31/10/25

The Durham Poems

 


The Durham Poems, de Benjamin Laird, genera un libro en pantalla con 15 poemas seleccionados aleatoriamente desde una colección de 23. Los poemas de Durham forman parte de una serie más amplia de composiciones biográficas, tanto en formato impreso como digital, que narran la vida de William Denton (1823-1883), geólogo, conferencista científico, espiritualista y pensador radical. Esta colección usada en esta obra se centra en la infancia y juventud de Denton, abarcando los años 1823 a 1842 en el condado de Durham, Reino Unido.

Los poemas son escritos con sus palabras desordenadas y móviles. La interacción del usuario con la página con el movimiento del cursor hace que las palabras varíen su posición y configuración. Conforman, así, un ejemplo de poesía concreta y cinética. 

Puede leerse desde este enlace.






30/10/25

Es posible recuperar la entrada dada a un LMM desde su respuesta

 


Investigadores de la Universidad de Roma, la Universidad de Leipzing, el EPFL y el Archimedes RC, (Giorgos Nikolaou, Tommaso Mencattini, Donato Crisostomi, Andrea Santilli, Yannis Panagakis, Emanuele Rodolà) han publicado en Arxiv un interesante artículo sobre el uso y protección de datos en su entrenamiento y respuestas. En concreto, el estudio apunta a que un LLM recuerda todo lo que todo lo que se escribe como preguntas puede recuperarse exactamente desde los estados ocultos del modelo de lenguaje. No, un texto parecido, similar. No. Puede recuperarse el texto exacto introducido. Un estudio que cambia la idea actualmente existente sobre cómo funciona internamente un LLM, sobre su interpretabilidad y sobre lo que realmente significan las "representaciones".

El artículo Language Models are Injective and Hence Invertible propone un cambio de paradigma en la comprensión de los modelos de lenguaje basados en Transformers. Tradicionalmente se ha asumido que estos modelos son no inyectivos —es decir, que diferentes entradas pueden producir las mismas representaciones internas— debido a la presencia de funciones no lineales, normalización y mecanismos de atención que aparentemente pierden información. Sin embargo, los autores demuestran teórica y empíricamente que esta suposición es falsa: los modelos de lenguaje son inyectivos casi con certeza, lo que implica que cada secuencia de entrada se puede recuperar exactamente a partir de sus representaciones internas. Es decir, es como si no hubiera cálculos probabilísticos en el cálculo matemático de los pesos de los nodos. Al contrario, el estudio concluye que hay relaciones biunívocas entre entradas y salidas. Siendo esto cierto, significaría que el camino de vuelta desde la respuestas propuesta por el LLM a la exacta pregunta del usuario es un recorrido factible.

La inyectividad significa que no existen “colisiones” entre diferentes entradas: cada prompt genera una representación única. El artículo establece este resultado de tres maneras. Primero, demuestra matemáticamente que los Transformadores decodificadores —bajo condiciones normales de inicialización y entrenamiento— son funciones real-analíticas que preservan la unicidad de las entradas. Segundo, verifica empíricamente la ausencia de colisiones mediante miles de millones de pruebas en seis modelos de lenguaje de última generación (GPT-2, Gemma-3, LLaMA-3.1, Mistral-7B, Phi-4-mini, y TinyStories-33M), encontrando que ninguna pareja de prompts distintos produce representaciones idénticas. Tercero, presenta un algoritmo práctico, denominado SIPIT (Sequential Inverse Prompt via Iterative Updates), capaz de reconstruir el texto original exactamente a partir de los estados ocultos del modelo en tiempo lineal.

El enfoque teórico se basa en la "real-analiticidad" de cada componente del Transformer (embeddings, LayerNorm, atención causal, MLPs, y conexiones residuales) es una función analítica real. Esto permite demostrar que el conjunto de parámetros donde ocurren colisiones es matemáticamente insignificante. Además, los autores prueban que los procedimientos de entrenamiento mediante descenso de gradiente preservan la inyectividad, ya que las actualizaciones no pueden llevar a los parámetros a ese conjunto degenerado.

En el plano práctico, SIPIT convierte esta propiedad en una herramienta operativa. Aprovechando la estructura causal del Transformer, reconstruye el texto token por token, comparando el estado oculto observado con los posibles estados que generaría cada token candidato. El algoritmo garantiza recuperación exacta en tiempo lineal respecto al tamaño del vocabulario y la longitud de la secuencia. En experimentos, SIPIT logra 100% de exactitud en la reconstrucción de prompts, superando ampliamente métodos previos como Hard Prompts Made Easy o la búsqueda exhaustiva, y con tiempos de ejecución significativamente menores.

Los experimentos también muestran que las distancias entre representaciones de distintos prompts crecen con la profundidad de la red y se mantienen muy por encima de los umbrales de colisión, incluso al analizar miles de millones de pares. Esto confirma empíricamente la inyectividad en toda la arquitectura.

Finalmente, los autores discuten las implicaciones teóricas, interpretativas y legales de sus hallazgos. En términos científicos, desmontan la idea de que los Transformer sean incomprensibles y azaroso en su representación interna: toda la información del texto original está preservada en los estados ocultos. En cuanto a la interpretabilidad, esto implica que el último estado del modelo contiene toda la información del prompt, proporcionando una base sólida para estudios causales y de transparencia. En el ámbito ético y regulatorio, advierten que los estados ocultos de un modelo no son meras abstracciones, sino equivalentes funcionales del texto original, lo cual tiene consecuencias para la privacidad, el almacenamiento y la eliminación de datos personales. 

El "paper" redefine el entendimiento de cómo los modelos procesan y retienen la información, estableciendo un marco teórico sólido para futuras investigaciones sobre transparencia, seguridad y privacidad en IA.




24/10/25

Detritus

 


Detritus, de Ben Jackson, es la obra de ficción interactiva que ha obtenido el primer premio en la edición 2025 de The Interactive Fiction Competition.

La historia es de ciencia ficción y nos lleva a una nave espacial perdida en el espacio profundo, y que una falla catastrófica en el casco. Todo está desconectado y no hay señales de la tripulación. 

El lector debe explorar los restos de la nave y, a partir de recuerdos fragmentados, descubrir qué pasó con la tripulación y reconstruir los hechos que llevaron al desastre. La nave está llena de suciedad y en esos detritos pueden encontrarse pistas importantes. 

El juego incluye varios niveles de dificultad, con tres finales diferentes. Incluye un tutorial que será útil ya que en todos estos juegos de IF encontrar las preguntas correctas, en el sentido de que las entienda el parser, siempre es dificultoso.

Más información en este enlace.





23/10/25

Commaful

 


Commaful es un portal para que escritores aficionados puedan subir y compartir pequeños relatos que deben estar realizados como secuencia de diapositivas, cada una de ellas con un fondo fotográfico sobre el que se superpone un pequeño texto.

No es una comunidad muy grande pero sí bastante activa.

Las historias que se suben se clasifican, y pueden ser recuperadas, por géneros literarios.

Puede accederse desde este enlace.









21/10/25

Nueva Física o el affaire Europa-6

 



Capítulo I: Frank Schumastein

La ciudad de Nueva Berlín se extendía bajo el cielo gris de noviembre del año 2318 como un organismo de cristal y acero que respiraba al ritmo de millones de vidas. Los edificios, ninguno inferior a los cien pisos, se alzaban como árboles de un bosque metálico, conectados entre sí por pasarelas transparentes donde los transportadores levitantes fluían en corrientes ordenadas. Las antiguas calles habían desaparecido hacía dos siglos; ahora, el tráfico discurría en cinco niveles aéreos diferentes, mientras que la superficie se había convertido en un vasto parque donde los ciudadanos paseaban bajo cúpulas climáticas que protegían del frío, del calor y la lluvia ácida que aún no se había logrado erradicar completamente. De todos modos, dentro de las ciudades, se simulaban las estaciones naturales con claveles, margaritas,  lirios, prímulas, fresnos, magnolios y cerezos floreciendo en la teórica primavera y hojas cayendo amarillentas o anaranjadas en un otoño que no existía. Todos eran de colores vivísimos, producto de la exquisita ingeniería genética que dominaban los jardineros estatales.

Frank Schumastein contemplaba la ciudad desde su despacho en el piso ochenta y siete del Instituto de Física Avanzada Laboeurop-65, el más importante por los regentados por el gobierno continental europeo. Era un hombre de mediana edad, cuarenta y tres años, de complexión delgada que rozaba la fragilidad, con el cabello castaño ya salpicado de canas y unas gafas de lectura anticuadas que se negaba a cambiar por implantes oculares, algo que le daba un aspecto ligeramente anacrónico. Sus ojos verdes delataban una inteligencia aguda, pero también un cansancio perpetuo de quien lleva años navegando las profundidades de ecuaciones que desafían la intuición humana.

Estaba revisando las últimas simulaciones del comportamiento de las supercuerdas en espacios de Calabi-Yau cuando la puerta de su laboratorio se abrió sin llamada previa. Frank levantó la vista, molesto por la interrupción, y se encontró con la figura imponente del oficial Deoitter.

El policía era todo lo contrario a Frank: un hombre corpulento, de casi dos metros de altura, con el cráneo completamente afeitado y una mandíbula cuadrada que parecía tallada en granito. Sus ojos grises eran fríos como el acero, y vestía el uniforme negro de la Policía de Seguridad Continental, con las insignias plateadas que delataban su rango considerable. Deoitter era conocido en los círculos de investigación por su eficiencia brutal y su falta absoluta de sentido del humor.

—Doctor Schumastein —dijo sin preámbulos, su voz grave resonando en el pequeño laboratorio—. Tiene que acompañarme. Ahora.

Frank parpadeó, desconcertado.

—¿Perdón? Estoy en mitad de una simulación importante. Si necesita algo de mí, puede demandar cita con mi asistente electrónico.

—No es una petición —lo interrumpió Deoitter—. Es una, digamos, sugerencia insistente, usted me entiende. Recoja lo que necesite. No se preocupe, estará en su hogar por la noche.

—¿Una orden? —Frank se levantó, sintiendo cómo la irritación se mezclaba con un primer atisbo de inquietud—. ¿Con qué autoridad? Trabajo para el Consejo de Investigación Científica, y mi agenda...

Deoitter dio un paso adelante. Su mera presencia física era una amenaza.

—Doctor Schumastein, puede venir por las buenas o puedo hacer que esto sea... desagradable. Para usted y para quienes le rodean. Su elección.

El tono de amenaza velada no pasó inadvertido. Frank tragó saliva. Conocía los rumores sobre Deoitter, sobre los científicos que habían tenido problemas con la Seguridad Continental y habían visto cómo sus carreras se desvanecían de la noche a la mañana, o peor aún, cómo simplemente desaparecían de la circulación. En el año 2318, los derechos individuales existían en el papel, pero el poder de los gobiernos era absoluto cuando se trataba de "seguridad estratégica". Los cinco estados continentales existentes sobre el planeta no estaban en guerra, pero sí en dura competencia por lo que se armaban hasta los dientes y mantenían un secretismo tecnológico extremo.

—Está bien —murmuró Frank, apagando su terminal holográfico—. Pero al menos déjeme avisar a mi esposa. Teníamos planes para esta noche.

Deoitter asintió con un movimiento mínimo de cabeza. Frank activó su comunicador personal, un pequeño dispositivo implantado detrás de la oreja que proyectaba una imagen holográfica de su interlocutor cuando era necesario.

—¿Rosanne? Cariño, escucha... —su mente trabajaba a toda velocidad buscando una excusa creíble—. Ha surgido algo urgente en el observatorio. Una supernova en la constelación del Boyero, acaba de detectarse. Ya sabes cómo es esto, todos los telescopios apuntando al mismo punto, datos que analizar... Llegaré muy tarde. No me esperes despierta.

La voz de Rosanne sonó comprensiva pero también ligeramente decepcionada.

—Otra vez, Frank. Habíamos quedado en ver esa nueva serie inmersiva juntos. — contestó desde su casa. Los espectáculos inmersivos en los que los espectadores vivían la trama de la historia en un mundo 3D virtual sumamente realista estaban muy de moda. No era barato conseguir una entrada.

—Lo sé, lo sé. Te compensaré, te lo prometo. Un fin de semana en las cúpulas flotantes del Mediterráneo, ¿qué te parece?

Rosanne suspiró.

—Está bien. Ten cuidado. Te amo.

—Yo también te amo.

Cortó la comunicación sintiéndose culpable por la mentira, pero sin saber qué otra cosa decir. No tenía ni idea de qué querían de él, y eso era lo que más le asustaba.


Capítulo II: El Supervisor

El transportador policial de Deoitter era una aeronave compacta y discreta, pero intimidante, de color negro mate con franjas plateadas que indicaban su función oficial. A diferencia de los elegantes transportadores civiles que parecían gotas de mercurio suspendidas en el aire, este vehículo tenía un aspecto marcadamente utilitario y amenazador, con lo que parecían ser emisores de pulsos electromagnéticos en sus laterales. Frank subió en silencio, y el vehículo se elevó con un zumbido grave, insertándose en el flujo de tráfico del nivel cuatro, reservado para vehículos oficiales.

Volaron durante diez minutos hacia el oeste de la ciudad. Frank intentó conversar dos veces con el orangután que lo escoltaba, pero Deoitter se limitó a mirarlo con esos ojos grises e inexpresivos que no invitaban a más preguntas. El policía mantenía una mano sobre los controles y la otra descansaba cerca de lo que Frank reconoció como un paralizador neural, una de esas armas que dejaban a una persona consciente pero completamente incapaz de moverse durante horas.

Finalmente, el transportador comenzó a descender hacia uno de los edificios más imponentes de Nueva Berlín: el Centro de Investigación Europa-6. Era una estructura masiva de cuarenta pisos, pero con una base que ocupaba más de diez manzanas, construida enteramente en un material que parecía vidrio oscuro pero que Frank sabía era un compuesto de grafeno y titanio capaz de resistir impactos nucleares. El edificio tenía la forma de una pirámide truncada, con jardines suspendidos en cada uno de sus niveles y una corona de antoparabólicas y telescopios en la azotea que apuntaban constantemente al cielo. Había rumores de que, bajo tierra, llegaba a tener hasta treinta niveles pero nadie que Frank conociese había visitado el submundo de Europa-6.

Aterrizaron en una plataforma privada del piso treinta y cinco que se suspendía en voladizo sobre el aire. Un par de guardias de seguridad, también con uniformes negros, verificaron sus identidades mediante escáneres retinianos antes de permitirles pasar. Frank había estado allí dos veces antes, en ceremonias oficiales donde se entregaban premios y reconocimientos, pero nunca había ido más allá del gran auditorio del piso diez.

