21/2/19

Náufragos sin planeta





En al año 6.288 ocurrió lo que hacía milenios que los científicos habían advertido. Que, tarde o temprano, nos toparíamos con una civilización extraterrestre hostil más avanzada. Lo malo fue que la primera de la que tuvimos noticia fue ya hostil.
El planeta Tierra, por aquel entonces, era un mundo unificado, con un solo gobierno y, en general, próspero a pesar de los veintinueve mil millones de habitantes que lo poblaban. Esta multitud se había adaptado al terreno mediante la construcción de ciudades en vertical y gracias a la emigración. Así, en Halopolis, los edificios penetraban hasta diez kilómetros bajo el suelo y ascendían hasta los tres mil metros hacia el cielo. Más de tres mil millones de humanos pululaban, por otro lado, por el Sistema Solar y la Nube de Oort, bien en colonias mineras que extraían todo tipo de materiales de asteroides y planetoides, bien en las islas flotantes de recolección energética (solar e hidrogénica), auténticas ciudades espaciales en donde muchas personas nacían, vivían y morían sin conocer nada más. El desarrollo vehicular espacial estaba muy desarrollado pero las naves más rápidas alcanzaban sólo la velocidad de unos trescientos kilómetros por segundo. A ese ritmo, se precisaban aún casi 1800 años para alcanzar el límite exterior de la nube de Oort y muy pocas estaciones habían llegado hasta allá. O se suponía que habían llegado, porque las comunicaciones eran muy débiles y entrecortadas. La mayoría de la minería espacial se efectuaba en la parte interna de Oort, a unas mil o dos mil unidades astronómicas de distancia.

La Tierra era, por otro lado, una sociedad orgullosa de sus logros y arrogante sobre su futuro. La tecnología se desarrollaba exponencialmente y, como decían los agoreros, si en sólo 4000 años se había pasado de estar sujeto al suelo a surfear entre los planetesimales de Oort, qué no podríamos hacer en los siguientes millones de años.
Se habían debatido hasta la saciedad sobre cuándo ocurriría el primer contacto pero, pese a la ya anciana y clásica paradoja de Fermi, no se habían aún detectado ninguna señal realmente creíble y científica de una civilización externa lo cual, por otra parte, significaba que el área local de la galaxia por donde deambulaba el Sistema Solar no estaba nada poblado que pudiera decirse.

Fue la nave Arteus-457, que patrullaba a unas 1.200 unidades astronómicas la que observó, por primera vez, el extraño objeto. Sobre la constelación de Draco, la primera hipótesis es que se trataba de un cometa o asteroide muy lejano. Ciertamente, si se podía verlo es que la distancia a aquella cosa no podía estar a mucho más de cuatro años-luz ya que los telescopios fotónicos no podrían detectarlo más allá, dado su tamaño, que se estimo en un diámetro de unos cien kilómetros. Estaba, aunque en otra dirección, a la misma distancia que la estrella más cercana. Un gran asteroide o un pequeño planetoide, daba lo mismo. Su trayectoria era directa hacia la Tierra.
Unos días después, los mejores astrónomos mundiales presentaron su informe a los líderes gubernamentales.

-        ¿Y, bien, señores? ¿Hay riesgo de que este asteroide acabe colisionando con la Tierra? – pregunto el presidente del Consejo de notables.

-        Es pronto para decirlo – contestó el decano de la comisión-, los datos de que disponemos son escasos. Seguimos la órbita pero en tan pocos días, apenas diez, el cálculo de la órbita para un objeto tan lejano dista mucho de ser exacto. Podemos afirmar dos cosas. Primero, que, sí, la trayectoria lo llevará cerca de la órbita terrestre, lo que ya de por sí es un riesgo.

