- ¿Se lo vas a decir, entonces? – su cabello moreno y rizado caía sobre la almohada y enmarcaba su rostro. Su mano jugueteaba despacio con el vello del pecho de él, como si intentase rizarlo con caricias. O cómo si deseara esculpir un amor profundo en su corazón con su dedo.
- Claro, claro que se lo voy a decir. Es sólo que nunca encuentro el momento. No es fácil, cariño. Será un golpe duro para ella. Después de tantos años.
Sonia sonrió con una mueca de triste comprensión y evitó su mirada. En ocasiones, incluso le creía. Aceptaba sus dilaciones y se conformaba con ellas. Al cabo, llevaban ya muchos años viviendo así y casi se había acostumbrado a compartirlo. Pero eso ocurría sólo en ocasiones. No en esta mañana de verano. Ahora lo quería sólo para ella. Ya era hora. Demasiado tiempo esperando que fuese sólo para ella, para sus sábanas comunes, para sus abrazos, para sus besos. No aceptaría más noches sola, mas llamadas telefónicas a escondidas. Le necesitaba y le deseaba sólo para ella. Era su turno. La otra había tenido su oportunidad y la había perdido. Alguna vez, alguien le había dicho que quien se interpone en una relación es un intruso deleznable pero estaba segura de que eso no era cierto. Más bien al contrario, el que deja que le entren extraños en su casa es que no ha sabido proteger y cuidar con esmero lo que tenía. Le amaba y él juraba que la amaba aunque más de una noche, cuando sólo el viento y la lluvia que repiqueteaba en el vidrio del ventanal la acompañaban, lo había dudado.
- Prométeme que se lo dirás hoy mismo- se puso seria y sus ojos de avellana se volvieron más oscuros como si las sombras del temor a una negativa la hubieran invadido- Prométemelo.
Él calló y ella dibujó el contorno de su pecho con la mano. Le gustaba hacerlo, aprender una y mil veces la silueta que amaba. La luz de la lamparita de la mesilla titilaba indecisa. O quizá la indecisión moraba en su ánimo.
- Prométemelo – se irguió sobre su codo y le obligó a mirarla.
- Sí, hoy mismo – su voz sonaba con un tono más resignado que convencido- hoy, mismo acabaré con todo esto.
Hizo ademán de besarla pero detuvo el movimiento a medio camino.
- No es fácil, cariño. Te amo pero entiende que no es fácil- acabó el camino inconcluso y la besó suavemente en los labios. Ella le respondió y no dejó que apartara los labios.
- Te quiero mucho, José – susurró aunque sabía que se lo decía a ella misma intentando convencerse de que cuando, por la tarde, le contara otra excusa ella la aceptaría como había viniendo haciéndolo durante tantos meses.
Desayunaron junto a la ventana abierta. La brisa del amanecer henchía los visillos que tremolaban adelante y atrás, formando reflejos azules y blancos sobre la mesa. No hablaron y se dedicaron a evitarse mirando fijamente las tazas y soplando al café caliente y humeante.
Le oyó ducharse mientras, envuelta en la bata celeste que le había regalado para su cumpleaños, se entretenía en imaginar formas en los altos cirros. Salió vestido con el traje gris y la corbata plata que compraron juntos en Londres. Por un instante, su mente viajó a aquellos cuatro días cerca de Kensington donde no hubo llamadas, ni él le dijo que tenía que marcharse. Acarició el borde de la taza y sorbió el último poso del café mientras él se acercaba a besarla.
- Prométemelo – repitió.
- Te lo prometo- y Sonia calculó que llegaban ya a cien las veces que se lo había jurado.
Estaba a punto de salir de casa cuando tuvo necesidad de decírselo una vez más.
- Prométemelo.
- Que sí, que sí – él empezaba a sentirse molesto.
- Quiero que seamos un matrimonio normal, cariño. Sólo eso. No puedo acostumbrarme a que tengas una amante. Volvamos a ser como cuando nos casamos.
