Las luces del escenario se apagaron. Al contrario que en otros teatros, la función comenzaba cuando las luminarias se extinguían y la negrura colmaba la escena. Entonces, entraban los personajes. La obra siempre era distinta y, aunque sus diálogos y acciones pertenecían al mismo escritor y estaban basados en la vida del mismo, cada día todo cambiaba haciendo que el espectador sintiese siempre distintas emociones, miedos y sorpresas. Quizá por eso, volvía cada día.
Una señora mayor, de pelo canoso, que no perdía su tiempo en disimular con tintes su cabello, entró desde el fondo de la escena. Llevaba un cántaro en su mano y, aunque no podía verse lo que contenía, el hombre de la butaca supo que estaba lleno de vino. Gritó algo que, a pesar de haber sido claramente declinado, el espectador no podía recordar y la vasija cayó haciéndose añicos. Un joven vestido con pantalones vaqueros y una camiseta en la que ponía alguna barbaridad – eso sí, en inglés- apareció desde atrás y echó la culpa al espectador de que aquel accidente hubiera ocurrido. Vociferó que los padres siempre tenían la culpa de todo.
Súbitamente, el escenario cambió y el ser que asombrado veía todo desde su butaca observó cómo en milésimas de segundo el decorado se modificaba. ¿cómo lo harían técnicamente? De hecho, la pintura – porque aquello sería una pintura se suponía- era tan real que parecía que estuviese en un paseo marítimo. De hecho, podía sentir la brisa fresca acariciándole el rostro y mesándole los cabellos. Intentó saber cómo se producía aquel milagro técnico en el teatro pero lo olvidó cuando una mujer bella, con unos ojos avellanados, el pelo apresado en un compacto moño, sonrisa de sirena y voz dulce le llamaba hacia sí. Y el espectador se levantó y fue a abrazarla con la íntima sensación de que la conocía desde siempre y desde siempre la estaba esperando. Se le desvaneció entre su abrazo y se encontró nuevamente en el primer escenario, con el vino derramado y limpiándolo con un trapo mientras la primera de las mujeres le decía que no ayudaba lo suficiente. Miró hacia el patio de butacas y todo permanecía a oscuras. Otros personajes salieron y entraron, recitaron frases que no entendía, gesticularon y cambiaron el fondo del escenario tres o cuatro veces más. Era todo absurdo pero todos aquellos seres parecían comprender el guión.
Un sonido estridente dañó sus oídos. Una luz poderosa lo inundó todo. La tarima sobre la que se encontraba se desvaneció junto a las butacas, el bambalinón, los focos, la tramoya y los arlequines. La obra completa, con todos sus textos y todos sus personajes, se le olvidó instantáneamente.
Apagó el despertador y tuvo la extraña sensación de que había estado soñando una pesadilla.
Una señora mayor, de pelo canoso, que no perdía su tiempo en disimular con tintes su cabello, entró desde el fondo de la escena. Llevaba un cántaro en su mano y, aunque no podía verse lo que contenía, el hombre de la butaca supo que estaba lleno de vino. Gritó algo que, a pesar de haber sido claramente declinado, el espectador no podía recordar y la vasija cayó haciéndose añicos. Un joven vestido con pantalones vaqueros y una camiseta en la que ponía alguna barbaridad – eso sí, en inglés- apareció desde atrás y echó la culpa al espectador de que aquel accidente hubiera ocurrido. Vociferó que los padres siempre tenían la culpa de todo.
Súbitamente, el escenario cambió y el ser que asombrado veía todo desde su butaca observó cómo en milésimas de segundo el decorado se modificaba. ¿cómo lo harían técnicamente? De hecho, la pintura – porque aquello sería una pintura se suponía- era tan real que parecía que estuviese en un paseo marítimo. De hecho, podía sentir la brisa fresca acariciándole el rostro y mesándole los cabellos. Intentó saber cómo se producía aquel milagro técnico en el teatro pero lo olvidó cuando una mujer bella, con unos ojos avellanados, el pelo apresado en un compacto moño, sonrisa de sirena y voz dulce le llamaba hacia sí. Y el espectador se levantó y fue a abrazarla con la íntima sensación de que la conocía desde siempre y desde siempre la estaba esperando. Se le desvaneció entre su abrazo y se encontró nuevamente en el primer escenario, con el vino derramado y limpiándolo con un trapo mientras la primera de las mujeres le decía que no ayudaba lo suficiente. Miró hacia el patio de butacas y todo permanecía a oscuras. Otros personajes salieron y entraron, recitaron frases que no entendía, gesticularon y cambiaron el fondo del escenario tres o cuatro veces más. Era todo absurdo pero todos aquellos seres parecían comprender el guión.
Un sonido estridente dañó sus oídos. Una luz poderosa lo inundó todo. La tarima sobre la que se encontraba se desvaneció junto a las butacas, el bambalinón, los focos, la tramoya y los arlequines. La obra completa, con todos sus textos y todos sus personajes, se le olvidó instantáneamente.
Apagó el despertador y tuvo la extraña sensación de que había estado soñando una pesadilla.
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