La hora se ha cumplido. La de
Él. La tuya. No ha habido respuestas del cielo, el Eloi, Eloi, ¿lemá
sabactani? se ha difuminado en la nada. Por no haber no ha habido ni
temblor de rocas, ni velos rasgados, ni umbra de media tarde. El cielo ha
estado azul y la primavera de esta Pascua llena de soledad ha vestido los
almendros y los melocotoneros de millares de flores rosas, ajena al calvario de
aquí abajo. La hora, la de Él, la tuya, ha llegado anodina e insípida, sin honores.
Los que esperábamos el milagro nos hemos quedado al pie de la cruz - o de la
camilla, tanto da - impotentes, incapaces de reacción alguna, mudos porque la
rabia y la incomprensión del cosmos nos han robado todas las palabras, todos
los rezos, todas las llamas tremolantes de los cirios.
No has podido ir, como
siempre lo hacías, a los oficios de tinieblas. Decías que querías acompañarle
en su sufrir, en su desamparo, en su congoja. No ha hecho falta que asistas, en
esta noche triste, porque hoy es Él el que te acompaña a ti, porque te está
devolviendo lo que tú antes le diste. Te habrá tomado de la mano y te estará
abrazando. Estaréis sentados en el huerto de Nicodemo, bajo los naranjos llenos
ya de flores de azahar, charlando, esperando la aurora. Él te contará del más
allá y tú le contarás del más acá. Habrás ya comprendido todo. Conocerás ya
todas las respuestas. Sabrás ya la razón de todos los misterios. Estaréis riéndoos
de las tinieblas, del vano intento del mal por reinar. La hora se ha cumplido,
sí, ¿más qué importa esa hora nona? Tú ya sabes que no triunfará, que mis dudas
no deberían existir. Los ángeles ya están llegando, la aurora boreal va a
pintar la noche de colores, la piedra ya se está moviendo, el domingo de gloria
se anuncia. Yo iré a verte y me dirán “no está aquí”.
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