Los girasoles ciegos (Anagrama, 2004) de Alberto Méndez es un gran libro de relatos. Emociona. Y emociona con historias reales, o al menos verosímiles, cercanas, de lectura directa y de entendimiento profundo. Sin necesitar recurrir a trucos oníricos ni a rarezas. Sencillo, pero no exento de una enorme profundidad simbólica pero de símbolos cercanos, encarnados en nosotros cada día. Es la vida, la vida trágica que nos envuelve una vez y otra también, es la reacción del ser humano con su miedo y su heroísmo mezclados a partes iguales, la vida de seres vencidos que, a la postre, lo somos todos.
El libro, estructurado en cuatro relatos entrelazados entre sí y desarrollados en la postguerra de nuestra guerra civil (el último, el más elaborado, da nombre al libro) es de una prosa cuidada, exquisita en la que cada párrafo está labrado a la perfección y se contiene a sí mismo. Como muchas veces ocurre con las grandes obras, su autor murió sin apenas haber paladeado su éxito que, hoy, es incuestionable y merecido.
¿Y la película? lean el libro, mejor.
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