-        No lo creo así – interrumpió uno de los miembros-, primero porque habrá muchos elementos gravitatorios que pueden desviarlo en tan largo camino, por ejemplo deberá cruzar por entre los billones de cuerpos de la nube de Oort; y, segundo, porque nuestra tecnología nos permite desviar o destruir en su vuelo cualquier objeto, incluso de ese tamaño. Además, está a más de cuatro años luz de distancia. Para cuando sea una amenaza, si es que algún día llega a serlo, habrán pasado miles de años y nuestra tecnología habrá mejorado exponencialmente.

-        Bueno – carraspeó el decano-, es que hay otro problema, otro hecho que podemos afirmar…

-        ¿Cuál?

-        Su velocidad... Permítanme ser precavido pero una estimación preliminar la ha cifrado en 150.000 km/s.

-        C medios! – el más joven de la mesa se levantó con expresión de incredulidad - , eso es imposible, señores. Nada tan grande puede acelerarse a tamaña velocidad. No estamos hablando de muones, amigos.

-        Sí, entiendo su reticencia. A nosotros también nos ha parecido fantástico pero cada vez que repetimos los cálculos llegamos a conclusiones similares.

-        Desarrolle la idea, señor decano – el presidente hizo un ligero gesto con la mano.

-        Si esto fuera cierto, primero, nuestro tiempo de reacción se reduce a apenas ocho años. Ocho años para saber qué es, cómo desviar el objeto y fabricar la tecnología que fuera necesaria. Ni que decir tiene que en ocho años no podemos esperar ninguna técnica revolucionaria. Deberemos basarnos en nuestras defensas actuales: rayos de tracción por láser, armas nucleares, quizá las más potentes de doce mil megatones, y campos gravitatorios artificiales pero estos son aún muy débiles y están en fase de experimentación.

-        Escaso tiempo, cierto – asintió el Presidente.

-        Más debo indicar aún otro importante hecho….- titubeó-. No pensamos que ningún objeto natural de esa talla pueda alcanzar esa velocidad.

-        ¿Qué quiere usted decir?

-        Que pensamos que puede tratarse de una nave alienígena de una civilización, obviamente, mucho más adelantada que la nuestra.

-        ¿Un primer contacto? – pregunto la directora de la Academia de estudios exteriores.

-        ¡Ya era hora! Llevamos miles de años esperando este momento.- afirmó con entusiasmo uno de los jóvenes.

-        No sea usted tan optimista- le corrigió el otro- ¿Cree usted que alguien va a poner en marcha una magnífica nave capaz de volar a la mitad de la velocidad de la luz y dirigirse a la Tierra sólo para saludarnos? ¿Qué nos han elegido entre las posibles civilizaciones de todas las galaxias para darnos un abrazo?

-        ¿Piensa que representan un peligro? – interpeló el Presidente.

-        Así es.

-        ¡Vamos, hombre! Es igual de ilógico pensar que nos han elegido para destruirnos. ¿Por qué? ¿Qué razón habría? Somos un pequeño planeta sin importancia.- protestó el joven.

-        Y fácil de conquistar. Nuestro cinturón de Oort es una muy valiosa fuente de materiales.

El debate se extendió durante tres días y finalmente triunfaron los halcones y los cobardes. Los unos por ganas de pelea, los otros por miedo a ser deglutidos por horribles seres, todos ellos decidieron que era preciso preparar la defensa. Todos los medios de observación seguirían al objeto para certificar la trayectoria. Por otro, todas las defensas militares saldrían de inmediato hacia Oort para organizar allá la defensa. En ocho años de plazo, y con las más rápidas naves, las naves con base en Tierra llegarían a unas 500 unidades astronómicas. Habría, pues, que contar con la reducida flota de la Heliopausa que ya se encontraba patrullando a 700 UA. Podrían, aunque muy justo, alcanzar la frontera interior y organizar la defensa situando armas y equipos en asteroides y cometas, creando una telaraña de trampas que podrían o bien desviar el objeto, o bien destruirlo. Entre los militares reinaba el optimismo. Entre los astrónomos, la esperanza de que se tratara de un asteroide que acabaría desviándose; entre muchos otros se arrastraba la inquietud. También había grupos convencidos de las buenas intenciones de los supuestos visitantes y se preparaban para darles la bienvenida.
Dos años después, no había duda. El objeto seguía una trayectoria directa hacia la Tierra. Aún peor, había decrecido hasta el 40% de la velocidad de la luz. Estaba parando, estaba maniobrando para aparcar cerca del planeta y esto se interpretó por las milicias como un hecho peligroso. Era la búsqueda de una posición de tiro artillero. De dónde provenía la nave no se conocía pero todos apoyaban la hipótesis de que su origen era extragaláctico.

