27/6/13

Como el humo azul






Se levantó despacio y tomó un cigarrillo, busco el mechero dentro del bolso y lo encendió pausadamente. Un hilo azulado de humo ascendió titubeante hacia el techo.
 
-        Lo siento- dijo mientras agarraba con la mano el codo del otro brazo con el que sostenía el pitillo y miraba por el ventanal del porche, lejos, ensimismada-, yo te quiero, te tengo mucho afecto, eres especial, pero no quiero depender ni de ti ni de nadie.
 
Matt estaba sentado en la mitad del sofá de dos plazas, con la pierna izquierda cruzada sobre la derecha, expresión seria, y con sus manos entretenidas en doblar y redoblar un papelito que no sabía de dónde había salido. No dijo nada. Prefería esperar. En este tipo de situaciones, lo mejor es no decir nada para que todo se desmorone o se reconstruya de manera espontánea. Si ocurrirá lo uno o lo otro sólo el destino lo conoce. Los silencios, pensó, son mejores que las palabras. ¿Qué argumentos se iban a dar, cuáles se iban a pedir? No tenían sentido ni los unos ni los otros. Al cabo, se trata siempre de intuiciones, de sentimientos que no tienen lógica alguna.
 
La observó con detenimiento mientras ella continuaba mirando el paisaje que se extendía hacia la pradera, cerca de la linde del río. El otoño avanzaba y los árboles se pintaban de rojo, ocre y sepia. La casita de pájaros  que colgaba del magnolio en el centro del jardín, vacía desde hacía semanas, se bamboleaba suavemente acunada por un viento más fresco que lo que era natural para la época del año. La observó y siguió con su imaginación la silueta de su rostro. Ella siempre decía que no era guapa pero a él siempre le había parecido inexplicablemente hermosa. Tenía una forma especial de fumar, como si meditara profundamente con cada calada, como si leyera en cada Chester alguna reflexión filosófica. Lo había visto muchas veces. Bajaba la mirada y cerraba levemente sus párpados cuando aspiraba la esencia del cigarrillo, para exhalar luego el humo mientras levantaba la cara y se quedaba pensativa por largo rato al tiempo que dejaba que las ascuas consumieran buena parte del tabaco.
 
Habían alquilado la casa por la luz de tonalidad acuarela que envolvía el porche por las tardes.  Matt pensó que era una lástima que los instantes no quedaran encerrados para siempre en pinturas, en fotografías enmarcadas, que no se materializaran para que nunca se pudiera decir que todo aquello no había sucedido. Si así fuera, aquel salón estaría lleno de imágenes colgadas de las paredes mostrando las cenas tranquilas, las conversaciones largas - ¿cuándo habían dejado de hablar despacio y largo?- , la carita ovalada y la sonrisa tierna de ella que tanto le embrujaba, las caricias, el preparar juntos un solomillo o servirse una copa de vino. Pero los momentos se esfuman, se diluyen como el hilo azul del tabaco.
 
-        Lo último que quiero es que dependas de nadie, de mí menos aún- musitó él mientras perdía también su mirada en el ventanal del porche.
-        No es por ti, es por mí. Soy yo la que me ato aunque nadie me quiera atar.
-        ¿Y tengo yo la culpa de tus propios miedos?
-        Ya lo sé. Soy complicada pero me ha costado mucho llegar hasta aquí para volver a sentirme prisionera.
-        ¿Prisionera de que te amen?
-        No de que me quieran sino de que esté obligada a devolver ese amor.
 
 
Él no la entendía. O sí la entendía pero le dolía que, por un lado, fuera él quien tuviese que pagar antiguas facturas que no eran suyas y, por otro, que la realidad profunda era que el amor había volado hacía tiempo como los petirrojos habían abandonado la casita de madera con forma de pagoda que colgaba del árbol. ¿Cómo, si no, uno va a sentir que amar es una obligación en vez de un regalo? Tan simple como eso. Todo lo demás era el humo azulado que envuelve la nicotina.
 
-        ¿Y ahora, qué?
-        Es lo que hay- dijo ella.
-        ¿Y eso es todo? ¿Un es lo que hay y ya está? ¿se apaga el botón del corazón y todo resuelto? ¿Tan amigos?
-        Quiero seguir siendo tu amiga.
-        ¿Cómo se desconecta un sentimiento? ¿Debo ir al hospital a que me hagan una lobotomía? ¿Qué pasa conmigo? Es imposible desterrar los recuerdos. El peor de los dilemas. O sufro yo o te hago sufrir sin quererlo.
-        Sé lo que no quiero. Quizá no sepa lo que quiero pero sí lo que no quiero. Odio hacerte daño pero sé lo que no quiero. Entiéndeme, por favor.
 
Se levantó y la abrazó por la cintura, apretando su rostro contra su pelo. Ella se dejó hacer. Cuanto más vueltas le dieran, peor lo pasarían. Se quedaron ambos en silencio viendo el atardecer cobrizo que descendía sobre el horizonte, allí de pie en el porche, cada uno con pensamientos que sin saberlo, sin decirlo, iban divergiendo, como el humo azul que no sigue los caminos deseados.
 
-        Habrá que hacer un reparto- dijo Matt mientras le besaba el pelo, aspirando cada molécula de su aroma.
-        ¿Reparto? No tenemos nada que repartir.
-        Tú te quedas con los recuerdos hermosos de nuestro amor y yo me quedo con el dolor. Es un trato justo. No quiero que sufras, que te sientas culpable.

-        Y luego dirás que no me atas- ella se soltó de su abrazó y se apartó.
 




 
 

2 comentarios :

Victor Sáez dijo...

Me gusta, cada cierto tiempo, visitar tu sección de relatos breves porque es un reencuentro con las maneras hermosas de hablar del amor. ¡He leído cada cosa por ahí que un diabético no soportaría! Es dificil tratarlo -al amor- con la sensibilidad, dulzura y, porqué no, pragmatismo con tú lo haces. Enhorabuena.

Félix Remírez dijo...

Muchísimas gracias!