Tiró del corcho y este salió sin dificultad. Antes de
servir, levantó la botella frente a sus ojos, leyó la etiqueta, y palpó el
cristal con la mano cerciorándose de que la temperatura era la correcta. Sirvió
dos copas y las llevó a la mesa, donde ya esperaban Soraya y un plato de
ibéricos.
-
Sauvignon, 2010. Te va a
gustar- dijo Laura sonriente. – Me alegro que hayas venido.
-
Sólo por este jamón- Soraya se llevó un pedazo a
la boca-, no te vayas a creer que me importas.- le sonrió.
-
La verdad es que tenía ganas de charlar.
-
Para qué están las amigas si no es para poner a
caldo a los hombres- contestó la otra.
Levantaron las copas y brindaron por ellas mismas.
Saborearon el vino despacio, dilatando el tiempo que lo tuvieron en la boca.
-
Entonces, ¿le has visto? – Soraya le miró a los
ojos.
-
Sí, claro.
-
En el fondo lo estabas deseando, ¿no?
-
Sí,… - Laura titubeó- sí, creo que sí. Es todo como
un remolino. No quiero comerme la cabeza con ello. Mejor vivir el momento, lo
que tenga que ser, será.
-
Un gran amor no se olvida, eso ha sido así desde
el inicio de los tiempos. Aunque te niegues a aceptarlo.
- No, no es eso. Es un gran recuerdo, una eterna amistad,
memorias compartidas, qué sé yo qué es. José es un gran tío….pero no es amor lo
que siento ahora. Se me pasó hace mucho.
-
Ya… - Soraya colocó una viruta de jamón sobre un
pedazo de pan y habló mientras comía- … como a mí se me pasó lo de Enrique… ¿a
quién vamos a engañar, Laura, a quién vamos a engañar?
-
No, en serio. Yo ya sé cuándo estoy enamorada y ahora
no lo estoy. De nadie.
-
¿Tampoco de Fernando?
- Tampoco. Le quiero mucho, es un hombre
estupendo, me cuida, se desvive por mí y yo se lo agradezco en el alma. Me
siento bien a su lado pero le veo más como un amigo muy cercano que otra cosa.
-
Con derecho a roce, quieres decir.
-
Llámalo como quieras. Pero no me vuelvo loca por
verle o cuando le veo. No haría locuras por él.
-
Como te ocurría con José, quieres decir.
- Sí, como me ocurría con José. ¿Sabes? Echo de
menos aquellos sentimientos, aquel temblor al pensar en él, aquella necesidad
física, que me salía del estómago, de besarle y abrazarle.
- Pues si lo echas de menos, es que algún
sentimiento quedará todavía por ahí, ¿no?- Soraya bebió un sorbo de vino.
-
Yo qué sé. Creo que no. Creo que no.
-
¿No será que no quieres hacer daño a Fernando?
- La verdad es que estaría más tranquila si me
quisiera menos. Fernando me ama con todo su ser, con la ingenuidad del que cree
en el amor eterno, todas esas chorradas románticas que a él tanto le gustan. Tendría
que haber nacido hace doscientos años. Me siento mal cuando me pide, con esos
ojos de besugo que pone, más amor y yo no puedo dárselo porque, simplemente, no
lo siento. Sería peor todavía engañarle, decirle que le amo como él me ama a mí
¿no? Joder, con los hombres. Si te quieren hasta dar la vida por ti, resultan
poco interesantes y los que te vuelven del revés el sentido, son unos canallas. Tendría que ser posible mezclar lo mejor de todos. La magia y el hechizo de uno - pensó en alguien, pero no lo dijo- y la rendición y devoción del otro- volvió a pensar en alguien.
- Pues tú eres de las que te ha tocado el gordo
dos veces. Dos tíos estupendos besando el suelo que pisas. No sé qué les das,
tía.
Laura sonrió y bajó la vista, como si necesitara unos
segundos para pensar en lo que su amiga le había dicho porque sabía que era
afortunada.
- No quiero atarme a nadie. ¿Tan rara soy? – fue Laura
quién ahora acercó la copa a sus labios.
-
Rarita, sí que eres – Soraya sonrió y le dio un
golpecito en el hombro a su amiga- pero, decidas lo que decidas, lo importante
es que tú te sientas bien contigo misma.
-
Ya, pero no es fácil cuando tu corazón quiere
estar un día en un lado y otro día en otro, y los más en ninguna parte, cuando
ni yo me aclaro de qué es lo que quiero.
-
¿Y eso?
-
Estos días que he estado con José, había un
instinto, un algo incontrolado que me salía de las entrañas por volver a
intentarlo, por recuperar el tiempo perdido, por rehacer el camino ahora que sé
dónde están las piedras para no tropezar en ellas otras vez. Y, a la vez, la
determinación de no hacerlo y de saber que no quiero más compromisos, que es hora de vivir mi vida sin dar cuentas a nadie.
-
¿Y él?
- Dice que siente lo mismo que antes, que nada ha
cambiado. Si yo doy un paso, no pasará un segundo hasta que volvamos a empezar. Me ha llamado un par de veces estos días.
-
¿Entonces, a qué esperas?
- Que no quiero Soraya, que no quiero. Que no me
quiero recluir. Que no estoy enamorada, que sé que sólo es afecto y amistad, ganas
de disfrutar de buenos ratos, no de una vida de rutina. Que sé que tropezamos
siempre en la misma piedra, una vez y otra. Y, además, no quiere hacer daño a
Fernando. Es más de lo mismo. Estoy a gusto con él, es un refugio para mí, para
cuando necesito algo, para sentirme protegida, para cuando tengo que contar mis
cuitas, es mi confidente… pero no quiero atarme, depender de él o que él
dependa de mí, no quiero tener que preocuparme porque él esté bien ni que él
tenga que hacerlo por mí.
-
Pues lo tienes jodido porque esa es la historia
de todas las historias de pareja de todos los tiempos.
-
Pues no es lo que quiero. Me ha costado mucho
sentirme libre.
-
¿De verdad te sientes libre?
-
¿Por qué preguntas eso?
-
Porque hagas lo que hagas, harás daño a alguien,
¿no? No sé yo si uno puede disfrutar de la libertad en esas circunstancias.
-
El daño ya lo he hecho. Me siento culpable por
José. Aún le duele mucho. Y, a Fernando también le duele en el alma que sólo
pueda verle sólo como a un amigo muy, muy especial. ¡Qué dos! Si de ellos
dependiera, me tendría que casar ya con uno u otro.
-
¿Al menos, sabes qué quieres?
-
Seguir los senderos de mi corazón, vivir mi vida
sin dejar heridos en el camino. Aunque no sé si eso es posible.
Soraya se levantó y tomó la botella de la cubitera. Secó el
fondo con la servilleta y llenó ambas copas hasta la mitad.
-
Hoy vamos a salir a divertirnos. A ver si dejas
de pensar en ambos, o en él, o en el otro, o en lo que demonios pienses.
-
¿Cenita y gin tónic?
-
Of course girl- Soraya lo
dijo con pronunciación española.
Salieron a la calle. La noche, casi de verano, era cálida y
la luna se acostaba gibosa sobre los tejados del barrio. Caminaron despacio. Al
doblar la esquina, Soraya agarró el brazo de su amiga y, deteniéndose, le
preguntó:
-
¿Una cosa, Laura?
-
¿Qué?
- ¿Qué se siente teniendo dos hombres locamente
enamorados de una y no estar enamorada de ninguno de los dos?
-
Que, a lo mejor, me estoy mintiendo a mí misma.
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