No se había rasurado en varios días pero hoy sí lo ha hecho.
Como entonces, como cuando estaba con ella, que se levantaba media hora antes
para, frente al espejo, pasarse la maquinilla eléctrica repetidamente por las
mejillas y el cuello hasta estar seguro que quedaban suaves. Recuerda las
caricias de Paloma en su cara. Sí, hoy se ha vuelto a afeitar. Hoy es un día
que merece hacerlo, que precisa que se haga. Incluso, se ha echado un poco de
fragancia, igual que entonces.
Mira por la ventana del ático que tiene alquilado en la
calle San Francisco. Está bien, es pequeño pero cómodo. Hoy es un día despejado
y a lo lejos se ve una pequeña franja de mar, desvaída en la distancia. No se
distinguen las gaviotas que a buen seguro estarán revoloteando por encima de
los pesqueros que acabarán de atracar en puerto, ni se escucha el grave sonido
de las bocinas de los barcos ni el vocerío de los estibadores. Da igual porque siempre ha considerado ese
apartamento como provisional hasta volver al hogar.
Sabe que las horas en el trabajo se le van a pasar rápido.
Hacía tiempo, demasiado tiempo, que no se sentía así. Aunque le cuesta
reconocerlo, el mundo se le aparece de una u otra forma en función de ella, de
Paloma. Sí, son estupideces, ese enamoramiento que dicen pasajero pero que a él
no se le pasa. Pero, hoy, todo es diferente. Decide ponerse el traje y la
corbata jaspeada, porque a ella siempre le gustó. Se mira varias veces en el
espejo y se ve bien, nota que tiene un brillo especial en los ojos. No es para
menos, hoy vuelve a casa. Sí, quizá sólo por un rato, y sin ella, pero vuelve y
eso es lo importante.
Toma un poco de betún y un cepillo. Sube un pie sobre una
banqueta y limpia el zapato. Luego el
otro. A ella siempre le gustaron los zapatos limpios. Lástima que hoy no vaya a
apreciarlos.
Apenas desayuna. Los nervios le han quitado el apetito. Ya dicen
que los amores alimentan por sí solos. Eso será. Sale de casa y cierra con llave.
Hoy no dormirá en el ático. Le apetece regresar, aunque ella no vaya a
estar allá.
Hoy regresa a casa, sí, al hogar. A ese espacio íntimo
donde se dijeron tantas palabras de amor y se entregaron en cuerpo y pasión,
donde la vida siempre fue hermosa. Sí, esta noche ha reservado la habitación
215, la que siempre pedían al final del pasillo. La recepcionista se extrañará de que llegue solo.
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