La distancia, quiero que lo sepas, no tiene poder alguno. Es incapaz de mover los sentimientos y los afectos. Ni puede ni sabe cambiar nada. Jamás ha sido competente para doblegar amores y pasiones, anhelos y ambiciones. Porque, cada tarde, verás el mismo sol que yo y, al verlo, pensaremos lo mismo aún sin saberlo. Porque cada noche mirarás al cielo como yo lo haré y, al ver que una estrella errante se desploma sobre la tierra, desearemos lo mismo. Porque para el viento que lleva susurros entre los amantes, un océano es poca cosa. La distancia, como mucho, es un poco puñetera. Porque atrae la nostalgia y la melancolía y las noches se hacen largas e insomnes y los días aburridos. Consigue que la vida sea gris, tristona, como un paréntesis poco afortunado en medio de una larga frase.
La distancia- quiero que lo sepas- es, en el fondo, buena porque hace que la necesidad de tu piel sea tan palpable, tan urgente, tan presente, que me hace tenerte en mi mente cada minuto. Porque me hace saber con total certeza que deseo estar a tu lado. En el fondo, la distancia es buena porque pronto, más pronto de lo que creemos, se esfuma y entonces tu abrazo ansiado me sabe a agua clara tras el cansancio, tu beso calma la inquietud de mi alma y el sabor de tu piel sabe a canela y a miel en mis labios que te estaban esperando. Y eso ocurre siempre, ocurre pronto, muy pronto, porque la distancia, quiero que lo sepas, no tiene poder alguno.
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