Actualmente, uno de los debates más enconados se centra sobre si el libro electrónico sustituirá completa o parcialmente al papel. Mi opinión es que, en el estado actual de la técnica, los e-books no vencerán al papel aunque no descarto (de hecho, lo auguro) que a medio plazo la tecnología avance para conseguir un papel electrónico más apropiado, con una textura más adecuada a nuestro tacto, con una portabilidad equiparable, sin necesidad de energía, con un mejor “encaje en el subconsciente humano”, con la “humanidad” que posee el papel convencional, y simultáneamente aunando todas las ventajas de lo digital como la reprogramabilidad, la facilidad de búsqueda o la posibilidad de incluir elementos multimedia.
Por encima de este debate, sin embargo, existe una reflexión que quizá es más profunda. Se trata de cómo afectará el libro digital de futuro a nuestra forma de leer y comprender la literatura. En papel, con el formato convencional, el libro es un elemento que puede considerarse aislado. Se autocontiene y es ajeno al resto de volúmenes. Puede tener listados de referencias o notas al pie de página pero el uso de tales datos es muy difícil de ejercer en tiempo real, amén de estar limitado a lo que el autor ha plasmado en tales inventarios de referencias. En un libro digital actual la situación es exactamente igual ya que lo único que se ha hecho es digitalizar en formato electrónico el anterior texto impreso.
Sin embargo, podemos concebir una red universal de libros digitales interconectados entre sí y relacionados mediante un sistema de etiquetas e identificación mucho más desarrollado que el actual. Así, en este escenario futuro, cuando un usuario esté leyendo un pasaje, el software podría hacerle saltar de forma instantánea y sencilla a otros libros que hablaran del mismo tema, o que compartieran un estilo similar, o a datos históricos que tengan que ver con la narración, o a relaciones que el propio robot de búsqueda encontrara entre unas obras y otras. Hay que notar que no me refiero aquí a relaciones predeterminadas por el autor (como son las actuales listas de referencias) sino que se trataría de caminos ocultos (podríamos llamarlos agujeros de gusano literarios utilizando el símil astrofísico) encontrados por el propio software tras evaluar el texto, los gustos memorizados del lector y las acciones que otros miles de usuarios estarían realizando en ese mundo literario universal virtual. Se crearía un nuevo nivel de comprensión del texto que no existía en la propia obra, que la completaría y que sería dinámica en función de las acciones de todos los lectores.
Imaginemos que un individuo esté leyendo Guerra y Paz. Es evidente que el software le puede proponer leer sobre los eventos reales de la invasión napoleónica de Rusia, no porque Tolstoi lo haya previsto así sino porque el sistema operativo detecta que la historia tiene que ver con tales acontecimientos. O puede proponer conocer más sobre los lugares geográficos, o sobre otros autores coetáneos, o sobre otros escritores que hayan tratado temas similares (por ejemplo, leer paralelamente el Napoleón de Mac Gallo o tener una visión ácida y satírica leyendo La sombra del Águila de Reverte) o sugerir otras artes relacionadas (la Obertura 1812 por ejemplo), etc, etc. Pero, es más, este software metaliterario podría adaptarse con lo que los otros miles de lectores hacen o han hecho al leer Guerra y Paz. Si alguno de ellos, por su iniciativa, había saltado a leer alguna reseña particular esta podría sugerirse al resto de lectores. Si había hecho anotaciones, estas podrían estar disponibles al resto del cosmos lector.
Esta posibilidad metaliteraria del libro electrónico es quizá la más radicalmente innovadora, muy por encima del debate papel versus pantalla (que, en unos años, cuando la tecnología avance, no tendrá probablemente sentido). Esta facultad de trascender el libro pero sin abandonarlo, completándolo, envolviéndolo en un mundo rico y atractivo es la que haría que la experiencia lectora fuese mucho más subyugante.
5 comentarios :
Hola, interesante postulado, yo estoy seguro que la tecnología abrirá muchas puertas a la lectura, dejando de lado lo romántico del libro de papel que tarde o temprano será el pasado o por lo menos cohabitante de menor alcance. Un abrazo.
Mario.
Gracias por el comentario. Sí, seguro que tarde o temprano el papel podrá desaparecer pero lo que lo sustituya deberá tener cualidades organoeléctricas similares, al menos si seguimos siendo humanos. Mas eso sólo es el soporte. La digitalidad pienso que deberá mostrar toda su potencia en un ámbito que no dependa del soporte.
Saludos.
Hola!
Esta visión innovadora de la literatura digital de alguna manera ya se materializa con el propio uso de internet, de manera que quien esté leyendo un libro, digital o en papel,puede obtener información complementaria buscando en la Red. Sin embargo que la posibilidad de que esa información esté DENTRO del texto que leemos, a base de links o similares, es lo interesante; algo así como lo que ofrece Wikipedia -salvando las distancias- hoy en día. El único problema será que o bien el nuevo software del que hablas 'apabulle' al lector con mucha información posible o que el uso de esa información a la vez que leemos el texto nos distraiga tanto del meollo del mismo que al final sea su lectura un lio enorme.
Muy interesante la entrada, como todas la de este blog, especialmente las literarias.
Saludos,
www.internautilus.es
Víctor Sáez
Es cierto que el exceso de información, como bien dices, puede apabullar. O bien coartar la propia imaginación, dándole auno la historia, los escenarios, el cómo imaginamos a los personajes "demasiado acabado". Por ejemplo, no me imagino leer "La Historia Interminable" y que me digan cómo es "la nada". Prefiero crearla yo con mi propio misterio.
Supongo que, como ahora, podrá haber software bueno y software malo. El bueno enriquecerá. El malo, empobrecerá.
Saludos
Publicar un comentario