Deoitter lo guió por pasillos de paredes blancas donde el único sonido era el suave zumbido de los sistemas de climatización. Finalmente, se detuvieron ante una puerta de madera auténtica —un lujo extraordinario en el siglo XXIV— con una placa que decía: "Supervisor Regional Ranmord, Seguridad Estratégica Continental".

La puerta se abrió automáticamente, y Frank entró en una oficina que le dejó sin aliento. Era enorme, con ventanales del suelo al techo que ofrecían una vista panorámica de Nueva Berlín. El mobiliario era minimalista pero evidentemente carísimo: una mesa de trabajo flotante hecha de algún tipo de madera negra que Frank no supo identificar, sillas ergonómicas que se adaptaban al cuerpo del ocupante, y en las paredes, pantallas holográficas que mostraban mapas del continente europeo con múltiples marcadores de colores cuyo significado Frank solo podía imaginar.

Detrás del escritorio estaba el supervisor Ranmord.

Era un hombre de unos sesenta años, aunque los tratamientos genéticos hacían difícil determinar su edad con precisión. Tenía el cabello plateado peinado hacia atrás con absoluta perfección, un rostro anguloso de rasgos aristocráticos, y vestía un traje de corte impecable en tonos grises que probablemente costaba más que el salario anual de Frank. Sus ojos eran penetrantes e inteligentes, pero había en ellos una frialdad que hizo que Frank sintiera un escalofrío.

—Doctor Schumastein —dijo Ranmord con una voz cultivada, levantándose y extendiendo la mano—. Es un placer finalmente conocerle en persona. He seguido su trabajo con gran interés. Por favor, tome asiento.

Frank estrechó la mano —fría, firme— y se sentó en una de las sillas, que inmediatamente se moldeó a su espalda. Deoitter permaneció de pie junto a la puerta, como una estatua amenazadora.

—Señor Ranmord —comenzó Frank, tratando de mantener la voz firme—. Debo decir que la forma en que he sido traído aquí es, cuando menos, irregular. Si necesitaba hablar conmigo, una simple llamada hubiera...

Ranmord levantó una mano con un gesto elegante pero inequívoco de silencio.

—Doctor, por favor. Entiendo su incomodidad, pero créame, la discreción era necesaria. Lo que voy a discutir con usted es de la máxima clasificación de seguridad. —Hizo una pausa, estudiando a Frank con esos ojos fríos—. Permítame que le ponga en contexto. Usted, doctor Schumastein, es uno de los científicos más brillantes de nuestra generación. Su trabajo en teoría de ibuzus, en gravedad cuántico-asintótica y en cosmología gravito-temporal es... extraordinario.

Frank sintió un rubor de orgullo involuntario, pero se mantuvo en silencio.

—Su artículo del año pasado —continuó Ranmord, activando una pantalla holográfica que mostró el título de una publicación científica— "Simetrías no conmutativas en espacios de Calabi-Yau compactificados: hacia una formulación asintótica de la gravedad cuántica", fue citado más de dos mil veces en seis meses. Revolucionario. Y su más reciente trabajo, junto con el equipo de la doctora Valerius, sobre las correcciones temporales en geometrías de Lorentz modificadas... bueno, digamos que ha abierto puertas que creíamos cerradas para siempre.

Frank asintió lentamente. Era cierto. Durante más de dos siglos, la comunidad científica había aceptado como dogma la teoría de la relatividad de Einstein. La velocidad de la luz —299.792,458 metros por segundo— era la barrera absoluta e infranqueable del universo. Nada podía moverse más rápido. Einstein lo había demostrado matemáticamente, y décadas de experimentos lo habían confirmado.

Pero en el año 2194, algo cambió. El experimento Nakamura-Kowalski en el acelerador de partículas orbital de L5 había detectado anomalías en el comportamiento de neutrinos sometidos a campos gravitacionales artificiales de extrema intensidad. Eran desviaciones mínimas, apenas medibles, pero estaban ahí. Durante las siguientes décadas, físicos de todo el mundo intentaron replicar y explicar estos resultados.

Fue en 2237 cuando la física de la ciudad de Milano, Dr. Sofia Caretti, publicó su revolucionario teorema de asimetría cuántica-gravitacional, que postulaba que la velocidad de la luz no era una constante universal infranqueable sino una constante franqueable dependiendo de la topología del espacio-tiempo. En geometrías altamente curvadas combinadas con ondas gravitacionales del tipo solitón, las ecuaciones de Einstein dejaban de ser exactas. Aparecían términos correctivos, pequeños pero significativos, que permitían —al menos teóricamente— velocidades superiores a “c”, la velocidad de la luz.

El trabajo de Frank había sido fundamental para comenzar a desarrollar el aparato matemático que describía estos regímenes extremos. Junto con otros colegas, había reformulado la teoría de cuerdas para incorporar estos nuevos descubrimientos, creando lo que ahora se conocía como gravedad cuántica-asintótica, una teoría que convergía a la relatividad general de Einstein en condiciones de baja energía, pero que permitía comportamientos radicalmente diferentes en regímenes extremos.

Los artículos eran técnicos, llenos de tensores de Riemann modificados, ecuaciones de campo de Yang-Mills generalizadas, y correcciones topológicas que hacían que incluso los físicos experimentados tuvieran que releerlos tres veces. Frank había publicado trabajos con títulos como "Flujos de Calabi en variedades de Kähler-Einstein: implicaciones para la propagación superlumínica en espacios ADS/CFT", y "Correcciones logarítmicas en la entropía de agujeros negros y su relación con la velocidad de fase en geometrías de Finsler".

La matemática era hermosa, compleja, y —lo más importante— parecía funcionar. Las simulaciones por computadora sugerían que era posible, al menos en teoría, crear un campo que modificara localmente la estructura del espacio-tiempo de tal manera que permitiera el movimiento a velocidades un millón de veces superiores a la de la luz.

— Ya conoce el Proyecto Lighting —dijo Ranmord, interrumpiendo los pensamientos de Frank—. Usted forma parte del equipo central desde hace ocho meses.

No era una pregunta. Frank asintió.

—Sí, señor.

—La Lighting-1 —continuó Ranmord, levantándose y caminando hacia los ventanales— será el mayor logro de la humanidad. Una nave capaz de viajar a trescientos gigakilómetros por segundo. Un millón de veces más rápida que la luz. Imagine las posibilidades, doctor. La estrella más cercana, Próxima Centauri, en ciento veinte segundos. El centro de la galaxia en dieciocho días. La galaxia de Andrómeda en un mes. Incluso NGC3949, a cincuenta millones de años luz, estaría al alcance en apenas cincuenta años de viaje.

Frank conocía los números de memoria. Habían sido el tema de innumerables discusiones en el equipo del proyecto. Sí, el universo profundo seguiría estando fuera de alcance —las distancias cosmológicas eran simplemente demasiado grandes— pero el espacio intergaláctico cercano se abriría como nunca antes. Y no solo para la exploración: la posibilidad de situar telescopios a distancias de millones de millones de kilómetros permitiría avances en astrofísica que ahora apenas podían imaginarse.

—Es emocionante, sin duda —dijo Frank con cautela—. Pero señor Ranmord, ¿por qué estoy aquí? Mi contribución al proyecto es modesta. Hay al menos veinte físicos de mi nivel trabajando en...

—Precisamente —lo interrumpió Ranmord, girándose bruscamente—. Veinte en Europa. Quince en América. Veintitrés en Asia. Nueve en África. Todos trabajando en el mismo problema, todos leyendo los mismos artículos, todos avanzando. —Su voz se endureció—. Y los asiáticos, doctor, siempre los malditos asiáticos, están peligrosamente cerca de adelantarnos.

Frank frunció el ceño.

—La ciencia es colaborativa, señor Ranmord. Todos publicamos en las mismas bases de datos, compartimos estudios, las redes neuronales son entrenadas con datos de todo el mundo ...

—¡La ciencia es poder! —estalló Ranmord, golpeando la mesa con la palma de la mano. La máscara de cortesía había caído por un momento—. El continente que logre primero el viaje superlumínico controlará el futuro de la humanidad. Controlará el acceso a los recursos de otras estrellas, a nuevos mundos, a tecnologías que ni siquiera podemos imaginar. —Recuperó la compostura, alisándose el traje—. Y Europa no puede permitirse ser segunda.

Hubo un silencio pesado. Frank empezaba a vislumbrar hacia dónde iba todo esto, y no le gustaba.

—Señor Ranmord —dijo lentamente—, si me ha traído aquí para pedirme que acelere mi trabajo, le aseguro que ya estoy dedicando todas las horas posibles...

—No, doctor. Lo que necesito de usted es algo diferente. —Ranmord volvió a sentarse, juntando las manos sobre el escritorio—. Necesito que en sus próximas publicaciones... mienta.

Frank parpadeó, seguro de haber oído mal.

—¿Perdón?

—Necesito que publique artículos falsos —continuó Ranmord con absoluta calma—

Papers técnicamente sofisticados, matemáticamente densos, que parezcan continuaciones lógicas de su trabajo anterior. Pero que contengan errores sutiles, pistas falsas, caminos muertos. Su prestigio es tal que serán citados, estudiados, seguidos por investigadores de otros continentes. Y mientras ellos pierden meses, años, siguiendo esas pistas falsas, nosotros avanzaremos en la dirección correcta.

Frank se quedó mirándolo, sintiendo cómo la sangre se le helaba en las venas.

—Eso es... eso es...

—¿Estratégico? —sugirió Ranmord con una sonrisa fría—. ¿Necesario?

—¡Es una violación de todo principio ético de la ciencia! —explotó Frank, levantándose de la silla—. La ciencia se basa en la verdad, en la verificabilidad, en la confianza mutua. Si empezamos a publicar información falsa deliberadamente, destruimos los cimientos mismos del método científico. Nos convertimos en...

—¿En ganadores? —lo interrumpió Ranmord—. Doctor Schumastein, su idealismo es conmovedor, de verdad. Pero vivimos en un mundo real, con competencia real y amenazas reales. Los asiáticos no tienen sus escrúpulos, se lo aseguro. La guerra fría entre continentes no se pelea con armas nucleares, se pelea con información, con tecnología, con ventajas estratégicas. Y usted, doctor, tiene el privilegio de poder servir a su continente de una manera que pocos pueden.

—No —dijo Frank con firmeza—. No voy a prostituir mi trabajo. No voy a engañar a la comunidad científica. Mi respuesta es no.

El silencio que siguió fue gélido. Ranmord se recostó en su silla, estudiando a Frank con una expresión que no auguraba nada bueno.

—Doctor Schumastein —dijo finalmente, con una calma que era más amenazadora que cualquier grito—, le sugiero que piense detenidamente en las consecuencias de su negativa. Usted tiene una posición envidiable: un puesto de investigación de alto nivel, un salario que le sitúa en la clase A-2, acceso a las mejores instalaciones, una familia cómoda y segura. Todo eso... puede cambiar.

—¿Me está amenazando? —preguntó Frank, aunque conocía la respuesta.

—Le estoy informando de la realidad —respondió Ranmord, levantándose—. Su crédito social, su clasificación de seguridad, sus permisos de investigación... todo eso depende de su colaboración con los intereses del continente. Si usted se niega a cooperar, bueno... —hizo un gesto vago— ...podrían surgir preguntas sobre su lealtad. Investigaciones sobre sus contactos con científicos de otros continentes. Auditorías de sus publicaciones anteriores. Ya sabe cómo son estas cosas. Una vez que comienzan, es muy difícil detenerlas.

Frank sintió que el suelo se abría bajo sus pies. Conocía historias de científicos que habían caído en desgracia. Pérdida de puestos de trabajo, congelación de activos, degradación de clase social. En el mundo de 2318, donde cada ciudadano tenía una puntuación de crédito social que determinaba casi todos los aspectos de su vida, una caída así era devastadora.

—Tiene dos días para pensarlo —concluyó Ranmord—. Vuelva aquí el martes a las diecisiete horas. Espero que para entonces haya reconsiderado su posición. Deoitter, acompañe al doctor Schumastein a su casa. 

A través de los gigantescos ventanales, el atardecer estaba llegando a su fin. La línea difusa que separaba el día de la noche había pasado ya hacía rato y las estrellas más brillantes eran ya visibles en el cénit. 

Frank quiso protestar, quiso decir algo más, pero las palabras se atascaron en su garganta. Se dio cuenta de que estaba temblando ligeramente. Deoitter le puso una mano firme en el hombro y lo guió hacia la salida.

—Ah, doctor —llamó Ranmord cuando Frank estaba ya en la puerta—. Y pueden pasar aun más cosas… preocupantes. Muchas. Piénselo. Piense en su familia. Le espero el martes.


Capítulo III: Insomnio

El viaje de regreso fue una pesadilla silenciosa. Frank intentó procesar lo que acababa de suceder, pero su mente parecía atascada, girando en círculos. Cuando el transportador de Deoitter lo dejó en la plataforma de aterrizaje de su edificio residencial, eran casi las veintitrés horas. El policía no dijo una palabra, simplemente esperó a que Frank bajara y luego despegó, desapareciendo en el tráfico nocturno.

Frank vivía en el distrito residencial Norte-7, en el piso cuarenta de una torre diseñada específicamente para familias de clase A-2. El edificio ofrecía todas las comodidades que el siglo XXIV podía proporcionar: cúpulas climáticas en los balcones, sistemas de reciclaje de aire y agua al 99.99%, jardines hidropónicos comunitarios, y un nivel de seguridad que normalmente le hacía sentirse tranquilo. Esa noche, sin embargo, las cámaras de vigilancia y los guardias automatizados le parecieron más carceleros que protección.

Entró en su apartamento —quinientos metros cuadrados distribuidos de manera eficiente— usando el escáner retiniano de la puerta. Todo estaba en silencio y a oscuras. Rosanne y los niños ya dormían. La casa era un modelo de eficiencia moderna: paredes con capacidad de cambiar de posición, color y textura según el estado de ánimo deseado, ventanas que podían volverse opacas o transparentes con un comando de voz, muebles que se adaptaban ergonómicamente y podían plegarse en las paredes cuando no se necesitaban. La cocina era un prodigio de automatización: un sintetizador de alimentos capaz de crear cualquier plato a partir de cartuchos de nutrientes básicos, aunque Rosanne insistía en cocinar con ingredientes reales cuando tenía tiempo. El salón tenía un sistema de proyección holográfica, que podía convertir la habitación en cualquier escenario imaginable. Sus hijos lo usaban constantemente para juegos educativos y entretenimiento.

