Lo habían avisado con unos días de anticipación. Y es que ya se sabe que los meteorólogos aciertan cada vez más. Una tormenta se deslizaba violenta por el Atlántico, acercándose a la costa. Vientos huracanados y olas fuertes, habían anunciado. La flota permanecerá amarrada, habían informado.
Lo pensamos de pronto. Era tarde ya. Ese momento del atardecer en que has de decidir si ir a perder el tiempo sentado en un sillón o acabar el día con algo que merezca la pena. Dijiste que sí, que querías venir y me alegré como si fuera un chiquillo al que le acaban de regalar un juguete. Para cuando llegamos al mar, la noche ya había caído. Lloviznaba y las gotas se enroscaban en la luz amarillenta de las farolas, trazando estelas en el aire. Estaba ventoso. Mucho mejor. Cientos de personas se nos habían adelantado. Reíamos. Dichosos de ir a jugar con las olas, de amedrentarnos cuando se levantan poderosas, de tentar a la suerte para calarnos hasta los huesos, de correr fingiendo pavor cuando una onda espumada se levantaba más de la cuenta, felices de estar juntos. Contábamos las olas – la séptima va a saltar-, hacíamos cábalas sobre ellas – cuidado con esta, viene muy alta-, huíamos cuando no debíamos – corre, corre, que esta sí- y nos aliviábamos cuando rompía unos metros más allá sobre algunos más lentos que nosotros – mira ese, le ha caído de lleno-.
Vi las olas indómitas, sí. Y los arabescos de espuma y algas que se formaban sobre el mar, y el batallar de la marea contra el puente, sus ojos repletos de agua, resistiendo el golpeteo titánico del océano. Vi el blanco de las olas recortarse sobre la oscura noche y escuché el rugido del mar al abalanzarse sobre los muros. Pero, sobre todo, te vi a ti. Estabas hermosa, especialmente bella. Reías como una niña, tu pelo mojado, dándome instrucciones para que yo lograra controlar el paraguas que batallaba contra el viento. Me encantó verte correr para evitar la catarata de agua que caía del cielo. Éramos como la propia marea que va y viene. Nos acercábamos al barandado para huir atemorizados y volver a aproximarnos al ritmo de la aguas. Siempre juntos, caminando la vida, el riesgo, el juego, la emoción y la risa, el uno al lado del otro.
Terminamos en un pequeño bar, merendando algo. Yo tenía los pantalones mojados de ola, los labios mojados de besos.
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