Verte es comprobar que los modistos están equivocados. Si no, no hay forma de entender por qué mi pijama parece hecho tan a medida para tus caderas y para tu cuerpo. Me gustas cuando te enfundas en mis pantalones de cuadro escocés azul para proteger tus piernas del frío de la mañana y de las miradas indiscretas. Te quedan grandotes pero te están perfectos. Como un guante. Como si en la sastrería hubiesen tenido justo el patrón de tus muslos y de tu vientre deseado. Será magia, qué se yo, pero estás bella cuando te vistes con mi pijama. Estás hermosa con el camisón corto medio cubriéndolo. Me encanta verte sentada en la silla del gabinete leyendo tu correo electrónico con un pie desnudo recogido bajo tu muslo, un lazo formando una coleta en tu cabello para dejar libre ese cuello que parece diseñado por algún artista veneciano. Me hechiza observarte ajena a mí, ensimismada en tus cosas. Adoro ver los gestos que haces, los mohines de tu boca, el frunce de tu frente. Tomas un café, deleitándote en su sabor y abrazando la taza con tus dos manos, como si temieras que se te fuese a caer. Yo permanezco desnudo, alegre de que antes me arrancaras el pijama, feliz de que ahora lo impregnes de tu aroma de canela y orquídea. Luego, te reclamo, te tiendes junto a mí y el pijama va a parar al suelo.
14/9/10
Pijamas
Verte es comprobar que los modistos están equivocados. Si no, no hay forma de entender por qué mi pijama parece hecho tan a medida para tus caderas y para tu cuerpo. Me gustas cuando te enfundas en mis pantalones de cuadro escocés azul para proteger tus piernas del frío de la mañana y de las miradas indiscretas. Te quedan grandotes pero te están perfectos. Como un guante. Como si en la sastrería hubiesen tenido justo el patrón de tus muslos y de tu vientre deseado. Será magia, qué se yo, pero estás bella cuando te vistes con mi pijama. Estás hermosa con el camisón corto medio cubriéndolo. Me encanta verte sentada en la silla del gabinete leyendo tu correo electrónico con un pie desnudo recogido bajo tu muslo, un lazo formando una coleta en tu cabello para dejar libre ese cuello que parece diseñado por algún artista veneciano. Me hechiza observarte ajena a mí, ensimismada en tus cosas. Adoro ver los gestos que haces, los mohines de tu boca, el frunce de tu frente. Tomas un café, deleitándote en su sabor y abrazando la taza con tus dos manos, como si temieras que se te fuese a caer. Yo permanezco desnudo, alegre de que antes me arrancaras el pijama, feliz de que ahora lo impregnes de tu aroma de canela y orquídea. Luego, te reclamo, te tiendes junto a mí y el pijama va a parar al suelo.
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Relatos breves
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