Frank se movió en silencio hacia el dormitorio principal. La puerta se deslizó sin hacer ruido, y pudo ver a Rosanne durmiendo en la cama. Excepto que no era exactamente una cama en el sentido histórico que se mostraba en crónicas antiguas : era una plataforma de levitación magnética que mantenía el cuerpo suspendido a unos treinta centímetros sobre el suelo, ajustando constantemente la presión en diferentes puntos para optimizar la circulación y prevenir dolores. Un sistema de monitorización médica integrado controlaba las constantes vitales y emitía ondas de frecuencia theta que facilitaban el sueño profundo.

Rosanne flotaba ahí, su cabello rubio extendido como un halo, su respiración profunda y regular. Tenía cuarenta años, era bióloga molecular, y a pesar de las presiones de su propio trabajo siempre había sido el ancla emocional de la familia. Frank la observó durante un momento, sintiendo una mezcla de amor y culpa. ¿Cómo podía contarle lo que estaba sucediendo? ¿Cómo podía explicarle que sus vidas, su seguridad, podrían estar en peligro?

Se quitó la ropa y se recostó en su lado de la plataforma de levitación. Inmediatamente, los sensores detectaron su presencia y comenzaron a emitir las ondas theta. Normalmente, eso lo sumergía en el sueño en cuestión de minutos. Esta noche, sin embargo, su mente estaba demasiado agitada.

Las horas pasaron lentamente. Frank daba vueltas en su suspensión magnética, lo cual era particularmente frustrante porque el sistema seguía ajustándose, creyendo que estaba buscando una posición más cómoda. Miró el techo, donde un proyector suave mostraba una simulación del cielo nocturno con todas las constelaciones visibles.

Ahí estaba el Boyero, la constelación que había mencionado en su mentira a Rosanne. Recordó su excusa sobre una supernova. Qué irónico. Su propia vida parecía estar experimentando un colapso catastrófico, como una estrella muriendo.

Pensó en Ranmord, en sus amenazas apenas veladas. Pensó en Deoitter y sus ojos fríos. Pensó en lo que significaría aceptar: convertirse en cómplice de un engaño masivo a la comunidad científica, prostituir su trabajo, traicionar los principios que había defendido toda su vida.

Pero pensó también en Rosanne, en sus hijos Michael y Maria Rosanne. Michael tenía catorce años, estaba fascinado con la ingeniería biomecánica y soñaba con diseñar las próximas generaciones de implantes neuronales. María Rosanne tenía diecisiete, estudiaba arquitectura ecológica en la Universidad Continental de Nueva Berlín, y tenía novio, amigos, toda una vida por delante.

¿Qué pasaría si Frank se negaba? ¿Perderían su estatus de clase A? ¿Tendrían que mudarse a un distrito inferior? ¿Perdería él su puesto en el instituto? Peor aún, ¿qué significaban esas palabras finales de Ranmord: “pueden pasar más cosas"?

A las cuatro de la madrugada, Frank finalmente se rindió a la idea de dormir. Se levantó silenciosamente y fue hasta su pequeño estudio, una habitación que Rosanne le había preparado hacía unos años para su trabajo personal. Allí, rodeado de pantallas holográficas apagadas y estantes con antiguos libros físicos de matemáticas, se sirvió un vaso de vodka sintético —químicamente idéntico al real pero sin los efectos secundarios negativos para el hígado— y se sentó en su silla ergonómica de capa de gas, que se moldeaba perfectamente a su cuerpo.

En la oscuridad, bebió lentamente, sintiendo el calor del alcohol pero sin encontrar consuelo en él. Su mente seguía dando vueltas al problema, buscando soluciones, buscando salidas, y no encontrando ninguna.

Finalmente, cuando el cielo comenzaba a aclararse con los primeros indicios del amanecer, Frank tomó una decisión. No sabía si era la correcta, pero sabía que tenía que proteger a su familia. Todo lo demás era secundario.

Se quedaría en silencio durante los dos días que Ranmord le había dado. Investigaría, buscaría alternativas, hablaría quizá con colegas de confianza. Y si no encontraba una salida... bueno, entonces tendría que tomar la decisión más difícil de su vida.


Capítulo IV: La Vigilancia

Frank despertó a las ocho de la mañana con un dolor de cabeza punzante y los ojos cargados de sueño. Rosanne ya estaba levantada, y el olor del café real —no sintético— llegaba desde la cocina. Se vistió rápidamente con ropa casual y salió del estudio tratando de parecer normal.

—Buenos días —dijo Rosanne, volviéndose hacia él con una sonrisa que se desvaneció al ver su aspecto—. Dios mío, Frank, te ves terrible. ¿A qué hora llegaste anoche?

—Tarde —murmuró él, aceptando la taza de café que ella le ofrecía—. La supernova resultó ser más compleja de lo esperado. Muchos datos que analizar.

Era otra mentira, y le dolió pronunciarla. Rosanne lo miró con una mezcla de preocupación y algo más, quizá sospecha, pero no dijo nada más. Michael ya había salido hacia su instituto educativo, pero María Rosanne apareció momentos después, lista para partir hacia la universidad.

—Papá, estás hecho un asco —señaló, con la franqueza típica de los diecisiete años—. ¿Otra noche de trabajo?

—Algo así —respondió Frank, intentando sonreír.

María Rosanne era hermosa, con el cabello oscuro de su padre y los ojos azules de su madre. Era brillante, apasionada, y tenía toda la vida por delante. Frank sintió una punzada de miedo al pensar en las amenazas de Ranmord.

—Me voy —anunció ella, besando rápidamente a ambos padres en la mejilla—. Tengo presentación de proyecto a las diez. No me esperen para comer, tengo almuerzo con Kasper.

Kasper era su novio, un estudiante de ingeniería cuántica que a Frank le caía bien, aunque María Rosanne siempre bromeaba diciendo que ningún chico sería suficientemente bueno para su padre.

Frank la vio salir y, casi por impulso, se acercó a la ventana panorámica del salón, que ofrecía una vista espectacular de los jardines suspendidos del distrito. Los transportadores levitantes fluían en corrientes ordenadas en los diferentes niveles del tráfico aéreo. Todo parecía normal, ordenado, pacífico.

Entonces lo vio.

A unos cien metros de distancia, parcialmente oculto detrás de una plataforma de jardín, estaba el transportador de Deoitter. El policía estaba dentro, esperando. Frank sintió que el corazón se le aceleraba. Observó cómo, momentos después, su hija salía del edificio y subía a su pequeño transportador personal —un modelo compacto popular entre los estudiantes universitarios, de color azul metalizado.

El transportador de María Rosanne se elevó y se insertó en el flujo de tráfico. Y entonces, de manera que parecía casual pero que Frank supo que no lo era, el transportador de Deoitter despegó también de su posición y comenzó a seguirla, manteniéndose a una distancia prudente, cambiando de carril ocasionalmente para no ser demasiado obvio.

Frank sintió que la sangre se le helaba. El mensaje era cristalino: estamos vigilando a tu familia. Podemos llegar a ellos cuando queramos.

—¿Frank? ¿Estás bien? —La voz de Rosanne lo sobresaltó.

Se giró, intentando controlar la expresión de su rostro.

—Sí, sí. Solo... estaba pensando en unas ecuaciones.

Rosanne lo miró con escepticismo. Llevaban veinte años casados y podía leer sus estados de ánimo mejor que nadie.

—Frank, ¿qué está pasando realmente? Y no me vengas con la historia de la supernova. Te conozco. Algo te tiene preocupado.

Frank abrió la boca para responder, pero las palabras no salieron. ¿Cómo podía contarle? ¿Cómo podía explicarle que estaban siendo vigilados, amenazados? Rosanne trabajaba en un laboratorio de investigación biomédica del gobierno. Si le contaba, ¿estaría obligada a reportarlo? ¿O también la pondrían en peligro?

—Es solo estrés laboral —mintió finalmente—. El Proyecto Lighting está en una fase crítica y hay mucha presión. Nada de qué preocuparse.

Rosanne no pareció convencida, pero tampoco insistió. Le dio un beso en la frente.

—Está bien. Pero sabes que puedes hablar conmigo, ¿verdad? Sea lo que sea.

—Lo sé —murmuró Frank—. Gracias.

Después de que Rosanne también partiera hacia su laboratorio, Frank se quedó solo en el apartamento. Se duchó, intentando aclarar su mente bajo el chorro de agua ionizada que se ajustaba automáticamente a la temperatura perfecta. Se vistió con su ropa de trabajo habitual —un mono ajustado e informal de color gris— y salió hacia el instituto.

El día transcurrió en una nebulosa de ansiedad. Frank intentó concentrarse en su trabajo, revisando simulaciones y ecuaciones, pero su mente constantemente volvía al problema. Durante la comida, consideró llamar a algunos colegas de confianza, quizá al viejo profesor Hartmann, que había sido su mentor en la universidad. Pero ¿y si los estaban monitoreando? ¿Y si una llamada así solo empeoraba las cosas?

Por la tarde, Frank se encontró revisando sus últimas publicaciones, leyendo sus propias palabras con ojos nuevos. ¿Cómo podría escribir artículos falsos que fueran creíbles? Tendría que ser sutil, introducir errores que parecieran razonables, conclusiones que fueran lógicas pero incorrectas. Era posible, técnicamente hablando. Su conocimiento del campo era tan profundo que sabía exactamente dónde estaban los puntos débiles, las áreas grises donde un error podría parecer plausible. Pero la idea le revolvía el estómago. Había dedicado su vida a la búsqueda de la verdad. La ciencia era lo único en el mundo que parecía puro, incorruptible. Verdad objetiva verificable por experimentos. Y ahora le pedían que la corrompiera.

Al regresar a casa esa tarde, Frank volvió a mirar por la ventana. El transportador de Deoitter estaba allí otra vez, en el mismo lugar. Esta vez el policía no se molestó en ocultarse. Cuando Frank lo miró directamente, Deoitter le devolvió la mirada y luego, deliberadamente, activó algo en su panel de control. Un momento después, el pequeño transportador de María Rosanne apareció en el horizonte, regresando de la universidad.

Frank observó, con el corazón en la garganta, cómo Deoitter esperaba hasta que María Rosanne estuviera cerca y luego, de manera absolutamente deliberada, aceleró su transportador directamente hacia ella. No para chocar —se detuvo a apenas dos metros— pero lo suficientemente cerca como para que su hija tuviera que hacer una maniobra evasiva brusca que la hizo tambalear en el aire antes de recuperar el control.

Fue solo un segundo, un pequeño susto, pero el mensaje era obvio: tu hija podría tener un accidente en cualquier momento.

Frank apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Quiso salir corriendo, tomar su propio transportador, perseguir a Deoitter y... ¿y qué? ¿Pelear con un oficial de policía armado? ¿Acusarlo de acoso cuando probablemente todo estaba siendo grabado desde un ángulo que lo haría parecer un incidente ordinario del tráfico?

Estaba atrapado, y ambos lo sabían.

María Rosanne entró en el apartamento momentos después, pálida y ligeramente temblorosa.

—¿Estás bien? —preguntó Frank inmediatamente, yendo hacia ella.

—Sí, sí. Solo... un idiota en un transportador policial casi me embiste. No estaba prestando atención o algo así. Me asustó.

—¿Te fijaste en quién era? ¿Conseguiste su número de identificación?

La chica lo miró extrañada.

—No, papá. Pasó todo muy rápido. ¿Por qué? Es solo uno de esos incidentes del tráfico. Estoy bien.

Frank asintió, obligándose a calmarse.

—Claro. Sólo... ten cuidado ahí fuera, ¿vale?

Esa noche, cuando todos dormían, Frank volvió a su estudio. Esta vez ni siquiera intentó acostarse. Sabía que no dormiría. Se sentó en la oscuridad, bebiendo otro vaso de vodka sintético, y finalmente aceptó la verdad: no tenía elección.

Ranmord había ganado.


Capítulo V: La Rendición

El día llegó demasiado pronto. Frank apenas había dormido en los dos días transcurridos, y se sentía como un autómata mientras Deoitter lo recogía —esta vez sin pretextos ni amenazas veladas— y lo llevaba de vuelta al Centro Europa-6.

Esta vez, sin embargo, el transportador era diferente. No era el vehículo compacto de antes, sino una patrulla levitante grande, de color negro mate con franjas rojas, claramente armada con emisores de pulsos electromagnéticos visibles en los laterales y lo que parecían ser lanzadores de redes aturdidoras en la parte frontal. Deoitter también traía refuerzos: dos policías más, ambos tan intimidantes como él, que no dijeron ni una palabra durante todo el trayecto.

El mensaje era claro: esta vez no había vuelta atrás. O aceptabas, o las consecuencias serían inmediatas.

La reunión con Ranmord fue breve y tensa. El supervisor estaba sentado detrás de su escritorio flotante, con las manos unidas sobre la superficie de madera negra, su expresión perfectamente neutral.

—Doctor Schumastein —dijo cuando Frank entró, escoltado por Deoitter—. Espero que haya tenido tiempo suficiente para reflexionar.

Frank se sentó en la silla ergonómica, que se moldeó a su cuerpo. Se sentía derrotado, exhausto, pero también furioso. Cuando habló, su voz sonó más firme de lo que esperaba.

—Antes de que diga nada —comenzó—, quiero que sepa que lo que me está pidiendo es una abominación. Es una traición a los principios fundamentales de la ciencia, una corrupción de todo lo que...

—Sí, sí —lo interrumpió Ranmord con un gesto impaciente de la mano—. Ya hemos escuchado su discurso moral, doctor. Muy edificante. Ahora, ¿cuál es su respuesta?

Hubo un silencio. Frank miró a Ranmord, luego a Deoitter, que estaba de pie junto a la puerta con los brazos cruzados y una expresión de absoluto desprecio. Pensó en María Rosanne, en Michael, en Rosanne. Pensó en el transportador policial persiguiendo a su hija, en el casi accidente. Pensó en todas las formas en que un gobierno continental con recursos ilimitados podía destruir una vida.

—Acepto —dijo finalmente, y las palabras le supieron a ceniza en la boca.

Ranmord sonrió, pero no era una sonrisa cálida. Era la sonrisa de un depredador que ha capturado a su presa.

—Excelente decisión, doctor. Sabía que era un hombre razonable. —Se levantó y caminó hacia un panel en la pared, que se iluminó mostrando una serie de documentos holográficos—. Ahora, hablemos de los detalles.

