No quiere elegir.
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