Sabía que el tabaco es nocivo y estaba dejando de fumar
pero, aquella tarde, sentado frente a la mesita con encimera de mármol y patas
de hierro forjado del café Maldivas, le hubiera gustado tener un paquete y
echarse un pitillo. Un médico hubiera dicho que era síndrome de abstinencia y
le hubiera asustado con toses espesas y bronquitis agudas, pero él estaba
convencido de que no. Si los recuerdos de ella no le hurgaban la memoria podía
pasarse sin la nicotina, pero cuando la luz del ocaso se tornaba sepia y
brillante, las manos se le escapaban hacia el bolsillo interior de la chaqueta
buscando una cajetilla que ya no llevaba. Sorbió un poco de café y se rindió a
los recuerdos. La brisa del otoño era fresca y agitaba las ramas de los fresnos
para aligerarlas de hojas amarillas, justo como en aquellas tardes que pasaba
con Mercedes. Ella fumaba mucho, siempre decía que tomarse un vino blanco
mientras charlaba con él,- ella tumbada en el sillón, sus pies en sus rodillas,
sus manos en su piel- sin un cigarro era como tener un árbol de navidad sin
adornos. La veía apretar los labios contra el cigarrillo, notaba cómo se
incrementaba el brillo de las ascuas para, en un instante, escuchar la suave
exhalación de una serpentina de humo azulado. Sus besos, luego, sabían a hojas
del tabacal, a campos inhóspitos, a tormentas vespertinas, a fuegos nocturnos
de campamento. Qué sobremesas las que pasaban juntos. Eran hermosas aquellas
tardes en las que hablaban largo y quedo, con silencios extensos sin los cuales
la conversación no podía comprenderse, con miradas profundas; en las que ponían
música a poco volumen en un casette de cintas que les había regalado en la Caja
de Ahorros cuando abrieron la libreta – boleros lentos, Lole y Manuel, Paco
Ibañez, Mercedes Sosa, Moustaki- y se adormecían arrullados por los
pentagramas; aquellas tardes en que se dormían abrazados; veladas en las que
ambos encendían un pitillo tras haber hecho el amor.
-
¿Me podríais dar un cigarrillo? – preguntó
sonriendo a una pareja de jóvenes que jugueteaban con sus móviles en la mesa
contigua.
-
No fumamos- le contestaron
-
¿Cómo es posible entenderse sin fumar? – pensó para
sí, mientras el recuerdo de Mercedes mirándole a través de volutas azules le
endulzaba la mente.
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