Durante la siguiente hora, Ranmord delineó exactamente lo que se esperaba de Frank. Continuaría con su investigación legítima en el Proyecto Lighting, pero simultáneamente comenzaría a publicar artículos falsos en las principales revistas de física teórica. Los artículos tendrían que ser técnicamente sofisticados —suficientemente complejos como para que solo expertos pudieran evaluarlos— y tendrían que parecer extensiones lógicas de su trabajo previo.

—Los errores deben ser sutiles —explicó Ranmord—. No queremos que parezca que cometió equivocaciones obvias, eso solo dañaría su credibilidad. Queremos que los investigadores asiáticos y americanos inviertan meses, quizá años, siguiendo estas pistas antes de que se den cuenta de que no llevan a ninguna parte.

Frank escuchaba, sintiendo cómo cada palabra era un clavo en el ataúd de su integridad. Ranmord le entregó una lista de temas específicos que debía abordar: métodos para estabilizar campos de curvatura espacial, técnicas de navegación en geometrías de Lorentz modificadas, sistemas de propulsión basados en fluctuaciones cuánticas del vacío.

—Tenemos consultores que le ayudarán —continuó Ranmord—. Expertos en desinformación que saben cómo hacer que una mentira parezca verdad. Por supuesto, ellos no entenderán la física real, así que usted tendrá que hacer el trabajo técnico. Pero le darán orientación sobre cómo estructurar las publicaciones para máxima credibilidad.

Frank asintió mecánicamente. Sentía náuseas.

—¿Y mi trabajo real? ¿Mi investigación legítima?

—Continuará como siempre —respondió Ranmord—. De hecho, esperamos que intensifique sus esfuerzos. Después de todo, queremos que Europa gane esta carrera. Los artículos falsos son sólo para retrasar a la competencia. Su verdadero valor está en ayudarnos a alcanzar antes que nadie el viaje superlumínico.

—¿Y si me niego en algún momento? —preguntó Frank, aunque conocía la respuesta—. ¿Si decido que no puedo seguir con esto?

Ranmord se inclinó hacia adelante, y su voz se volvió fría como el hielo.

—Entonces, doctor Schumastein, descubrirá que las familias pueden ser muy frágiles. Los accidentes ocurren. Las enfermedades aparecen. Los créditos sociales se desploman. Las carreras se destruyen. —Hizo una pausa—. ¿Me he explicado con suficiente claridad?

Frank tragó saliva y asintió.

—Perfectamente claro.

—Bien. —Ranmord volvió a su tono cordial, como si acabara de discutir el tiempo—. Su primer artículo falso debe estar listo en seis semanas. Lo revisaremos antes de la publicación para asegurarnos de que cumple nuestros objetivos. ¿Alguna pregunta?

Frank tenía mil preguntas, pero ninguna que quisiera hacer en voz alta. Negó con la cabeza.

—Entonces estamos de acuerdo. Deoitter lo llevará de vuelta. Y doctor... —Ranmord le dedicó una última sonrisa— ...bienvenido al equipo.


Capítulo VI: La Doble Vida

Los siguientes seis meses fueron los más oscuros de la vida de Frank. Durante las mañanas, trabajaba en su investigación legítima en el Proyecto Lighting, contribuyendo genuinamente al avance del conocimiento humano. Por las tardes, componía mentiras elaboradas envueltas en el lenguaje de la matemática avanzada.

Su primer artículo falso se tituló "Correcciones de segundo orden en la métrica asintótica diferencial modificada: implicaciones para la estabilidad de burbujas de curvatura". Era un trabajo técnicamente impresionante, lleno de ecuaciones tensoriales y diagramas de Feynman, que sugería una técnica específica para estabilizar los campos de curvatura espacial necesarios para el viaje superlumínico. El problema era que la técnica, aunque matemáticamente elegante, requería densidades de energía que solo existían en el centro de agujeros negros y que eran completamente imposibles de generar artificialmente. Un par de sutiles errores en un par de ecuaciones hacía que los valores calculados fueran menores, alcanzables. Había que leer con extremado detalle y entender mucho de Física para hallar esas modificaciones que minoraban la energía calculada. Los errores deslizados por Frank en el paper no eran obvios a primera vista. Solo alguien que pasara meses implementando las ecuaciones y tratando de construir modelos experimentales se daría cuenta de que era un callejón sin salida.

El artículo fue publicado en la prestigiosa revista "Physical Journal of Quantum Cosmology" y fue inmediatamente citado por docenas de investigadores de todo el mundo. Frank recibió felicitaciones por correo electrónico de colegas en Asia, América y África. Cada mensaje de admiración era como un cuchillo en su conciencia.

Su segundo artículo falso, publicado tres meses después, se tituló "Topología de espacios de Calabi-Yau en régimenes superlumínicos: una reformulación del problema de la constante cosmológica". Este era aún más sutil. Proponía una reformulación matemática de ciertos aspectos de la teoría asintótico gravitatoria que, en teoría, facilitaría los cálculos necesarios para el viaje más rápido que la luz. El problema era que la reformulación introducía términos que se cancelaban mutuamente de maneras no obvias, haciendo que todo el ejercicio fuera circular e inútil.

Ranmord estaba encantado. En sus reuniones mensuales —que Frank había llegado a temer— el supervisor le mostraba informes de inteligencia sobre laboratorios asiáticos y americanos que estaban reorientando sus programas de investigación para seguir las pistas que Frank había plantado.

—Excelente trabajo, doctor —decía Ranmord—. Los asiáticos han asignado un equipo para explorar su metodología de burbujas de curvatura. Tardarán al menos un año en darse cuenta de que es imposible. Para entonces, nosotros ya habremos avanzado mucho.

Frank asentía, sintiendo cómo un poco más de su alma se marchitaba cada vez.

Deoitter se había convertido en una presencia constante en su vida. El policía no siempre estaba visible, pero Frank sabía que estaba ahí. A veces lo veía en su transportador cerca del instituto. Otras veces aparecía en el mismo restaurante donde Frank almorzaba con colegas. Era una forma de recordatorio constante: estamos vigilando. Y, con todo ello, el carácter del investigador se fue agriando. Su vida familiar comenzó a deteriorarse. Rosanne notaba que algo andaba mal, aunque Frank se esforzaba por ocultarlo. Tenían menos conversaciones reales, más silencios incómodos. Frank se había vuelto distante, distraído, a menudo perdido en sus propios pensamientos oscuros.

Una noche, durante la cena —sintetizada, porque nadie tenía energía para cocinar. Michael le preguntó:

—Papá, ¿por qué ese policía siempre está rondando por aquí?

Frank casi se atragantó con su comida.

—¿Qué policía?

—El tipo calvo, grande. Lo he visto como tres veces esta semana en su transportador negro. Está ahí parado, mirando hacia nuestro edificio.

Frank y Rosanne intercambiaron miradas. Ella tenía el ceño fruncido.

—Frank, ¿qué está pasando? ¿Estás en algún tipo de problema?

—No, no —se apresuró a decir—. Probablemente es solo vigilancia rutinaria. Ya sabes, trabajo en proyectos clasificados. Es normal que haya cierto nivel de supervisión de seguridad.

—No me parece normal —dijo María Rosanne, que había estado comiendo en silencio—. Papá, últimamente estás muy raro. Paranoico. Siempre preguntándonos si notamos algo extraño, si alguien nos sigue. ¿Qué está pasando realmente?

Frank sintió que las paredes se cerraban a su alrededor.

—No es nada. Solo estrés del trabajo. El Proyecto Lighting es muy exigente y...

—¡El Proyecto Lighting, el Proyecto Lighting! —explotó María Rosanne, dejando su tenedor—. ¡Siempre es el maldito proyecto! ¿Sabes qué? Últimamente es como si ni siquiera estuvieras aquí, incluso cuando estás en casa. Estás en otro mundo.

—María Rosanne, cariño, no es...

—Olvídalo —lo interrumpió ella, levantándose de la mesa—. Voy a mi habitación.

Salió del comedor, y momentos después escucharon el sonido de su puerta cerrándose. Rosanne miró a Frank con una mezcla de preocupación y frustración. No era habitual que las discusiones surgieran en la familia con semejante acritud.

—Frank, ella tiene razón. Has cambiado. Algo te está comiendo por dentro y no nos lo quieres contar. Somos tu familia. Deberías poder confiar en nosotros.

—Lo sé, lo sé —murmuró Frank, frotándose los ojos—. Es solo que... hay presiones en el trabajo que no puedo discutir. Cuestiones de seguridad nacional. Lo entiendes, ¿verdad?

Rosanne suspiró.

—Supongo. Pero Frank, si hay algo más, si estás en problemas, necesito que me lo digas. No podemos ayudarte si no sabemos qué está mal.

—No estoy en problemas —mintió él—. Todo está bien. Solo necesito... necesito que esto termine pronto. El proyecto está en una fase crítica. Una vez que pasemos este obstáculo, todo volverá a la normalidad. Te lo prometo.

Pero era otra mentira. Frank sabía que nada volvería a ser normal. Había cruzado una línea, y no había forma de volver atrás.

Esa noche, en su estudio, Frank comenzó a trabajar en su tercer artículo falso. Este se titularía "Fluctuaciones cuánticas del vacío como fuente de energía para propulsión superlumínica: un enfoque basado en cromodinámica cuántica extendida". Mientras escribía las ecuaciones, sintiéndose como un falsificador creando billetes falsos, se preguntó cuánto tiempo podría seguir así antes de que algo en él se rompiera definitivamente.


Capítulo VII: El Encuentro

La conferencia internacional de Física Gravitacional se celebraba cada dos años, y el año 2319 le tocaba a Londres. O más precisamente, a Nueva Londres, la megalópolis que se extendía sobre lo que antes había sido todo el sureste de Inglaterra, una ciudad-estado de sesenta millones de habitantes conectada al continente por el Túnel Upper-sónico, una maravilla de ingeniería que permitía viajar de Nueva Berlín a Nueva Londres en apenas treinta minutos.

Frank había sido invitado como uno de los oradores principales, un honor que en circunstancias normales le habría llenado de orgullo. Ahora, solo sentía aprensión. Tendría que pararse frente a miles de los mejores físicos del mundo y presentar más mentiras, más desinformación cuidadosamente elaborada.

Ranmord había insistido en que tanto él como Deoitter acompañarían a Frank a la conferencia. "Para asegurarnos de que todo salga según lo planeado", había dicho con esa sonrisa fría que Frank había llegado a conocer tan bien.

El Centro de Convenciones de Nueva Londres era un edificio espectacular: una estructura geodésica transparente de dos kilómetros de diámetro que flotaba a cien metros sobre el antiguo Támesis, sostenida por campos de levitación magnética. Desde dentro, se podía ver toda la ciudad extendiéndose en todas direcciones, una red infinita de torres y pasarelas aéreas que brillaban bajo el sol de mayo.

La conferencia comenzó un lunes por la mañana. El auditorio principal podía albergar a diez mil personas, y estaba prácticamente lleno. Físicos de los cuatro continentes, todos usando los auriculares de traducción automática que convertían cualquier idioma hablado en el idioma nativo del oyente con perfecta precisión y en tiempo real, una tecnología que había revolucionado la comunicación científica internacional.

Frank fue el tercer orador del día. Su presentación se titulaba "Gravedad cuántica-asintótica y cosmología gravito-temporal: avances recientes en la formulación matemática". Durante cuarenta y cinco minutos, presentó una mezcla cuidadosamente calibrada de verdades y mentiras.

Habló primero sobre el contexto histórico: cómo la relatividad de Einstein había reinado durante dos siglos como la descripción definitiva de la gravedad, cómo los experimentos de Nakamura-Kowalski habían revelado las primeras grietas en el edificio einsteniano, y cómo el trabajo de Caretti en 2237 había abierto la puerta a una nueva comprensión.

—Durante más de cien años —dijo, su voz amplificada en el vasto auditorio mientras gráficos holográficos flotaban sobre el escenario— creímos que la velocidad de la luz era una constante universal absolutamente infranqueable. Trescientos mil kilómetros por segundo aproximadamente. Newton estuvo equivocado sobre la naturaleza absoluta del tiempo y el espacio, sobre el concepto de gravedad, pero Einstein no estaba en lo correcto sobre el límite de la velocidad de la luz. Ahora lo sabemos.

Pasó a describir la gravedad cuántica-asintótica, la teoría que él y otros habían desarrollado en la última década. Mostró ecuaciones, diagramas de Ronner-Julano, simulaciones por computadora que demostraban cómo, en regímenes de energía extremadamente altos o en presencia de ciertas topologías espaciotemporales exóticas, las ecuaciones adquirían términos correctivos que permitían velocidades arbitrariamente grandes.

Hasta aquí, todo era verdadero. Pero luego llegó la parte falsa.

—Nuestro trabajo más reciente —continuó, mostrando un conjunto de ecuaciones que había pasado semanas desarrollando— sugiere que la estabilización de estas geometrías exóticas requiere lo que llamamos "anclajes topológicos", puntos donde la métrica del espaciotiempo se fija a valores específicos mediante fluctuaciones cuánticas del vacío controladas. La matemática es compleja, pero el concepto es relativamente simple...

No lo era. De hecho, toda la idea de los "anclajes topológicos" era un engaño elaborado, una construcción matemática que parecía sólida superficialmente pero que colapsaba bajo un escrutinio cuidadoso. Frank podía ver, desde el escenario, a docenas de físicos tomando notas frenéticamente, sus rostros mostrando fascinación y concentración.

Se sentía como un estafador vendiendo aceite de serpiente.

Cuando terminó su presentación, hubo un aplauso entusiasta. Durante el período de preguntas, varios científicos le hicieron consultas técnicas que Frank respondió con mezclas cuidadosas de verdad y evasión. Vio a Ranmord y Deoitter al fondo del auditorio, ambos observando con aprobación.

Después de Frank vino el almuerzo, y luego la sesión de la tarde. El sexto orador fue anunciado como el Dr. Iruro Hann, del Instituto de Física Teórica de Nueva Tokio.

Frank había oído hablar de Hann, por supuesto. Era uno de los principales expertos asiáticos en teoría de cuerdas moderna, un científico brillante conocido por sus enfoques poco ortodoxos. Cuando Hann subió al escenario, Frank lo estudió con interés.

Era un hombre de unos cincuenta años, delgado casi hasta la fragilidad, con el cabello completamente blanco a pesar de su edad relativamente joven. Aunque se le notaba tímido, se movía con una gracia casi felina. Había algo en sus ojos, oscuros y profundos, que sugería una inteligencia incisiva.

La presentación de Hann se tituló "Teoría de cuerdas clásica y su relación con la gravedad cuántica-asintótica: una perspectiva escéptica".

