2/11/23

Enterrad las cadenas

 

Enterrad las cadenas (Península, 2006), del historiador Adam Hochschild es un ensayo sobre los comienzos del movimiento abolicionista de la esclavitud en Inglaterra, allá por 1787, cuando doce hombres comenzaron a informar a la sociedad, sacudir conciencias, distribuir pasquines, promover enseñas, apelar a los periódicos, y boicotear los productos que llegaban de las colonias esclavistas, particularmente el azúcar. Una lacra criminal por la que 25 millones de seres humanos fueron arrancados de sus tierras, de sus familias y de sus vidas para ser convertidos en esclavos, humillados y tratados peor que animales.

Es una obra que espanta por lo terrible de lo que se cuenta, del sufrimiento de millones de seres humanos, de la impiedad y maldad de los terratenientes y políticos, y del siempre infierno de la codicia del hombre. Pero, a su vez, es un libro que destila esperanza porque, frente a todos los poderes, a todos los intereses, a todo lo establecido, frente a las leyes injustas, aquellos pioneros lograron convencer rápidamente a millones de personas hasta que unas décadas después se abolió la esclavitud en Gran Bretaña, al menos en su forma más cruel, ya que la discriminación y el racismo perduran aún en nuestros días en todo el mundo.

Hochschild pone bajo los focos unos hechos poco conocidos pero realmente relevantes en el progreso moral humano, además de evitar el olvido de aquellos luchadores que obraron el milagro, como lo fueron John Newton, Granville Sharp y toda su familia, Olaudah Equiano, James Stephen, Joseph Woods,  Alexander Falconbridge, y Thomas Clarkson, entre otros héroes que permanecían en el anonimato. Como el autor nos cuenta, los comienzos fueron modestos, casi anodinos: una reunión en la tarde del 22 de mayo de 1787, cuando 12 hombres se juntaron en la imprenta del número 2 de George Yard para compartir su horror ante la esclavitud. Unos hombres que trabajaron durante decenas de años sin compensación alguna, si no fuese la satisfacción de su victoria. Cómo deberíamos aprender hoy en día de ellos. 

Hochschild pone de manifiesto, también, que muchos de aquellos hombres compartían su religión. Eran cuáqueros y no solamente dieron libertad a los esclavos, si es que los tenían o habían colaborado en su trata con anterioridad, sino que los compensaron económicamente, algo que resultaba una locura para el resto de la sociedad inglesa. Por otro lado, las estrategias que elaboraron para triunfar, siendo David frente a un gran Goliat, siguen siendo las que se han seguido usando hasta nuestros días. 

El análisis histórico de Hochschild es riguroso y termina en 1807 cuando las dos Cámaras del Parlamento británico aprobaron un proyecto de ley que abolía la trata de esclavos. Sus colonias, para entonces, se habían declarado independientes y necesitaron una sangrienta guerra civil, más de 50 años después, para abolir la esclavitud en Norteamérica. En Brasil, se necesitaron también décadas y en Cuba sólo se abolió formalmente en 1886. 

No todo fueron victorias ya que la abolición fue formal pero se aprobaron duras leyes del trabajo que mantuvieron a millones en condiciones laborales infrahumanas sin llamarlas esclavitud (incluso en la metrópolí británica) y los propietarios de esclavos recibieron cuantiosas compensaciones y, en definitiva, la injusticia siguió. 

Y sigue. 





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