1/4/13

La vida sucede






Él se daría cuenta mucho más tarde que la vida sucede sin que uno se aperciba de lo que ocurre, que el alma de las cosas confabula imperceptiblemente en una dirección, como las partículas de metal se alinean en presencia de un imán siguiendo caminos muy precisos, que lo que en su momento parece accesorio y común es en realidad tan fundamental y tan necesario a ese instante, una coreografía tan exacta, que hay que deducir forzosamente que está determinado por alguna fuerza que nos trasciende.
No sé dio cuenta, por ejemplo, que – por azar, sin que fuese premeditado- compartieron todos los platos de la cena. También resultó natural el pasarse las almejas de plato a plato como si se conocieran de toda la vida, y el que la dueña del restaurante les hablara como si fueran clientes habituales. Come de mi pan, le dijo ella y resultó de lo más natural porque, sin saberlo, ya compartían tantas cosas. Fue casual que un navío pintado de faroles iluminados dejara la bocana y que ambos lo siguieran a la vez con la vista y resultó hasta cotidiano que, de pronto, se encontraran riendo unos chistes que sólo juntos merecían una sonrisa. Fue fortuito que tuviesen que apretarse en el zaguán de un portal cuando aquel coche pasó ocupando todo el ancho de la angosta calleja y también lo fue el roce frecuente de las manos que parecían conocerse desde siempre, incluso resultó inevitable el abrazo imprevisto y fugaz.
-             Me he puesto rimmel- le había dicho ella.
-             Ya me he dado cuenta- contestó él, faltando a la verdad porque hacía mucho tiempo que había dejado de mirar la ribera de sus párpados para perderse en la inmensidad del océano azul de sus ojos, pero también de esto, que era tan natural, tan necesario, tan irrenunciable en aquel momento, se percató varios días después.

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