—Es un honor estar aquí —comenzó Hann, su voz suave pero clara, traducida instantáneamente al alemán en los auriculares de Frank—. Quiero discutir hoy algunas dudas fundamentales sobre la dirección que nuestra comunidad está tomando en la búsqueda del viaje superlumínico.

Frank se enderezó en su asiento. Esto era inusual. Normalmente, las presentaciones en conferencias eran afirmativas, presentando nuevos resultados y avances. Hann parecía estar cuestionando todo el programa de investigación mundial.

Durante la siguiente hora, Hann presentó un análisis matemático riguroso de la gravedad cuántica-asintótica, señalando sutiles inconsistencias y áreas problemáticas. No decía directamente que la teoría era incorrecta —de hecho, admitía que la matemática era sólida— pero planteaba preguntas profundas sobre sus implicaciones físicas.

Y luego, cerca del final de su presentación, Hann dijo algo que hizo que Frank se helara en su asiento:

—En Asia, hemos estado explorando estas mismas direcciones de investigación. Tenemos nuestro propio programa para desarrollar capacidad de viaje superlumínico. Sin embargo, recientemente hemos comenzado a cuestionar la utilidad fundamental de tal empresa. —Hizo una pausa, mirando directamente a la audiencia—. ¿Para qué volar más rápido que la luz? Después de todo, puede que no nos sirva de nada.

Hubo un murmullo de sorpresa en el auditorio. Varios científicos intercambiaron miradas confundidas. Hann no elaboró más sobre esta declaración críptica, simplemente concluyó su presentación agradeció a la audiencia y bajó del escenario.

Frank se quedó sentado, con la mente funcionando a toda velocidad. ¿Qué había querido decir Hann? ¿Era algún tipo de juego psicológico, una táctica para despistar a la competencia? ¿O había algo más profundo?

Miró hacia donde estaban Ranmord y Deoitter. El supervisor tenía el ceño fruncido, claramente también desconcertado por las palabras de Hann. Deoitter, como siempre, parecía una estatua de piedra.


Capítulo VIII: El Cocktail

Después de las presentaciones del día, había un cocktail de recepción en uno de los salones laterales del centro de convenciones. Era un espacio elegante con paredes de vidrio curvo que ofrecían vistas espectaculares de la ciudad, y camareros robots que se movían silenciosamente entre los invitados ofreciendo bebidas y canapés sintetizados que eran indistinguibles de los reales.

Frank tomó una copa de auténtico vino blanco y se movió entre la multitud, intercambiando saludos con colegas que no había visto en años. Pero su mente estaba en otra parte. Seguía pensando en las palabras de Hann: "¿Para qué volar más rápido que la luz? No nos servirá de nada".

Era absurdo, por supuesto. El viaje superlumínico abriría la galaxia a la exploración humana, permitiría el acceso a recursos inimaginables, a nuevos mundos, quizá incluso a otras civilizaciones. ¿Cómo podía no servir de nada?

A menos que... Hann mintiera lo mismo que él había hecho.

Frank sacudió la cabeza. No era imposible sospechar de un engaño. Hann, al gual que él mismo, probablemente solo estaba tratando de desanimar a la competencia, de hacer que otros continentes bajaran la guardia.

Pero no podía quitarse la duda de la mente.

Estaba considerando acercarse a Hann cuando notó que Ranmord y Deoitter se habían posicionado estratégicamente en el salón, vigilando. Ranmord estaba conversando con una delegada africana, pero sus ojos seguían a Frank. Deoitter estaba apoyado contra una pared, brazos cruzados, masticando un canapé con lentitud, observando todo y a todos con esa mirada de ave rapaz.

Frank decidió arriesgarse. Se movió casualmente entre la multitud, como si estuviera simplemente socializando, y gradualmente se fue acercando a donde Iruro estaba parado, en un rincón relativamente tranquilo, también sosteniendo una copa de vino.

—Dr. Hann —dijo Frank en inglés, el idioma común de la ciencia—. Su presentación fue... fascinante.

Iruro Hann se giró, y sus ojos oscuros estudiaron a Frank durante un momento antes de que una pequeña sonrisa apareciera en su rostro.

—Dr. Schumastein. Su presentación también fue muy interesante. Aunque debo admitir que tengo algunas dudas sobre su concepto de anclajes topológicos.

Frank sintió una punzada de alarma. ¿Hann había detectado el engaño? Si lo había notado en tan sólo unos minutos significaba que su talento profesional era notable. Mantuvo su expresión neutral.

—Es una área nueva de investigación. Estoy seguro de que habrá refinamientos conforme se desarrolle más.

—Sin duda —respondió Hann con un tono que podría haber significado cualquier cosa.

Hubo un silencio incómodo. Frank echó un vistazo rápido hacia donde estaba Ranmord. El supervisor los estaba observando, pero desde esa distancia no podría escuchar su conversación sobre el ruido general del cocktail.

—Su comentario al final de su presentación —dijo Frank, bajando ligeramente la voz—. Sobre que el viaje superlumínico podría no servir de nada. ¿Qué quiso decir exactamente?

Hann tomó un sorbo de su vino, sus ojos nunca dejando los de Frank.

—¿De verdad quiere saberlo, Dr. Schumastein? ¿O solo está haciendo conversación cortés?

—Quiero saberlo con total honestidad—respondió Frank, sorprendiéndose a sí mismo por la intensidad de su propia voz.

Hann pareció considerar esto durante un momento. Luego, de manera casi imperceptible, asintió con la cabeza.

—Quizá podríamos discutirlo en un entorno más privado. ¿Tiene planes para la cena? 

Frank estaba a punto de responder cuando sintió una presencia detrás de él. Se giró para encontrar a Deoitter, que había aparecido con ese silencio de serpiente, tan inquietante, que tenía.

—Dr. Schumastein —dijo el policía con su voz grave—. El supervisor Ranmord requiere su presencia. Si tuviese la amabilidad.

Frank miró a Iruro Hann, quien observaba la escena con expresión inescrutable.

—Disculpe, Dr. Hann. Quizá podamos continuar esta conversación más tarde.

—Por supuesto —respondió Hann, pero cuando sus ojos se encontraron, Frank vio algo allí: comprensión, quizá incluso simpatía. Como si Hann supiera exactamente lo que estaba sucediendo.

Deoitter guió a Frank hacia donde Ranmord esperaba, ahora solo, en un balcón exterior. El supervisor tenía el rostro tenso.

—¿Qué estaba discutiendo con el asiático? —preguntó sin preámbulos.

—Solo comentarios académicos sobre nuestras presentaciones. —respondió Frank— Nada importante.

—Todo es importante cuando se trata de Hann —dijo Ranmord—. Nuestros servicios de inteligencia lo han estado monitoreando. Es uno de los líderes del programa superlumínico asiático. Cualquier cosa que diga, cualquier cosa que insinúe, podría ser significativa o podría ser desinformación.

—Entiendo —murmuró Frank.

—¿Qué quiso decir con eso de que el viaje superlumínico no servirá de nada? —preguntó Ranmord, sus ojos fijos en Frank—. ¿Le dio alguna pista?

—No. Fue solo ese comentario enigmático. No elaboró.

Ranmord se quedó pensativo durante un momento, mirando hacia la ciudad iluminada más allá del vidrio.

—Manténgase alejado de él por el resto de la conferencia. No quiero que los asiáticos piensen que estamos colaborando o compartiendo información.

—Pero señor, podría ser una oportunidad para obtener información de...

—He dicho que se mantenga alejado —lo interrumpió Ranmord con dureza—. ¿Está claro?

Frank asintió, sintiendo la frustración arder en su pecho. Las palabras de Hann lo habían intrigado profundamente, y ahora se le prohibía explorar ese misterio.

Durante los siguientes dos días de conferencia, Frank trató de acercarse a Iruro en varias ocasiones, pero siempre había alguien vigilando. Deoitter parecía tener un sexto sentido para detectar cuándo Frank miraba siquiera en dirección de Hann. El último día, cuando Frank finalmente logró intercambiar unas palabras con el científico asiático durante una sesión de pósters electrónicos, Deoitter apareció a los treinta segundos, interrumpiendo la conversación con alguna excusa.

Pero en esos treinta segundos, Hann le había susurrado algo:

—Piénselo, Dr. Schumastein. Piense el porqué. Hágase las preguntas correctas y encontrará las respuestas verdaderas.

Luego Deoitter lo había alejado, y esa fue la última vez que Frank vio a Hann en la conferencia.


Capítulo IX: La Correspondencia

De vuelta en Nueva Berlín, Frank no podía quitarse las palabras de Hann de la cabeza. "Piense el porqué. Hágase las preguntas correctas".

¿Por qué el viaje superlumínico no serviría de nada? Era una contradicción en términos. Si podías viajar más rápido que la luz, podías alcanzar las estrellas. ¿Qué podría hacer que eso fuera inútil?

Una semana después de la conferencia, Frank tuvo su reunión mensual con Ranmord. Había preparado cuidadosamente su propuesta.

—Señor —comenzó—, he estado pensando en algo. El Dr. Hann claramente sabe algo que nosotros no sabemos, o al menos cree que lo sabe. Sus comentarios en la conferencia fueron demasiado específicos para ser mera retórica.

—¿Y? —preguntó Ranmord, recostándose en su silla.

—Propongo establecer correspondencia con él. Intercambio académico legítimo sobre nuestras respectivas áreas de investigación. —Frank se apresuró a continuar antes de que Ranmord pudiera interrumpir—. Sería una forma perfecta de obtener información. Podría enviarle algunas de mis publicaciones más recientes, las falsas, por supuesto, y pedirle su opinión. En su respuesta, podría revelar detalles sobre el programa asiático sin darse cuenta.

Ranmord se quedó en silencio durante un largo momento, sus dedos tamborileando sobre el escritorio.

—Es arriesgado —dijo finalmente—. Hann no es tonto. Podría sospechar sus motivos.

—La correspondencia entre científicos es completamente habitual —argumentó Frank—. De hecho, sería más sospechoso no tener contacto después de conocernos en una conferencia internacional. Y toda la correspondencia pasaría por usted, por supuesto. Podría revisarla antes de que se envíe.

Ranmord consideró esto. Frank podía ver los engranajes girando en su mente.

—Está bien —decidió finalmente—. Pero con condiciones. Toda comunicación será monitoreada. Usted no enviará nada sin mi aprobación previa. Y cualquier cosa que reciba de Hann debe reportármela inmediatamente, incluso si parece trivial. ¿Entendido?

—Completamente —respondió Frank, sintiendo una chispa de esperanza. Era una apertura, al menos.

La primera carta de Frank fue cuidadosamente redactada, revisada tres veces por Ranmord y sus consultores de seguridad antes de ser enviada. Era técnica y formal, discutiendo aspectos específicos de las ecuaciones tensoriales relacionadas con la gravedad cuántica-asintótica. Al final, casi como una ocurrencia tardía, Frank había añadido:

"Sigo intrigado por su comentario en la conferencia sobre la utilidad del viaje superlumínico. Si tiene tiempo, me gustaría entender mejor su perspectiva sobre este tema."

La respuesta de Hann llegó dos semanas después. Era igualmente técnica, llena de ecuaciones y referencias a artículos recientes. Discutía las formulaciones alternativas de la teoría de cuerdas en espacios de alta dimensión. Frank la leyó tres veces antes de encontrar la única oración que parecía fuera de lugar:

"En cuanto a su pregunta sobre utilidad, creo que la respuesta requiere que primero consideremos las implicaciones temporales completas de nuestras teorías."

Frank le llevó la carta a Ranmord, quien también la leyó varias veces.

—¿Implicaciones temporales? —murmuró el supervisor—. ¿Qué diablos significa eso?

—No estoy seguro —respondió Frank honestamente—. Quizá se refiere a la dilatación del tiempo relativista, pero eso es fundamental en cualquier teoría que involucre velocidades altas. No es nada nuevo.

—Siga escribiéndole —ordenó Ranmord—. Presione más sobre este asunto.

Así comenzó una correspondencia que se extendió durante los siguientes meses. Frank y Hann intercambiaban cartas cada dos o tres semanas, siempre densamente técnicas, siempre monitoreadas por ambos lados. Frank sabía que la inteligencia asiática estaba leyendo cada palabra que enviaba, así como Ranmord leía cada palabra de Hann. Ambos científicos sabían que estaban actuando en un escenario, que cada frase podía ser analizada por docenas de ojos.

Pero gradualmente, desarrollaron un código implícito. Frases aparentemente inocuas intercaladas en párrafos de matemática densa que comunicaban algo más.

En su quinta carta, Frank escribió, enterrado entre discusiones sobre la curvatura de Ricci en variedades complejas:

"Sigo pensando en el porqué, como usted sugirió, pero sin resultados concretos hasta ahora."

Dos cartas después, Hann respondió con otro comentario aparentemente aleatorio:

"Hablando de observaciones astronómicas, ¿dónde está NGC3949 ahora en el cielo? Hace tiempo que no la observo."

Frank frunció el ceño al leer esto. NGC3949 era una galaxia espiral a unos 50 millones de años luz de distancia. La había mencionado en su presentación en Londres como ejemplo de un destino que sería alcanzable con la Lighting-1 en aproximadamente cincuenta años de viaje. ¿Por qué Hann preguntaba sobre su ubicación actual?

Una semana después, en su siguiente carta—después de páginas de ecuaciones sobre campos de gauge no abelianos— Frank insertó:

"Respecto a NGC3949, como sabe, las galaxias se alejan debido a la expansión del universo, que vence a la gravedad a escalas cosmológicas. La distancia actual es, por supuesto, mayor que la que teníamos hace décadas debido a esta expansión constante."

Era una observación trivial, el tipo de cosa que cualquier estudiante de primer año de astrofísica sabría. Pero Frank tenía la sensación de que Hann estaba tratando de decirle algo.

La respuesta de Hann llegó tres semanas después. Era más larga que las anteriores, llena de derivaciones matemáticas complejas sobre la topología de espacios de Minkowski modificados. Pero enterrada en medio de todo eso, había dos frases que parecían fuera de contexto:

"Por cierto, ¿qué tal su salud, Dr. Schumastein? A veces me pregunto cuánto viviremos realmente. Yo personalmente dudo que llegue a los cien años. ¿Y usted? Recibí su respuesta sobre NGC3949. Yo, realmente, no sé dónde está”.

Era una respuesta extraña, impropia de un científico cosmológico. 

Frank leyó y releyó estas líneas. ¿Qué tenía que ver la expectativa de vida con nada de lo que estaban discutiendo? Los tratamientos médicos modernos habían extendido la vida promedio a unos ciento veinte años. Algunos llegaban a ciento cuarenta. ¿Por qué Hann mencionaba no llegar a los cien? ¿Por qué decía que desconocía la posición de una galaxia catalogada hacía muchos siglos? 

