Ven a la cama, dijiste adormecida y tierna, con ese hilo de voz dulce que tenías al dormirte. Abrazaste la almohada para mostrarme que deseabas apretarte a mi pecho. Yo necesitaba terminar aquel informe y te pedí que esperaras un poco. Dame un beso, pediste, y me miraste con ojos pequeñitos, vencidos por el sueño. Te besé y te tapé con la manta. Era otoño y tu camisón azul era poca protección. Los tirantes de cinta dejaban al descubierto tus hombros. Te acaricié. La tenue luz de la lámpara se entretenía en tu pelo y pintaba sombras suaves. Seguí con mi tarea y, cuando me acosté a tu lado, tan sólo diez minutos más tarde, ya dormías. Estabas hermosa. Muy hermosa.
Hoy que no te tengo, sé lo estúpido que fui al no dedicarte aquellos diez minutos. Entonces no parecían importantes. Ahora lo serían todo. Extraño tu piel de seda.
Hoy que no te tengo, sé lo estúpido que fui al no dedicarte aquellos diez minutos. Entonces no parecían importantes. Ahora lo serían todo. Extraño tu piel de seda.
1 comentarios :
muy bello. Me ha recordado una experiencia real propia
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