5/1/15

Un café solo




La tarde era fría y los transeúntes aceleraban el paso deseosos de llegar a sus casas. La luna se mostraba medio crecida, amarillenta, recién levantándose perezosa por encima de los edificios.
-        ¿Te apetece un café? – dijo ella- Podemos sentarnos un rato aquí al lado. Sé de un sitio agradable.
Lo era. Una cafetería pequeña y recoleta, cálida, con mesas que parecían troncos de roble cortado, con libros en las estanterías y conversaciones en voz baja. Una clientela educada, tranquila, que apreciaba las palabras. Una chica se afanaba en terminar algún trabajo en su computadora. Una pareja miraba un catálogo de viajes. Olía a café y a té, a menta y a regaliz. Tras de la cristalera, la vida estaba acelerada; dentro, el mundo se había detenido o quizá era que él no deseaba que trajeran el café, que el tiempo no pasara. Muy bajito, casi imperceptible, sonaba el piano de Cheryl Amelang. En el centro, unas tímidas llamas azuladas surgían de entre unas rocas suaves y curvas, como si se tratara de un jardín japonés con flores de fuego. Apetecía sentarse allá, mirarla, ver cómo las luces y las llamas dibujaban arabescos de luz en su cara.
Él acercó la silla a la de ella y charlaron de todo un poco, rieron, e incluso rozaron sus zapatos como si fuera una casualidad. Él pensó que cuanto más cerca la tenía, más lejos sentía que podrían ir juntos.
-        ¿Te ha gustado el café? – preguntó ella. - ¿Siempre lo tomas solo?
-        Ya no, ya no me gusta solo- contestó él pero no supo si ella le había entendido.
 
 

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