Él lanzó un beso al aire y salió.
- Claro, claro que se lo voy a decir. Es sólo que nunca encuentro el momento. No es fácil, cariño. Será un golpe duro para ella. Después de tantos años.
Sonia sonrió con una mueca de triste comprensión y evitó su mirada. En ocasiones, incluso le creía. Aceptaba sus dilaciones y se conformaba con ellas. Al cabo, llevaban ya muchos años viviendo así y casi se había acostumbrado a compartirlo. Pero eso ocurría sólo en ocasiones. No en esta mañana de verano. Ahora lo quería sólo para ella. Ya era hora. Demasiado tiempo esperando que fuese sólo para ella, para sus sábanas comunes, para sus abrazos, para sus besos. No aceptaría más noches sola, mas llamadas telefónicas a escondidas. Le necesitaba y le deseaba sólo para ella. Era su turno. La otra había tenido su oportunidad y la había perdido. Alguna vez, alguien le había dicho que quien se interpone en una relación es un intruso deleznable pero estaba segura de que eso no era cierto. Más bien al contrario, el que deja que le entren extraños en su casa es que no ha sabido proteger y cuidar con esmero lo que tenía. Le amaba y él juraba que la amaba aunque más de una noche, cuando sólo el viento y la lluvia que repiqueteaba en el vidrio del ventanal la acompañaban, lo había dudado.
- Prométeme que se lo dirás hoy mismo- se puso seria y sus ojos de avellana se volvieron más oscuros como si las sombras del temor a una negativa la hubieran invadido- Prométemelo.
Él calló y ella dibujó el contorno de su pecho con la mano. Le gustaba hacerlo, aprender una y mil veces la silueta que amaba. La luz de la lamparita de la mesilla titilaba indecisa. O quizá la indecisión moraba en su ánimo.
- Prométemelo – se irguió sobre su codo y le obligó a mirarla.
- Sí, hoy mismo – su voz sonaba con un tono más resignado que convencido- hoy, mismo acabaré con todo esto.
Hizo ademán de besarla pero detuvo el movimiento a medio camino.
- No es fácil, cariño. Te amo pero entiende que no es fácil- acabó el camino inconcluso y la besó suavemente en los labios. Ella le respondió y no dejó que apartara los labios.
- Te quiero mucho, José – susurró aunque sabía que se lo decía a ella misma intentando convencerse de que cuando, por la tarde, le contara otra excusa ella la aceptaría como había viniendo haciéndolo durante tantos meses.
Desayunaron junto a la ventana abierta. La brisa del amanecer henchía los visillos que tremolaban adelante y atrás, formando reflejos azules y blancos sobre la mesa. No hablaron y se dedicaron a evitarse mirando fijamente las tazas y soplando al café caliente y humeante.
Le oyó ducharse mientras, envuelta en la bata celeste que le había regalado para su cumpleaños, se entretenía en imaginar formas en los altos cirros. Salió vestido con el traje gris y la corbata plata que compraron juntos en Londres. Por un instante, su mente viajó a aquellos cuatro días cerca de Kensington donde no hubo llamadas, ni él le dijo que tenía que marcharse. Acarició el borde de la taza y sorbió el último poso del café mientras él se acercaba a besarla.
- Prométemelo – repitió.
- Te lo prometo- y Sonia calculó que llegaban ya a cien las veces que se lo había jurado.
Estaba a punto de salir de casa cuando tuvo necesidad de decírselo una vez más.
- Prométemelo.
- Que sí, que sí – él empezaba a sentirse molesto.
- Quiero que seamos un matrimonio normal, cariño. Sólo eso. No puedo acostumbrarme a que tengas una amante. Volvamos a ser como cuando nos casamos.
Él lanzó un beso al aire y salió.
2 comentarios :
me ha sorprendido el final. Muy bien, sí.
Gracias!
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