Hendaya (Siruela, 2015), de Marcos Eymar
es una novela de inacción que, sin embargo, engancha precisamente por la
intriga lenta que esa espera tensa y reflexiva, llena de dudas, nos produce. Dudas
sobre el destino del personaje, un hijo
de emigrantes españoles en Francia que desea recuperar sus orígenes, un descolocado
y asustado Jacques Munoz que pasa su vida viajando en tren entre París y Madrid
con una maleta de contenido desconocido y que espera la venganza de una mafia
de contrabandistas como un cordero espera al carnicero. Dudas sobre el propio
lugar en la vida, en esa frontera (Hendaya como metáfora de todas las fronteras)
en la que finalmente terminamos sin ser nunca de ningún lado definitivamente.
Dudas sobre los orígenes que, quizá, deban seguir ocultos si uno no desea
hallar lo que no desea . Dudas sobre la cultura propia de los emigrantes que no
acaba de ser ni la del país de donde vienen ni la aquel al que han marchado. Este
ser de ningún sitio, este miedo, esta falta de certezas, se refuerza de manera
original e inteligente por medio del lenguaje, deliberadamente mezclado entre
el español y el francés (conviene, para degustar la novela, conocer algo de
francés). Un exilio interior, exilio de familia, de lenguaje y de sentimientos.
Eymar consigue atraparnos con su prosa, desprovista de
artificios, impecable, sobria, sin concesión alguna al sentimentalismo (de
hecho, quizá esto sea un defecto, por lo exagerado del personaje. Jacques es un
desgraciado total al que la mala fortuna le acecha sin desmayo, sin un instante
de bienestar), hasta lograr que no podamos dejar de leer, esclavos de los
enredos en que Jacques está metido, el de su aventura y el de su vida;
asustados junto a él en ese bar en que espera ver llegar de un momento a otro a
sus sicarios, intentando comprender su vida mientras rememora recuerdos
aislados, entre trago y trago. Un texto cargado de reflexiones íntimas, que continuamente salta de plano
narrativo, de tiempos verbales, de argots. El uso de la segunda persona, tan a
lo Auster, es asimismo muy acertado en la búsqueda de esa ruina interior y
exterior.
Es notable como Eymar crea un suspense inquietante sin que, en realidad,
haya ningún crimen ni ningún caso que resolver como es habitual en los
thrillers. Nuestro personaje está sentado en el bar,
esperando, recordando, temiendo, y eso es más que suficiente para que el autor
nos envuelva y nos seduzca.
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