Los años siguientes, siendo todos conscientes del peligro, los treinta y dos mil millones de humanos permanecían en alerta, expectantes, trabajando al unísono.

En el 6294, seis años después del primer avistamiento, el objeto se encontraba a 1 año luz, en el borde exterior de la nube de Oort, y los telescopios de última generación eran capaces de resolver la imagen óptica. No había duda, se trataba de un objeto artificial, de estructura elipsoidal, muy liso en su superficie y tremendamente luminoso. Una tenue estela gaseosa se expandía tras él y se supuso que esto tendría algo que ver con su sistema de propulsión, ese maravilloso ingenio capaz de dotarle de tal velocidad. Alguna nave terrestre muy lejana había mandado informes contradictorios pero que apoyaban la idea de una nave artificial.
Todas las armas apuntaron al objeto. La red de cometas trampa se activó. Los cañones de fotones se cargaron, las armas nucleares se conectaron. El Consejo de Notables fijó el 8 de junio como el día clave. Si la trayectoria seguía siendo la misma y no se observaba ninguna señal amistosa, se lanzaría un primer aviso de advertencia, una esfera de energía que debía estallar a unas 5 UA del objeto.

El 8 de junio, a las 17:13, con la nave extraña a sólo nueve meses luz de la Tierra, se dio la orden y, como estaba previsto, el disparó se efectuó con precisión.
La nave continuó su camino como si nada hubiera sucedido pero unos quince segundos después se divisó un destello que brotaba de su superficie. Un primer cálculo indicó que lo lanzado era un dispositivo de apenas dos metros de largo pero que se movía a la increíble velocidad del 80% de la velocidad de la luz. Y, sí, su trayectoria lo dirigía a la Tierra. Los telescopios sólo veían un destello porque dos metros no eran resolubles en imágenes.

La nave alienígena no hizo nada más, continuó decelerando lentamente mientras la “bala” (como ya se la llamaba popularmente) de 2 metros siguió hacia la Tierra a casi la velocidad de la luz.

Entró en la atmósfera en marzo del 6295 y, efectivamente, era una pequeña roca de 2 metros de largo. Un guijarro cósmico, similar a cualquiera de los muchos meteoritos que caían continuamente sobre todos los planetas del sistema solar. Una minucia espacial. Sólo que este canto rodado, esta miseria astronómica, llegaba casi a la velocidad de la luz. Se lanzaron contra ella todo tipo de armas pero para cuando estas llegaban al blanco, hacía mucho tiempo que la bala había pasado. Era como disparar a la luz, algo imposible.
El impacto ocurrió sobre el Océano Índico. La cantidad de energía liberada debido a la energía cinética de la bala volatilizó la Tierra en milésimas de segundo y trillones de fragmentos salieron despedidos hacia el espacio. Todas las naves que se encontraban más cerca que Plutón quedaron destruidas en horas. La onda expansiva llegó a la heliopausa unos pocos días después. Había que reconocer que aquellos extraterrestres eran eficaces en el consumo de medios. Dos metros de piedra par derribar un planeta.

Sólo salieron ilesas las islas flotantes que se encontraban dentro del cinturón de Oort.

No eran pocos los supervivientes. Unos mil millones. Náufragos sin planeta que observaban con miedo la gran nave extraña que seguía decelerando.












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