Por cuatro noventa merece la pena cenar en esa hamburguesería.
Doble de carne, patatas fritas, un sobrecito con aros de cebolla y una coca
cola grande. Como está ubicada al final de centro comercial, no suele estar
llena, la decoración es agradable y la carne, igual de grasienta en apariencia,
parece de más calidad que la de las grandes cadenas. Eligen una mesa con dos
banquetas corridas, forradas en skay.
-
Me alegro que hayas regresado. Se me ha hecho
largo tu viaje – le dice la chica, mientras con una de sus manos juguetea con
los anillos que lleva en la otra, fijando la vista en ellos, sin mirarle.
-
Sí, yo también, pero ¿qué quieres?, el curro es
el curro- contesta él, delgado, pecoso, con una nariz excesivamente ancha, pelo
lacio, enfrascado en teclear algún mensaje en su Smartphone.
-
¿Sabes?, estuve el martes con Paola en el cine.
Una película muy romántica sobre una pareja que vive en Berlín y se traslada a
la India. No me acuerdo cómo era el título.
-
No importa. Si te gustó, está bien.
-
Sí, nos gustó a las dos. Podías haber venido de
estar aquí.
-
Odio el autocorrector – musita él.
-
¿Qué? – ella le mira por un instante para volver
a juguetear con los anillos.
-
¡Ah!, perdona, estaba hablándole al teléfono. Es
que escribo y me cambia las palabras.
-
Ya, a mí me pasa lo mismo. ¿A quién escribes?
-
A Juanma. No sé si va a venir con la panda el
sábado.
-
¿La panda? – ahora, sí fija sus ojos en él.
-
Sí, vamos a fiestas de Bilbao.
-
¡Joder!, no me lo habías dicho. Yo tenía otros
planes. – protesta la chica.
-
Lo siento – él la mira por un momento y continua
escribiendo-, se me habrá pasado. Con tanto curro, se me olvidan la tira de
cosas.
La camarera les trae las bandejas con la hamburguesa de dos
pisos, las patatas, el tomate y dos hojas de lechuga. Toman los cubiertos y se
ponen a comer inmediatamente. Tienen hambre. En el teléfono de él suena un
pitido y, mientras come, usa su otra mano para deslizar un dedo por la
pantalla. Se ríe.
-
¿Qué pasa?- pregunta ella, sin dejar de comer.
-
El guasap - él vuelve a sonreír.
– Este Igor es la leche, no sé de dónde coño saca estos chistes.
-
Entonces, ¿cuándo vamos a estar juntos? – pregunta
la chica.
-
Ahora estamos juntos.
-
Pero es poco.
-
¿Y qué quieres que haga? – contesta mientras
unta un trozo de carne en el tomate.
-
¿Vamos luego al cine? – sugiere ella.
-
Estoy muy cansado. Compréndelo, acabo de llegar
del viaje. – se excusa él – Espera, que le voy a contestar a este jodido- se
pone a teclear.
Han acabado la comida pero les queda media coca-cola.
-
¿Tienes muchos mensajes?- pregunta.
-
¡Uff! No veas, estoy en veinte grupos al menos.
Y ya sabes, chica, hay que contestar, estar presente.
-
Sí, claro, lo entiendo – el anillo del meñique
está flojo definitivamente. Tendrá que llevarlo a ajustar.
Han terminado la bebida y pedido la nota.
-
¿A escote? – es él el que habla.
-
Vale, cinco euros cada uno.
-
Aquí van.
-
¿Entonces, no vamos al cine?
-
De veras, que estoy muerto. Otro día ¿vale?
-
No me haces suficiente caso. – protesta ella.
-
¿A qué viene eso ahora?- contesta sin apartar la
vista de la pantallita del teléfono.
-
Pues que entre el trabajo, tus amigos y tu
cansancio, me paso el día sola.
-
No digas eso. Ya sabes que te quiero, pero
tenemos que adaptarnos a las circunstancias. Ya tendremos tiempos mejores – el “pip”
que anuncia la llegada de nuevos mensajes suena seis o siete veces.
- Es que te echo mucho de menos cuando estás lejos.
Yo quiero esto, tenerte conmigo, como ahora, charlando tan bien como estamos.
Él no llega a escucharla porque el Whatsapp
está que arde esta noche. Juanma acaba de contestar y está leyendo lo que dice.
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