Dos cartas más tarde, Hann insertó otra frase críptica:

"Volviendo a nuestra discusión sobre viajes espaciales: ¿para qué viajar si el destino cambia mientras estás en camino?"

Frank empezaba a sentirse frustrado. Hann claramente estaba tratando de comunicar algo, pero el mensaje era demasiado fragmentado, demasiado oculto. Las piezas del rompecabezas estaban ahí, pero Frank no podía ver cómo encajaban.

NGC3949. Expectativa de vida. Para qué viajar. Implicaciones temporales.

Temporal. Tiempo.

Algo sobre el tiempo.

Frank se levantó de su escritorio en el laboratorio y comenzó a caminar de un lado a otro. Sus colegas lo miraron extrañamente pero no dijeron nada. Estaban acostumbrados a sus momentos de intensa concentración.

Tiempo. Viaje. Distancia que cambia. Expectativa de vida.

Y entonces, una idea comenzó a formarse en su mente. Era vaga, incompleta aún, pero estaba ahí. Algo sobre la relatividad, sobre la dilatación del tiempo... debía meditarlo.

Pero no. Eso no tenía sentido. La gravedad cuántica-asintótica permitía superar la velocidad de la luz, lo que significaba que las paradojas temporales de la relatividad especial ya no aplicaban. ¿O sí?

Frank necesitaba pensar más profundamente sobre esto. Pero no aquí, no en el laboratorio donde sabía que había monitores de actividad cerebral ocultos, donde Ranmord podía estar observando.

Esa noche, en casa, se excusó temprano y se fue a su estudio. Le dijo a Rosanne que tenía un dolor de cabeza, lo cual no era mentira. Su mente estaba trabajando tan intensamente que literalmente sentía presión detrás de los ojos.

Se sentó en su silla ergonómica, apagó todas las pantallas, y simplemente pensó.


Capítulo X: La Revelación

Pasaron tres semanas más. La correspondencia con Hann continuó, pero no hubo más pistas directas. Frank comenzó a preguntarse si había imaginado todo el patrón, si su mente estaba viendo conexiones donde no las había.

Y entonces llegó la noticia.

Frank estaba en su laboratorio cuando su colaboradora, una joven doctoranda llamada Lisa, entró con expresión sombría.

—Dr. Schumastein, acabo de ver las noticias. El Dr. Iruro Hann... murió.

Frank sintió como si le hubieran golpeado en el estómago.

—¿Qué?

—Ataque al corazón, según los reportes. Murió en su casa en Nueva Tokio hace dos días. Los funerales fueron ayer.

Frank se quedó mirando a Lisa sin verla realmente. Hann, muerto. No podía ser coincidencia. No después de sus intercambios, no después de...

—¿Doctor? ¿Está bien? Parece...

—Estoy bien —dijo Frank automáticamente—. Solo... es una pérdida para la comunidad científica. Era brillante.

Lisa asintió y se retiró. Frank se quedó solo, mirando las ecuaciones en su pantalla holográfica sin verlas realmente.

Esa tarde, por pura casualidad —aunque Frank ya no creía en las casualidades— se encontró con Ranmord en uno de los pasillos del Centro Europa-6. El supervisor iba acompañado por dos asistentes, pero al ver a Frank se detuvo.

—Dr. Schumastein. Terrible noticia sobre su corresponsal asiático, ¿no?

—Sí —respondió Frank cuidadosamente—. Muy repentino. Hann parecía estar en perfecta salud cuando lo vi en Londres.

—Estas cosas pasan —dijo Ranmord con indiferencia—. Aunque debo admitir que es... inconveniente. Justo cuando empezaba a compartir información potencialmente útil.

Frank lo miró directamente.

—¿Inconveniente para quién, señor?

Ranmord le devolvió la mirada con esos ojos azules y fríos.

—Para nuestro continente, supongo. Aunque él mismo le escribió que no creía que llegaría a los cien años. Quizá sabía que tenía problemas cardíacos.

La sangre se heló en las venas de Frank. Ranmord acababa de admitir, sin ningún disimulo, que había leído toda su correspondencia con Hann. Por supuesto que lo sabía, pero escucharlo tan directa y cínicamente... Espionaje de puertas abiertas.

—Sí —murmuró Frank—. Supongo que él sabía que no viviría mucho.

—Una pena —continuó Ranmord—. Pero la vida sigue, ¿no es así? Espero su próximo artículo para dentro de dos semanas. El comité está ansioso por ver sus nuevos resultados sobre los campos de fase cuántica.

Y con eso, Ranmord siguió caminando, sus asistentes tras él como sombras silenciosas.

Frank se quedó parado en el pasillo, temblando de rabia impotente. Lo habían matado. Estaba seguro. Iruro Hann había descubierto algo, algo importante, y lo habían silenciado por ello.

Pero ¿qué? ¿Qué había descubierto? ¿O sería que le había contado ya demasiado en aquel conjunto de frases inconexas y enigmáticas?

Frank decidió que tenía que saberlo. No solo por curiosidad científica, sino por... justicia. Hann no podía haber muerto en vano.

Durante las siguientes semanas, Frank comenzó a hacer contactos discretos. Envió correos electrónicos cuidadosamente redactados a otros científicos asiáticos, preguntando sobre el trabajo de Hann, sobre sus últimas publicaciones. También contactó con colegas en América y África, haciendo preguntas similares. Utilizó un nuevo sistema criptográfico que mudaba un texto en otro aparentemente claro e inteligible. Era un sistema nuevo que sólo pocos matemáticos habían explorado y que no estaba aún el los radares de los gobiernos continentales porque pensaban que se trataba sólo de ejercicios teóricos no aplicables. 

Las respuestas fueron variadas pero insatisfactorias. Algunos colegas ni siquiera entendieron que había un cifrado y sus respuestas no ocultaban nada. Otros, que seguramente se sentían tan vigilados como Frank, sí contestaron con textos que contenían dentro otros tectos. Varios científicos asiáticos le dijeron que Hann había estado trabajando en "direcciones muy innovadoras" pero que sus resultados aún no habían sido publicados. Un colega americano mencionó haber tenido una conversación con Hann en Londres donde el físico asiático había insinuado que "toda la carrera por el viaje superlumínico podría ser un error fundamental".

Pero nadie tenía detalles concretos. Nadie sabía exactamente qué había descubierto Hann.

Y entonces, una tarde, Frank llegó a casa y vio algo que hizo que su corazón se detuviera.

Deoitter estaba en su transportador policial, parado en su lugar habitual de vigilancia. María Rosanne salía del edificio, subiendo a su pequeño transportador azul para ir a cenar con su novio. Y mientras Frank observaba, paralizado, Deoitter aceleró su vehículo directamente hacia ella. Por un segundo, Frank pensó que iba a impactarla. Su hija. Su pequeña María Rosanne. Pero en el último momento, Deoitter desvió el transportador, pasando a apenas un metro de distancia aunque sin molestarla. El transportador de Deoitter se alejó tranquilamente, 

Pero Frank sabía la verdad. Era una advertencia. Otro mensaje claro: deja de hacer preguntas o la próxima vez no me desviaré. Estamos al tanto de esa criptografía…

Esa noche, el teléfono de Frank sonó. Era Ranmord.

—Dr. Schumastein, hemos notado que ha estado muy... curioso últimamente. Haciendo muchas preguntas, contactando con mucha gente, utilizando trucos en sus comunicaciones que, digamos, no nos gustan…

—Solo estoy investigando —dijo Frank, tratando de mantener la voz firme—. Es lo que hacen los científicos.

—Hay investigación productiva y hay... curiosidad mal dirigida —respondió Ranmord, su voz como el hielo—. Le sugiero que se concentre en su trabajo asignado. Su familia depende de su buen juicio.

La amenaza no podía ser más clara.

—¿Es una amenaza? —preguntó Frank, aunque conocía la respuesta.

—Es un consejo amistoso. Buenas noches, doctor.

La línea se cortó.

Frank se quedó sentado en la oscuridad de su estudio, la rabia y el miedo batallando dentro de él. Pensó en Hann, probablemente asesinado por hacer demasiadas preguntas o descubrir demasiado. Pensó en María Rosanne, casi arrollada esta tarde. Pensó en Michael y Rosanne, todos inconscientes del peligro que los rodeaba.

Al día siguiente, Frank dejó de enviar mensajes. Dejó de hacer preguntas. Exteriormente, volvió a ser el científico obediente que Ranmord quería.

Pero por dentro, seguía pensando. Seguía tratando de resolver el rompecabezas que Iruro Hann le había dejado.

Y tres días después, cuando llegó a casa del laboratorio, María Rosanne lo estaba esperando con expresión furiosa.

—¡¿Qué diablos está pasando, papá?! —explotó en cuanto él entró.

Frank se detuvo, sorprendido.

—¿Qué...?

—¡Ese policía! El que casi me arrolla hace unos meses. Lo he visto muchas veces más desde entonces. Siempre cerca de nuestra casa, siempre mirando. Y hoy, cuando salía de clase, estaba esperando al otro lado de la calle. Me miró directamente. Me hizo sentir... —tragó saliva— ...amenazada.

Rosanne apareció desde la cocina, también con expresión preocupada.

—Frank, necesitamos hablar. Ahora. ¿Qué está pasando? ¿Por qué hay un policía acosando a nuestra hija?

Michael también estaba allí, en el sofá del salón, mirando a su padre con ojos asustados.

Frank se dio cuenta de que ya no podía seguir mintiendo. O al menos, no completamente.

—Sentaos —dijo finalmente—. Todos. Hay cosas que necesito explicaros.

Y por primera vez en meses, Frank les contó. No todo —no podía arriesgarlos con información completa— pero sí lo suficiente. Les habló sobre presiones del gobierno, sobre vigilancia, sobre cómo su trabajo en el Proyecto Lighting había atraído una atención no deseada. No mencionó los artículos falsos ni las amenazas específicas, pero dejó claro que estaban siendo monitoreados y que necesitaban ser cuidadosos.

—¿Por cuánto tiempo? —preguntó Rosanne, su voz temblando—. ¿Cuánto tiempo ha estado pasando esto?

—Meses —admitió Frank—. Lo siento. Debí habéroslo dicho antes, pero pensé que... pensé que podía manejarlo solo.

María Rosanne tenía lágrimas en los ojos, pero su expresión era de furia más que de miedo.

—Nos has puesto en peligro, papá. A todos nosotros. ¿Cómo pudiste?

—Lo sé —dijo Frank, sintiendo el peso de la culpa aplastándolo—. Lo sé, y lo siento pero mi intención era justo la contraria. Salvaros de riesgos y amenazas. Ahora necesito que confiéis  en mí. Necesito que tangáis cuidado. No habléis con extraños sobre mí o mi trabajo. No hagáis nada que pueda llamar la atención. Y si ese policía se acerca demasiado, quiero que me lo digáis inmediatamente.

Hubo un silencio largo y tenso. Finalmente, Rosanne habló:

—Frank, quizá deberías renunciar al proyecto. Si es tan peligroso...

—No puedo —la interrumpió—. Créeme, lo he considerado. Pero renunciar ahora solo empeoraría las cosas. Tengo que... tengo que terminar lo que empecé porque me obligan, porque si no os pondría en peligro.

No era toda la verdad, pero era lo más cerca que podía llegar.

La conversación continuó durante horas, con preguntas, lágrimas y recriminaciones. Para cuando terminó, cerca de la medianoche, todos estaban exhaustos emocionalmente.

Esa noche, Frank no pudo dormir en absoluto. Se quedó despierto en su plataforma de levitación, mirando el techo, su mente dando vueltas y vueltas.

Las palabras del fallecido, asesinado más bien, Iruro resonaban en su cabeza: "Para qué viajar". "Implicaciones temporales". "La distancia cambia". "Cuánto viviremos".

Y de repente, en la oscuridad de las tres de la madrugada, las brumosas e imprecisas ideas que habían surgido con anterioridad comenzaron a condensarse en algo tangible.

Frank se levantó de un salto, tan repentinamente que el sistema de levitación se desestabilizó momentáneamente y casi lo tiró al suelo. Rosanne se despertó sobresaltada.

—¿Frank? ¿Qué...?

—Tengo que ir a mi estudio —murmuró él, ya caminando hacia la puerta—. Acabo de... necesito verificar algo.

Encendió su terminal holográfico y comenzó a escribir ecuaciones frenéticamente. La gravedad cuántico-asintótica. Los términos correctivos a las ecuaciones de Einstein. Las transformaciones de Lorentz modificadas. En la relatividad estándar las ecuaciones del tiempo tiene una raíz de (1- v^2/c^2). Como en ella la velocidad del sujeto es siempre menor que la velocidad de la luz, ese término es siempre positivo y la raíz es calculable. Pero, ¿qué ocurre si la velocidad es mayor que la de la luz? entonces, nos aparece una raíz cuadrada de un número negativo. Los científicos habían modificado las ecuaciones para no encontrar ese problema suponiendo que nuestra "v" debía sustituir a "c". Y ahora se daba cuenta que eso era un error.

Entonces lo vio. Estaba allí, había estado allí todo el tiempo, oculto en la matemática que él mismo había ayudado a desarrollar.

Pasó las siguientes tres horas derivando, verificando, recomputando. Cada cálculo le llevaba a la misma conclusión.

Cuando el sol comenzó a salir, Frank se recostó en su silla, sudando, temblando.

—Dios mío —susurró para sí mismo—. Hann tenía razón. Tenía toda la razón.


Capítulo XI: La Comprensión

Frank no fue a trabajar ese día. Llamó diciendo que estaba enfermo, lo cual no estaba lejos de la verdad. Se sentía físicamente enfermo por lo que había descubierto.

Se encerró en su estudio, desplegando pantallas holográficas por todas partes, llenándolas con ecuaciones, gráficos, simulaciones. Rosanne intentó entrar varias veces, preocupada, pero él le pidió suavemente que lo dejara solo. Necesitaba estar seguro. Necesitaba verificar cada paso.

La matemática era compleja, pero la idea central era, en retrospectiva, simple. Casi elegante en su inocencia.

La gravedad cuántico-asintótica y la cosmología gravito-temporal eran correctas. Permitían el viaje superlumínico. Una nave como la Lighting-1 podría realmente viajar a un millón de veces la velocidad de la luz.

Pero —y aquí estaba la trampa que ni Frank ni nadie en el equipo europeo había visto— los efectos relativistas no desaparecían. Simplemente se escalaban.

