Existe un potencial escenario de riesgo para el futuro del libro
electrónico (entendido este tanto como el lector físico como el contenido
digitalizado) que habitualmente no se
tiene en cuenta y es que, simplemente, regresemos a las tecnologías
anteriores. Y no me refiero sólo al papel que, en cualquier caso, ni ha perdido
ni va a perder la batalla en muchas décadas todavía, sino a las técnicas
digitales que todos conocemos, la propia web y los formatos convencionales
abiertos para contener la información.
Los ecosistemas para la creación y distribución de libros
digitalizados son, a propósito, asfixiantes. Controles de copia del contenido
incluso para uso particular, DRMs, formatos artificialmente complejos,
plataformas de hardware que, también a propósito, se diseñan incompatibles
entre sí (a veces en detalles tan ridículos como las baterías o los conectores)
o deliberadamente programados para quedar obsoletos en pocos años, restricciones para leer un libro en función de
dónde se haya fabricado el ordenador o la tableta o el teléfono, libros que
sólo se pueden leer o descargar en ciertos aparatos o en ciertas zonas
geográficas, tarjetas de crédito para todo, tarifas de conexión carísimas,
nubes de almacenamiento sin privacidad alguna y al albur de que una empresa
privada la cierre en cualquier momento, precios elevadísimos de algunas máquinas
(sobre todo ciertos smartphones y las tabletas que no valen
lo que cuestan si las comparamos con cualquier ordenador), formatos de
presentación del texto que fallan una y otra vez en función del dispositivo que
se use, calidad de visualización muy mediocre en muchos casos, etc.
Cierto es que no hay elección, actualmente, para el usuario
y este- motivado casi exclusivamente por el precio o simplemente por la
facilidad de obtener contenidos gratis legal o ilegalmente- “pasa por el aro”. Pero
soportar este estado de cosas porque no hay alternativa no implica que se acepte.
Esta situación es inestable en sí misma. Tarde o temprano los usuarios, el
mercado, van a encontrar a alguien que ofrezca lo que el público desea. Quizá
los propios autores si se decantan por la autopublicación. Y este nuevo
escenario puede darse por la aparición de una nueva tecnología (aunque hoy por
hoy, no parece que haya ninguna madura) o porque, una vez que desaparece el
encanto de lo “nuevo”, se regrese a las tecnologías anteriores.
No hay que inventar casi nada. La tecnología apropiada ya
existe. Se trata de la web y los formatos habitualmente utilizados en ella. Un
libro cualquiera puede visualizarse perfectamente en formatos como el PDF y en la Web. Hay algunas prestaciones de ePub que están
desarrolladas también en PDF pero que no se usan. HTML5 posee una potencia
incomparablemente superior a la que ofrecen los formatos ePub, Mobi u otros que
no son sino un breve subconjunto creado para lidiar con las limitaciones del
hardware escaso (en velocidad, potencia del microprocesador, memoria y tamaño
de pantalla) de los dispositivos móviles. ePub3 no acaba de consolidarse y es, de facto, casi un HTML5. HTML5 se puede
visualizar correctamente en muchísimos navegadores y en cualquier plataforma. No
es previsible que el mercado siga aceptando como “bueno” un aparato que tiene
una pequeña fracción de la potencia de un ordenador convencional. Por supuesto
que se desea ligereza y portabilidad
pero por ello no tenemos que leer en micropantallas, dejarnos los ojos en el
intento y aceptar maquetaciones pobres. Menos aún, estar atados como siervos de
la gleba a un sistema que tiene dueño.
Una novela convencional, lineal, puede leerse con
ventajas en un PDF bien construido y se visualiza apropiadamente en casi cualquier
aparato. Una historia interactiva, o enriquecida o dotada de elementos
multimedia puede ser desarrollada en HTML5 (o incluso en Flash si algún día termina la
guerra comercial entre empresas y colaboran para adaptar todo lo que sea necesario) de manera mucho más eficaz que con formatos
propietarios o formatos creados ad-hoc sin necesidad.
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