Sabes que no he comprendido nunca cómo es posible que me ames. Tú eres un ejemplo de virtudes y yo lo soy de carencias. Eres tan perfecta que me parece imposible que te hayas fijado en mí, que me hayas percibido entre la muchedumbre, que pienses que mi pequeño mundo pueda encajar en tu brillante universo. Sé que es imposible mejorarte y mi contribución a ti es, sin duda, la historia de un fracaso anunciado. Como si pretendiera estilizar el David de Miguel Angel con un cincel desafilado y estas manos torpes, o como si pintara una pincelada más en un Renoir tan sólo para arruinarlo. Porque eres tan extraordinaria que tengo la conciencia desdichada de que no puedo siquiera aportarte nada. Sé que no puedo mejorar tu perfección pero, al menos, permítemelo, quiero que mi trivialidad y mi insignificancia me dejen interpretarte de otra manera. Cuando te pienso, cuando te aburro, cuando te deseo, cuando te siento, mi imperfección te contamina y te arrastra momentáneamente fuera de tu perfección para leer tu cosmos con lecturas nuevas que me hacen comprender, aún más, la perfección de tu ser. Y, entonces, tras haberte atraído hacia la banalidad de lo que soy, vuelves a luminiscencia de tu paraíso y yo me siento orgulloso de que, por un momento, hayas bajado y me hayas visto. Anhelo representar algo en tu cosmos, aunque sólo sea el antónimo de lo que eres.
29/1/11
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