En la relatividad especial de Einstein, cuando viajas a velocidades cercanas a la de la luz, experimentas dilatación temporal. Tu tiempo transcurre más lentamente que el tiempo de alguien en reposo. Si viajaras a Alpha Centauri a, digamos, el 99% de la velocidad de la luz, el viaje te tomaría algo más de cuatro años desde tu perspectiva, pero en la Tierra habrían pasado más de cuatro décadas.

Todos conocían esto. Era física básica del siglo veinte.

Lo que Frank y otros habían asumido era que al superar la velocidad de la luz, estos efectos relativistas se "cancelaban" o dejaban de aplicar o se aplicaban fórmulas matemáticas modificadas. O, como opinaba el propio Frank, que esos efectos deberían ocurrir al alcanzar el 90% o el 99% de la nueva velocidad alcanzable, no la vetusta velocidad de 300.000 km/s. Pero estaban equivocados. La gravedad cuántica-asintótica no eliminaba la relatividad. La modificaba. Extendía su dominio.

Frank había pasado el día derivando las ecuaciones correctas, las que deberían haber desarrollado desde el principio si no hubieran estado tan entusiasmados con la posibilidad del viaje superlumínico que no se detuvieron a considerar todas las implicaciones.

Lo que encontró fue esto: en la formulación correcta de la teoría, viajar a velocidades superlumínicas no eliminaba la dilatación temporal respecto a la velocidad de la luz. La mantenía, pero con una modificación crucial. Se podría viajar más rápido pero esto no afectaba a los cimientos del universo, al espacio-tiempo generado en el Big-Bang. El cosmos era ajeno a lo que sus criaturas hicieran. La dilatación temporal continuaba referenciándose a la luz, no al viajero. La luz era un fundamento del mundo. Los viajeros, no.  

Frank hizo los cálculos específicos para un viaje a NGC3949, la galaxia que Hann había mencionado. A cincuenta millones de años luz de distancia, viajando a un millón de veces la velocidad de la luz, el viaje tomaría cincuenta años desde la perspectiva del astronauta. Pero en la Tierra, debido a la dilatación temporal escalada, habrían pasado... cincuenta mil millones de años. Porque ahora no volariamos al 99.99% de la velocidad de la luz sino al 100 millones por ciento y los cambios temporales eran aún más extremos, increíblemente extremos. Logarítmicamente extremos. Con las nuevas ecuaciones, la raíz de un número negativo desaparecía y los resultados eran sorprendentes.

Frank se quedó mirando el número en su pantalla, sintiendo cómo la realidad se reordenaba a su alrededor.

Hizo más cálculos. Un viaje a Próxima Centauri, a cuatro años luz de distancia. Desde la perspectiva del astronauta: dos minutos. Desde la perspectiva de la Tierra si fuésemos a la velocidad de la luz: cuatro años. Pero a un millón de veces más de velocidad en el viajero, en la Tierra transcurrirían millones de años. Un viaje al centro de la galaxia, a veintiséis mil años luz. Desde la perspectiva del astronauta: dieciocho días. Desde la perspectiva de la Tierra a esa velocidad, miles de millones de años.

El patrón era consistente, inevitable, aterrador.

La física del universo tenía un truco cruel incorporado. Se podría viajar más rápido que la luz, sí. Pero no podías engañar al tiempo.

Frank pensó en las implicaciones. Un astronauta es enviado con la Lighting-1 a explorar una estrella cercana, pongamos a treinta años luz de distancia. Para él, el viaje de ida y vuelta tomaría apenas unas semanas entre ir, explorar y volver. Regresaría joven, lleno de datos, de descubrimientos. Pero cuando regresara, en la Tierra habrían pasado incontables años. Su familia estaría muerta hacía miles de siglos. Sus amigos desaparecidos. El mundo que conocía habría cambiado irreconociblemente. Y lo peor: la humanidad, simplemente esperando en la Tierra todo ese tiempo, habría desarrollado telescopios más potentes, habría hecho sus propios descubrimientos sobre esa estrella, conocería todo de la estrella visitada con su poderosa tecnología futura. Lo que el astronauta trajera de regreso ya sería conocimiento antiguo porque, de hecho, correspondería al pasado.

Y para viajes más largos, a galaxias distantes... era aún peor. Se envía una misión a NGC3949. Cincuenta años para los astronautas. Cincuenta mil millones de años para la Tierra por el efecto logarítmico de las nuevas ecuaciones. Lo que el astronauta nos traería sería información antiquísima, la que existía cuando el viajero había visitado el lugar pero remota ya para cuando regresaba.

Alternativamente, para cuando volvieran los cosmonautas—si es que regresaban— la humanidad podría haber desaparecido. O evolucionado en algo irreconocible. O colonizado la galaxia por métodos completamente diferentes.  

El viaje superlumínico era posible. Pero era completamente, absolutamente, inútil.

Peor que inútil: era una trampa. Los recursos invertidos en desarrollar la tecnología, en construir naves como la Lighting-1, serían desperdiciados. El costo era astronómico: billones de créditos, el trabajo de millones de científicos durante décadas habría sido desperdiciado, materiales escasos desviados de otras necesidades. Todo para construir una máquina que podía llevarte a las estrellas pero que garantizaba que nunca podrías traer de vuelta nada útil. Porque, para cuando regresaras, tu civilización ya habría avanzado más allá de cualquier cosa que pudieras haber aprendido. Todo lo que ese astronauta traería de vuelta, todos esos descubrimientos, ya serían obsoletos.

Frank se sirvió otro vaso de vodka sintético —ya había perdido la cuenta de cuántos llevaba— y se sentó en la oscuridad de su estudio.

Ahora entendía todo. Entendía por qué Iruro Hann había dicho "para qué viajar". Entendía la referencia a NGC3949 y la distancia cambiante. No se refería a la distancia cambiante en kilómetros, sino en tiempo. ¿Dónde está ahora NGC3949? Preguntaba dónde estaba tal galaxia en el tiempo, dónde estaba la Tierra en el tiempo, dónde estaba el viajero en el tiempo. Ahora entendía también la pregunta sobre la expectativa de vida.

El bueno de Iruro había descubierto esto antes. Los asiáticos, con sus matemáticas más avanzadas, habían llegado a esta conclusión antes que los europeos. Y habrían decidido, sabiamente, abandonar los estudios de puertas para adentro. Sus dirigentes, como en Europa, probablemente habían decidido que, de puertas afuera, se asegurara que continuaban con el proyecto para que sus adversarios malgastaran recursos inútilmente. Hann había intentado advertirle, sutilmente, crípticamente, a través de su correspondencia. Y por eso lo habían matado. Iruro había muerto por darle información a Frank.

Y ahora Frank sabía la verdad. La pregunta era: ¿qué iba a hacer con ese conocimiento?


Capítulo XII: La Detención

Frank intentó actuar con normalidad durante los siguientes tres días. Volvió al laboratorio, sonrió a sus colegas, trabajó en sus ecuaciones. Pero por dentro estaba en caos. Cada vez que miraba los planos de la Lighting-1, veía una máquina inútil, un monumento a la arrogancia humana y a la ignorancia matemática.

Y lo peor era que no podía decir nada. Si revelaba lo que había descubierto, Ranmord lo sabría inmediatamente. Los monitores cerebrales, las cámaras, la vigilancia constante... todo detectaría que Frank sabía algo importante.

Pero resulta que no actuar con normalidad también es imposible cuando sabes algo tan grande. El conocimiento cambia tus patrones de pensamiento, tus reacciones, tu lenguaje corporal de maneras sutiles pero detectables.

El jueves por la tarde, Frank estaba en su laboratorio revisando simulaciones cuando las puertas se abrieron bruscamente. Deoitter entró, acompañado por dos policías más, todos con expresiones severas.

—Doctor Schumastein —dijo Deoitter—. Está bajo arresto por violación de protocolos de seguridad continental. Venga con nosotros.

Frank sintió que la sangre se le helaba.

—¿Qué? Yo no he...

—¡Ahora! —gruñó Deoitter.

No hubo tiempo para resistirse. Los dos policías lo agarraron de los brazos y lo levantaron físicamente de su silla. Sus colegas observaban con ojos muy abiertos, paralizados por la sorpresa. Lisa, su asistente, dio un paso adelante como para protestar, pero Deoitter la detuvo con una sola mirada.

Lo arrastraron fuera del laboratorio, bajaron por los pasillos del instituto mientras otros científicos se apartaban de su camino, y lo subieron a una patrulla volante que esperaba en la plataforma de aterrizaje. El vehículo despegó inmediatamente, ascendiendo rápidamente y luego acelerando hacia el Centro Europa-6.

Frank estaba aterrado pero también, extrañamente, aliviado. Sabía que esto llegaría. Durante todos aquellos meses, la única pregunta había sido cuándo.

Lo llevaron directamente a una sala de interrogatorios en uno de los pisos inferiores del edificio, un lugar que Frank ni siquiera sabía que existía. La habitación era pequeña, de paredes grises y sin ventanas, con una mesa metálica atornillada al suelo y dos sillas. Una luz brillante colgaba del techo, y Frank sabía que probablemente había cámaras y sensores por todas partes.

Lo sentaron en una de las sillas y le pusieron restricciones magnéticas en las muñecas que las mantuvieron firmemente pegadas a la mesa. No era doloroso, pero era imposible moverse.

Deoitter se quedó de pie en un rincón, brazos cruzados, observando con esos ojos grises e inexpresivos. Los otros dos policías salieron.

Pasaron dos horas. Nadie habló. Nadie entró. Era una técnica clásica de interrogatorio: dejar al sujeto solo con su ansiedad, permitir que su propia imaginación lo torture.

Frank intentó mantener la calma, pero era difícil. Pensaba en Rosanne, en los chicos. ¿Sabrían que había sido arrestado? ¿Estarían asustados? ¿Les habría pasado algo?

Finalmente, la puerta se abrió y entró Ranmord. Vestía su traje impecable de siempre, pero había algo diferente en su expresión. Una dureza, una frialdad incluso mayor de lo habitual.

Se sentó en la silla frente a Frank y lo estudió en silencio durante un largo momento.

—Frank, Frank —dijo finalmente, sacudiendo la cabeza con lo que podría haber sido decepción genuina—. Lo tenía todo a favor y lo ha arruinado. Una carrera brillante, una familia hermosa, respeto universal. Y lo ha tirado todo por la borda.

—No he hecho nada malo —dijo Frank, aunque su voz sonaba débil incluso a sus propios oídos.

—¿No? —Ranmord se recostó en su silla—. Tenemos detectores de ondas neuronales, doctor. Monitores muy sofisticados que pueden detectar patrones específicos de actividad cerebral. No podemos leer sus pensamientos exactos, todavía no, pero sí podemos detectar cuando alguien está ocultando algo importante. Cuando alguien está mintiendo. Cuando alguien está nervioso por razones específicas.

Frank sintió el estómago contraerse.

—Y sus patrones durante los últimos tres días han sido... reveladores —continuó Ranmord—. Ha descubierto algo, ¿no es así? Algo importante. Algo que lo ha alterado profundamente.

—No sé de qué habla —mintió Frank.

—Vamos, doctor. No me insulte. —Ranmord se inclinó hacia adelante—. Su actividad cerebral muestra todos los signos de alguien que ha tenido una revelación importante y está tratando desesperadamente de ocultarla. Los patrones son inconfundibles. Así que voy a preguntarle directamente: ¿qué ha descubierto?

—Nada. Solo he estado estresado por la presión del trabajo, por la vigilancia constante sobre mi familia...

—¡No me mienta! —gritó Ranmord, golpeando la mesa con la palma de la mano. El sonido resonó en la pequeña habitación como un disparo—. Sé que está ocultando algo. Solo necesito saber qué es.

Frank apretó los labios y no dijo nada. Ranmord lo miró durante un largo momento, luego suspiró y se levantó.

—Deoitter —dijo sin volverse—. Tráigalos.

El policía asintió y salió de la habitación. Frank sintió un terror helado extendiéndose por su pecho.

—¿Traer a quién? —preguntó, aunque temía la respuesta.

Ranmord no respondió. Simplemente esperó, de pie junto a la mesa, mirando la pared con expresión neutra.

Diez minutos después, la puerta se abrió de nuevo y Deoitter regresó. Pero no estaba solo.

Detrás de él, escoltados por otros dos policías, venían Michael y María Rosanne. Ambos estaban pálidos, asustados, claramente confundidos sobre qué estaba pasando.

—¡Papá! —gritó Michael al verlo—. ¿Qué...?

—Silencio —ordenó Deoitter, y el chico se calló inmediatamente, intimidado.

Frank sintió que el corazón se le partía.

—Déjenlos ir —dijo, su voz temblando—. Son niños. No tienen nada que ver con esto.

—Por supuesto que no —respondió Ranmord con calma—. Pero usted sí. Y ellos son... motivación.

Ranmord hizo un gesto y apareció una pantalla holográfica en el aire entre ellos. Mostraba una sala diferente, similar a esta, donde Rosanne estaba sentada en una silla, también con restricciones magnéticas. Se veía asustada pero desafiante. Un guardián estaba detrás de ella, una mano posada casualmente en su hombro.

—Sus hijos, doctor —dijo Ranmord—. Todos bajo custodia policial. Acusados de... bueno, podemos inventar algo. Comportamiento sospechoso. Contactos no autorizados. Violación de códigos morales públicos. Los cargos específicos son irrelevantes. Lo que importa es que están aquí, y su futuro depende enteramente de su cooperación. Su mujer, siendo adulta, podría tener acusaciones aún más graves

Frank sentía lágrimas ardiendo en sus ojos.

—Son inocentes. Por favor...

—Entonces ayúdelos —lo interrumpió Ranmord—. Dígame qué ha descubierto. Dígame qué está ocultando y todos podremos irnos a casa esta noche. Su familia estará segura, su carrera intacta. Solo necesito saber qué sabe.

Frank miró a sus hijos. Michael lo miraba con ojos muy abiertos, aterrado. María Rosanne estaba llorando silenciosamente. En la pantalla, veía a su esposa tratando de mantener la compostura pero claramente asustada.

Pensó en Hann, probablemente torturado o asesinado por saber demasiado. Pensó en los meses de mentiras, de artículos falsos, de corrupción de todo lo que amaba sobre la ciencia. Pensó en el viaje superlumínico inútil, en los billones de créditos que se desperdiciarían, en las generaciones de científicos que dedicarían sus vidas a un proyecto sin futuro.

Y pensó en sus hijos y en su mujer, inocentes, atrapados en esto solo porque su padre había intentado hacer lo correcto.

No había elección realmente.

