La fotografía, tomada por Héctor Retamal en Haití y publicada hace unos días por casi todos los diarios, es espeluznante, tremenda, un grito desesperado a nuestro mundo. Una mujer, desnuda, sin ninguna posesión en la vida, sin un camastro donde reposar o quejarse de su mala suerte o gritar contra el Dios injusto que la ha olvidado, yace sobre el pavimento esperando, con sus ojos abiertos viendo pasar a peatones ajenos a su drama, acostumbrados a la miseria y al horror. La mujer – cuántos sueños no cumplidos, cuánta vida no completada, el amor que pudo dar y recibir perdido en las alcantarillas del mundo, cuánto horror concentrado en un cuerpo frágil- se agarra el cuello con su mano, como si quisiera detener el grito de angustia que debe sentir o, quizá justo lo contrario, como si quisiera abrir su voz para que se hiciera sonido desgarrador la tristeza cósmica de sus ojos. Uno se pregunta si fue feliz en su niñez, si se enamoró, dónde perdió su última vestimenta, cuándo comió por última vez, si espera la muerte o se aferra a su lastimera vida, en qué pensamientos cruzarían la mente del fotógrafo mientras ajustaba el obturador, en cuánto le deben doler los huesos de dormir sobre el asfalto. Es una foto que nos interpela directamente acerca de nuestra compasión, nuestra ternura, nuestro ansia de justicia, nuestra humanidad. Una imagen que nos llama a romper el mundo porque está mal hecho, porque es preciso empezar de cero. Un clamor de espanto, de consternación, de horror. Pero, aún sin reponerse uno del escalofrío de impiedad con que la imagen nos abofetea, llega un golpe aún más duro. Se publica la foto y decenas de blogs, de comentaristas aficionados, de gentes sin alma, se lían a discutir si la noticia periodística es correcta; sobre si los pies de foto que hablan de la epidemia de cólera en la isla tienen o no tienen que ver con esa mujer desvalida y abandonada; a afirmar que estas escenas son “normales” en Haití; que si esa persona es una demente conocida en el barrio que suele caminar desnuda; a analizar el buen o mal hacer de los periodistas. Posts que reciben decenas de comentarios de alienígenas (al menos, yo no los siento como congéneres de especie) que, un rato después, se sientan ante la tele para escandalizarse por las correrías de los famosos de la prensa rosa.
¿Importa algo el contexto? ¿Importa algo lo que se escriba sobre la foto? ¿Importa si el texto periodístico es adecuado?¿Tan horrendamente lejos del sentido común nos encontramos? ¿Tan ciegos hemos quedado? Sólo importa que hay un ser humano desnudo tirado como un despojo sobre la calle y que todos pasamos de lado sin inmutarnos.
Foto: AFP/Héctor Retamal
2 comentarios :
Señor Remírez:
Su bitácora figura entre las que guardo en el "google reader" para saber de sus actualizaciones y no dejar de leerlas, sin embargo, nunca había tenido necesidad de dejarle un comentario.
La entrada de hoy, "Impiedad", la etiqueta usted como "relato breve". Imagino que se debe a la estructuración de su trabajo porque, al contrario, sus palabras no son relato y tampoco breves.
De sus habituales líneas sobre la literatura y sus nuevos tiempos, hoy usted nos ha abierto un corazón triste y desgarrado que no funciona sino como espejo de otros similares, que pueden saberse rabiosos e inútiles, pero por lo menos dolientes ante el sufrimiento ajeno que mañana puede estar muy cercano.
Gracias y que tenga usted un buen día.
Le agradezco su comentario, la lectura que hace de mi blog y, sobre todo, la empatía humana con el sentido del post.
Gracias, y enhorabuena también por su intersante y bien concebido blog "Falsa memoria".
Saludos.
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