Una mujer en Berlín (Anagrama, 2005), es un diario, que se presenta como anónimo, de una mujer durante los convulsos meses que siguieron a la llegada de las tropas rusas a Berlín en 1945. La autora es, en realidad, Marta Hillers (1911-2001), periodista que escribió sus vivencias y desgracias desde el 20 de abril al 22 de junio de aquel año. El libro, publicado por primera vez en 1954, difiere ligeramente de los diarios originales.
Un dramático relato de la situación de las mujeres vencidas,
convertidas en botín, en sujeto principal de la venganza de las tropas rusas,
acciones igual de horrendas que las que los soldados nazis habían cometido en
la Unión Soviética unos años antes. La autora, mujer culta, universitaria, de
33 años, soltera, que habla idiomas, inteligente, es violada repetidamente
durante aquel periodo, algo que le ocurría a casi todas las mujeres de Berlín y
otras ciudades alemanas. Ellas aprenden a vivir con el horror y, en ese caos vital,
cada una busca una salida, siendo la más común el hacerse amante falsa de algún
oficial para así quedar menos expuesta a la barbarie. O eso, o poner en peligro
la propia vida y la de sus familiares. Acostarse con un mando es un
salvoconducto y tienen que aceptarlo para sobrevivir (“A partir de las ocho comienza el habitual desfile por la puerta trasera
abierta. Toda clase de hombres desconocidos. De repente hay dos o tres ahí dando
vueltas en torno a mí y a la viuda, intentan tocarnos, tienen la avidez del
zorro. Pero la mayoría de las veces aparece uno de nuestros conocidos y nos
ayuda a quitarnos de encima a los desconocidos. Oí cómo Grischa les ponía al
corriente del tabú, le oí nombrar a Anatol. Y estoy de lo más orgullosa de
haber logrado domesticar a uno de los lobos, acaso el más fuerte, para que me
mantenga lejos del alcance del resto de la manada.”). También recurren a la
solidaridad de género, al ingenio (simular haber contraído el tifus para salvar la virginidad) y a un humor lúgubre pero no por ello menos
aliviador. Utilizan el sentido común y la resistencia interior en un mundo que
ha perdido su civilización.
Evidentemente, la visión de la autora es radicalmente ácida
con los rusos (no sólo por las violaciones sino por su zafiedad e incultura de
acuerdo a lo que relata la autora) pero no olvida las desgracias a las que les
someten también los americanos que quizá no las violan pero las masacran con
sus bombas (“Más vale un
ruso en la barriga que un americano en la cabeza ").
Un relato que tiene toda la intensidad de lo cercano, de lo inmediato, del drama que se vive en primera persona. Las mujeres, dentro del desaliento y el asco que sienten (“Tengo la asquerosa sensación del pasar-de-mano-en-mano. Me siento humillada y ofendida, degradada a objeto sexual” – “Tengo mi cara apoyada en sus rodillas y sollozo y lloro y lloro todo el llanto del alma”), acaban por asumir su situación y proseguir con una vida, sobrellevando mejor la desgracia que los hombres alemanes, sometidos y sin capacidad de reacción, hasta el punto de que las mujeres se compadecen de ellos (“Nos dan pena, nos parecen tan pobres, tan débiles. El sexo debilucho. Una especie de decepción colectiva se está cuajando bajo la superficie entre las mujeres. El mundo nazi de glorificación del hombre fuerte, el mundo dominado por los hombres... se tambalea y con él se viene abajo también el mito «hombre» "). Unos hombres que prefieren esconderse de la realidad, avergonzándose de ellas cuando realmente deberían avergonzarse de sí mismos.
Un relato que tiene toda la intensidad de lo cercano, de lo inmediato, del drama que se vive en primera persona. Las mujeres, dentro del desaliento y el asco que sienten (“Tengo la asquerosa sensación del pasar-de-mano-en-mano. Me siento humillada y ofendida, degradada a objeto sexual” – “Tengo mi cara apoyada en sus rodillas y sollozo y lloro y lloro todo el llanto del alma”), acaban por asumir su situación y proseguir con una vida, sobrellevando mejor la desgracia que los hombres alemanes, sometidos y sin capacidad de reacción, hasta el punto de que las mujeres se compadecen de ellos (“Nos dan pena, nos parecen tan pobres, tan débiles. El sexo debilucho. Una especie de decepción colectiva se está cuajando bajo la superficie entre las mujeres. El mundo nazi de glorificación del hombre fuerte, el mundo dominado por los hombres... se tambalea y con él se viene abajo también el mito «hombre» "). Unos hombres que prefieren esconderse de la realidad, avergonzándose de ellas cuando realmente deberían avergonzarse de sí mismos.
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