—Está bien —dijo, su voz rota—. Está bien. Les diré lo que sé. Pero primero déjenlos ir. Por favor.

Ranmord negó con la cabeza.

—Primero habla. Luego decidiremos sobre su familia.

Frank abrió la boca para protestar, pero Ranmord hizo otro gesto. En la pantalla, un médico apareció junto a Rosanne. Llevaba una jeringa.

—Esto es un suero de verdad modificado —explicó Ranmord—. No la lastimará permanentemente, pero es... incómodo. Causa alucinaciones, paranoia aguda, dolor psicológico intenso. Los efectos duran unas seis horas. —Hizo una pausa—. A menos que usted hable ahora.

—¡No! —gritó Frank—. ¡Está bien, hablaré! ¡Hablaré!

Ranmord hizo un gesto y el médico se detuvo, la jeringa aún sin usar. En la habitación con Frank, otro médico había aparecido, acercándose a él con otra jeringa.

—Esto le ayudará a hablar —dijo Ranmord—. Reduce las inhibiciones, facilita la comunicación. Considérelo... una ayuda.

Frank quiso resistirse, pero con las restricciones magnéticas era imposible moverse. Sintió el pinchazo de la aguja en su brazo, el líquido frío entrando en su torrente sanguíneo.

Casi inmediatamente, sintió los efectos. Su mente se volvió extrañamente clara pero también desconectada, como si estuviera observando todo desde una distancia. Las emociones se volvieron más intensas pero menos controlables. Y, más importante, el impulso de guardar secretos, de mentir, simplemente... se desvaneció.

—Ahora —dijo Ranmord, sentándose de nuevo—. Dígame qué ha descubierto.


Capítulo XIII: La Confesión

Las palabras comenzaron a salir de Frank como un río desbordado. No podía detenerlas, no con el suero en su sistema, no con sus hijos mirándolo con ojos aterrorizados. Les explicó lo que las nuevas ecuaciones le decían, que la dilatación temporal no se ejercía respecto a la velocidad máxima alcanzable, sino, siempre, respecto a la de la vieja y sólida velocidad de la luz. Le indicó como se cancelaba la raíz de un valor negativo.

—Continúe. —, dijo el supervisor.

—Mientras la humanidad pensó que la máxima velocidad posible era la de la luz, los cálculos se hacían respecto ella y se pensaba, con lógica, que los realizaban respecto a la máxima velocidad posible. No era correcto. El universo no se regula respecto a la máxima velocidad posible sino, siempre, respecto a nuestra querida “c”.

Frank miró la pantalla donde Rosanne estaba, el médico aún con la jeringa lista. Miró a sus hijos más jóvenes, temblando en la habitación con él. La droga hizo que las palabras siguientes salieran sin filtro y contó hasta el último detalle que conocía.

—Creo que Iruro y sus colegas progresaron mucho más que nosotros en la matemática que describe la gravedad cuántica-asintótica y la cosmología gravito-temporal. Y sabe qué descubrieron? —Se rio, una risa amarga y sin humor—. Que no hay cambio de paradigma real.

Ranmord golpeó la mesa.    El silencio en la habitación era absoluto. Frank podía escuchar su propia respiración, los latidos de su corazón.   El supervisor Rannmord se había quedado completamente quieto, procesando las implicaciones. 

—¿Está diciendo —habló finalmente el supervisor, su voz controlada con esfuerzo— que todo el Proyecto Lighting es inútil? ¿Que años de investigación, billones de créditos, miles de científicos... todo para nada?

—No exactamente para nada —murmuró Frank—. La ciencia es válida. Las ecuaciones son correctas. Técnicamente, podemos hacer que funcione. Pero en términos prácticos, en términos de lo que esperamos lograr... sí. Es inútil.

Ranmord se levantó y caminó hacia la pared, dándole la espalda a Frank. Permaneció así durante un largo minuto, sus manos enlazadas detrás de la espalda.

—Los asiáticos —dijo finalmente—. Hann y su equipo. ¿Descubrieron esto antes que nosotros?

—Eso creo —respondió Frank—. Por eso dejaron de competir. Por eso Hann dijo que no les serviría viajar más rápido que la luz. Ya sabían que era una trampa.

—¿Y los americanos? ¿Los africanos?

—No lo sé. Quizá aún no lo han descubierto. O quizá sí y están ocultándolo, como nosotros.

Ranmord se giró lentamente.

—¿Como nosotros? Nosotros no lo sabíamos. Usted acaba de descubrirlo.

—Pero ahora lo sabe —dijo Frank—. La pregunta es: ¿qué va a hacer con esta información?

Ranmord no respondió inmediatamente. Sus ojos estaban distantes, calculando, sopesando opciones. Frank podía prácticamente ver los engranajes girando en su mente.

El supervisor era lo suficientemente inteligente para comprender todas las implicaciones políticas. Si esto se hacía público, el Consejo Europeo quedaría en ridículo. Años de propaganda sobre cómo Europa lideraría a la humanidad hacia las estrellas se revelarían como fantasías. Los recursos invertidos en el Proyecto Lighting tendrían que explicarse, justificarse. Cabezas rodarían, probablemente empezando por la del propio Ranmord.

Pero si se mantenía en secreto... si simplemente se cancelaba el proyecto con alguna excusa técnica... si se redirigían los recursos discretamente hacia otros programas... quizá podrían minimizar el daño político.

—Esto lo cambia todo —dijo finalmente Ranmord, casi para sí mismo—. Tendré que informar al Consejo. Ellos decidirán cómo proceder, cómo comunicarlo al mundo si es que lo hacen, cómo manejar las relaciones con los otros continentes.

Miró a Frank con una expresión que era difícil de interpretar.

—Lo que usted sabe, doctor Schumastein, es extremadamente peligroso. Para usted, para su familia, para el orden continental. Mientras el Consejo delibera sobre el curso de acción apropiado, esta información debe permanecer absolutamente secreta. ¿Comprende?

Frank asintió, aunque sabía lo que esto significaba. No iba a salir de aquí. Al menos, no pronto.

Ranmord hizo un gesto apenas perceptible a un guardaespaldas en el que Frank no había reparado. El hombre salió sin decir palabra.

—Sus hijos serán liberados —dijo Ranmord—. No tienen conocimiento de lo que usted descubrió, así que no representan una amenaza de seguridad. Su esposa también será monitoreada pero dejada en paz. No son expertos en Física, sus opiniones no valen nada en ese campo. La suya, sin embargo, sí sería tomada en cuenta. Al contrario de lo que usted piensa, no somos unos malvados asesinos. Sólo buscamos lo mejor para nuestro Continente. Los liberaremos, no tema.

—¿Y yo? —preguntó Frank, aunque conocía la respuesta.

—Usted permanecerá bajo custodia hasta que el Consejo decida qué hacer. Podría ser semanas. Podrían ser meses. Podrían ser años —Ranmord se dirigió hacia la puerta, luego se detuvo—. Lamento que haya terminado así, doctor. Realmente lo lamento. Usted es brillante, podría haber tenido un futuro extraordinario. Pero sabe demasiado.

Y con eso, salió de la habitación.


Epílogo: Un Mes Después

Frank Schumastein permanecía sentado en su celda —porque eso era lo que era, sin importar cómo la llamaran— en uno de los niveles subterráneos del Centro Europa-6. Era un apartamento amplio, con un jardín virtual que le permitía sentir un sol artificial, oler la fragancia de flores falsas y escuchar el trino de pájaros, mecánicos pero muy realistas. Tenía casi todas las comodidades que existían en su propia casa. Disponía incluso de una terminal limitada que le permitía leer y comunicarse, bajo sistemas de censura automática, con el exterior. Su familia estaba autorizada a visitarlo dos veces por semana. Por las noches, pensaba que las estrellas estaban ahí, esperándole, brillando en la oscuridad del espacio. Sin embargo, de acuerdo a sus cálculos, permanecerían para siempre fuera del alcance de la humanidad, no por limitaciones tecnológicas sino por las crueles matemáticas del universo mismo. Podrían construir las naves. Podrían volar más rápido que la luz. Pero nunca podrían regresar a casa en un tiempo que les importara. El cosmos había construido una prisión perfecta: podías escapar, pero al hacerlo, perdías todo lo que alguna vez te importó. Mirando al techo del apartamento, sobre su lecho flotante, se preguntó si algún día la humanidad encontraría otra forma de alcanzar las estrellas. Una forma que no los traicionara con las mismas leyes físicas que pretendían superar. O si, quizá, estaban destinados a permanecer para siempre en este pequeño planeta azul o en sus cercanías, mirando hacia arriba y soñando con imposibles.  Frank pensó que quizá el verdadero precio no era el de su libertad personal sino el que pagaría toda la humanidad: la pérdida de un sueño milenario, la comprensión de que algunas fronteras estaban destinadas a permanecer cerradas para siempre, no por falta de valentía o ingenio, sino simplemente porque el universo había escrito las reglas de tal manera que ganar el juego era, en última instancia, imposible. Y esa era la lección más amarga de todas: que a veces, la ciencia no libera. A veces, solo revela las cadenas que siempre estuvieron ahí, invisibles pero inquebrantables.  

Había perdido la cuenta de los días exactos, pero estimaba que había pasado alrededor de un mes desde su confesión, cuando la puerta de su apartamento-celda se abrió. Frank levantó la vista, esperando ver a uno de los guardias que de tanto en cuanto vigilaban físicamente su estado. En cambio, era Ranmord.

El supervisor se veía diferente. Más viejo, más cansado. Las líneas de tensión alrededor de sus ojos se habían profundizado.

—Doctor Schumastein —dijo, entrando y cerrándose la puerta detrás de él—. Tenemos que hablar.

Frank no dijo nada, simplemente esperó.

—El Consejo ha deliberado —comenzó Ranmord, sentándose en la única silla de la habitación—. Han revisado sus cálculos, han puesto a otros equipos de físicos a verificarlos independientemente. Todos llegaron a la misma conclusión.

—¿Tenía yo razón? —murmuró Frank.

—Sí, tenía usted razón. —Ranmord suspiró pesadamente—. El Proyecto Lighting ha sido cancelado internamente. Oficialmente, para sus colegas, por razones de presupuesto continental insuperables. La verdad real permanece clasificada en el nivel más alto de seguridad.

—¿Y los otros continentes?

—América y África aún no lo han descubierto, o si lo han hecho, tampoco lo han hecho público. Asia... bueno, ellos claramente ya lo sabían. Hemos tenido contactos discretos con ellos. Parece que llegaron a la misma conclusión hace un par de años y están igualmente comprometidos a mantenerlo en secreto. Sólo Iruro Hann habló demasiado y puso en peligro su política.

—¿Por qué? —preguntó Frank—. ¿Por qué esconderlo? La verdad eventualmente saldrá.

—Porque —respondió Ranmord con cansancio— los gobiernos continentales han invertido demasiado, prometido demasiado, construido demasiadas esperanzas alrededor de este proyecto. Admitir el fracaso ahora causaría un caos político. Disturbios, probablemente. Pérdida de fe en las instituciones científicas. Quizá incluso el colapso del sistema de gobiernos continentales.

—Así que van a mentir —dijo Frank amargamente—. Como me hicieron mentir a mí.

Ranmord no negó la acusación.

—El Consejo ha decidido que la información se liberará gradualmente, a lo largo de una década. Los malos tragos es mejor tomarlos poco a poco. Paulatinamente, se permitirá que los científicos "descubran" esta limitación. Para entonces, habrá tiempo para gestionar las expectativas, para redirigir la atención pública hacia otros logros. Será manejable.

—¿Y yo?

Ranmord lo miró durante un largo momento.

—Usted sabe demasiado y es demasiado pronto. No puede ser liberado, al menos no todavía. Pero tampoco podemos simplemente... hacerlo desaparecer. Demasiadas personas saben que fue arrestado. Su familia, sus colegas. Y, como le dije, no somos monstruos asesinos sin alma. Si debemos matar, matamos. Pero, en su caso, el Consejo piensa que no es necesario. Al menos, si usted coopera siempre.

—Entonces, ¿qué?

—Será transferido a una instalación de investigación remota —explicó Ranmord—. En la zona europea de la Antártida, y estará supervisado las veinticuatro horas. Podrá continuar su trabajo científico, pero en áreas no relacionadas con viajes espaciales. Su familia será informada de que está trabajando en un proyecto clasificado de extrema importancia y que el contacto está restringido por razones de seguridad nacional a una visita cada tres meses. El gobierno pagará los gastos de desplazamiento y estancia allá. 

—¿Por cuánto tiempo?

—El Consejo estima que dentro de cinco o diez años, cuando la información se haya filtrado de manera controlada, podrá ser liberado totalmente sin representar una amenaza. Para entonces, lo que usted sabe ya no será un secreto peligroso.

Frank cerró los ojos. Cinco o diez años. Michael será mayor. María Rosanne, casi treinta años. Se iba a perder sus bodas, quizá el nacimiento de nietos. Toda una vida robada.

—Mi familia...

—Estará bien —lo interrumpió Ranmord—. Recibirán su salario completo, más una generosa "bonificación por servicio nacional". Sus hijos tendrán garantizadas las mejores educaciones, los mejores puestos. A su esposa se le ascenderá en el laboratorio de biología. Y cada tres meses los va a tener con usted. Ya ve usted que somos compasivos. Y siempre esto es mejor que la alternativa —musitó el supervisor— si usted no sigue cooperando. En tal caso, no nos temblará la mano. Sé que no tiene duda alguna sobre esto.

—No tengo duda de ello.

—Su transporte a la Antártida parte en dos días. Mañana vendrá su familia para despedirse antes de partir. Le sugiero que descanse. —Hizo una pausa en el umbral—. Y doctor... lamento genuinamente cómo ha terminado todo esto. Si sirve de algo, su descubrimiento, aunque doloroso, eventualmente salvará a la humanidad de desperdiciar recursos incalculables en una búsqueda inútil. En ese sentido, hizo un gran servicio.

—Pequeño consuelo —murmuró Frank.

Hubo un largo silencio. Finalmente, Frank preguntó:

—¿Valió la pena? Todo esto. Las mentiras, la corrupción de la ciencia, las amenazas. ¿Valió la pena?

Ranmord se levantó, caminando hacia la puerta.

—Esa —dijo sin volverse— es una pregunta para filósofos, no para mí. Yo solo hago mi trabajo: proteger los intereses del continente. Lo que eso signifique moralmente... —se encogió de hombros— ...no es mi área de conocimiento.

Tocó el panel de la puerta.  Ranmord salió y la puerta se cerró tras él. 

El trino de los pájaros sintéticos se activó nuevamente.