Estar contigo es adentrarse en los secretos del mundo, en el
arcano de lo que es fundamental a una vida. Hay más sabiduría en una
conversación contigo, juntos en una mesa con una copa de vino blanco y las
manos entrelazadas, que en un compendio de filosofía. Me encanta cuando hablas,
cuando disertas con esa pasión que me rinde a tus argumentos. Hay más ternura
en una sola mirada tuya – miras tan profundo que siento la caricia de tu cariño
en mi alma como si fuera un mimo dulce que me inundara de pronto- que en todas
las novelas románticas de los escritores más inspirados.
Acostarme junto a ti y explorar el arco de tu espalda, los
humedales de tus entrañas o la suavidad con la que la textura invisible de tus
mejillas se comba ante mis besos es como ver un reportaje del National
Geographic, uno de esos con fotografías y paisajes milagrosos que no parecen de
este mundo, en los que la luminiscencia es siempre brillante y hechizante, cromática,
donde existen horizontes a los que uno se asoma con la emoción de observar algo
que sólo ha podido ser creado por dioses maravillosos y extraordinarios. Entonces,
tumbado a tu lado, no quiero que pase la noche, pido que los relojes se
detengan, que el planeta deje de girar sobre sí mismo. Es tanto lo que cada
noche tengo que descubrir en tu piel, en las dunas suaves de tu cuerpo, en el
sabor de tus labios, en el contacto de tus manos, que necesitaría mil vidas
para recorrer tus misterios.
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