Luisa amaba las flores, sobre todo las rosas blancas, y, aunque él nunca lo aceptó, debió comenzar a observar los jardines porque el recuerdo de su abrazo se le hacía más presente. Un día, casi una tontería, compró un libro en donde con muchas fotografías y pocas palabras – para mentes poco ágiles, vamos- enseñaban a plantar un pequeño jardín. Estaba en rebajas y lo cogió sin pensarlo. Lo hojeó y lo olvidó sobre la mesa. Pero al día siguiente lo volvió a tomar y vio el jardín de su casita, descuidado, con la hierba alta y crecida. Alguien le había dicho una vez que dedicarse a una tarea manual los fines de semana ayudaba a rendir más en el trabajo. Así que, más por profesionalidad que por interés, decidió plantar flores. El sábado a la mañana compró semillas y tiestos. Rosas, claveles, gladiolos, margaritas blancas y begonias. Eligió una imagen de las del libro y se propuso recrearla en su jardín. Fue un pequeño desastre pero, sin notarlo, sin ser consciente de ello, se sintió a gusto con la tarea que, aún sin reconocerlo, apaciguaba el ansía de tenerla otra vez junto a sí.
Cogió experiencia con el tiempo y su jardín cobró un aspecto mejor que los que aparecían en el libro. Algunos amigos le pidieron que hiciese algo similar en sus jardines, pagando por ello una buena cena y unas botellas de Rioja, amén de los gastos, claro está.
Cada estación modificaba el estilo de su jardín. Con flores y plantas dibujaba un caleidoscopio de formas y colores que iban variando cada año con nuevos motivos y nuevas expresiones. Los aromas se mezclaban, siempre distintos, siempre atractivos. El sol brillaba en mil maneras por entre los pétalos y una pequeña fuentecilla que situó en la esquina norte atraía a los pájaros. Llegó a ser envidiado por todos los vecinos y fue llamado a dar un par de conferencias en la ciudad para jubilados y amas de casa que le aplaudieron a rabiar. Sus sobrinos traían a sus amigas para vanagloriarse de aquel viejo tío jardinero que era capaz de crear tantas variaciones y tan bellas. Nadie se percató de que, siempre, en el centro había una rosa blanca.
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