La primavera está siendo lluviosa y los olmos del parque
están rebosantes de hojas. Las tardes, a pesar de estar tan cerca del verano,
son todavía grisáceas y llaman a quedarse en casa, escuchando música o leyendo.
Ferdinand está sentado en el sofá, los pies sobre la mesita adornada con un
tiesto de orquídeas blancas, la mente lejos, junto a ella, un libro en las
manos que no lee por falta de ánimo y sonando Have I Told You Lately
en la radio. Vaya letra. Traduce mentalmente..... ¿Te he dicho que te quiero
últimamente? Vaya letra. Cuando uno está jodido, las emisoras siempre se
confabulan para hundirlo más.
Se pregunta si últimamente le ha dicho que la ama y se responde
que sí, que lo ha hecho, que se lo ha dicho de todo corazón y a todas horas. Si
fuese suficiente decirlo, los amores durarían para siempre pero todo es mucho
más complicado que escribir versos o pronunciar te quieros. Es más complicado y
él no tiene ni remota idea de qué es lo que ha hecho mal, qué está haciendo
mal, el porqué de toda esta mierda.
-
¿Me contarías todo?- le había preguntado una vez
sentados a una mesa con dos copas de vino blanco y un pescado en el plato.
-
No, no lo haría- había contestado Lidia.
Estaba avisado. De qué quejarse, de qué sorprenderse. Pasa
una página del libro que tiene sobre las rodillas, pero ni ha leído la anterior
ni va a leer la que ahora está bajo sus ojos. No tiene ánimo para hacerlo.
Rabia triste, esa es la sensación. Sobre todo por ser un incapaz, sobre todo
por eso. Algo por las mentiras inesperadas- aunque quizá no existen las
mentiras inesperadas y sólo ocurre que no queremos ver lo evidente- porque eso
nunca gusta, pero, sobre todo, por la propia inutilidad, por no haberlo conseguido
a pesar de desearlo con todo el corazón. No tiene fuerzas para perdonarse a sí
mismo. Porque, sobre todo, no se perdona a sí mismo tanta incompetencia.
-
¿Y cómo puede uno vivir pensando que lo que te
dicen puede no ser verdad?- piensa él- ¿Cómo se puede vivir así? ¿Cómo espantar
los fantasmas que de pronto se han interpuesto en la primavera?
Lo peor de todo es que no sabe cómo hacerlo mejor. Joder,
cómo duelen algunas cosas. Uno debería estar ya inmunizado pero Ferdinand sabe
que si duele es porque siente de veras, porque se ha entregado de veras. Quizá
prefiere que duela así, que duelan las entrañas, que sea todo tan de veras. Sé
sincero, se dice. Tengo miedo de no tener su mano cerca, se dice. Ni puñetera
idea de cómo lograrlo. Le diría que quiere ser su capitán pirata si eso no
sonara tan gilipollas. O que quiere hacer con ella lo que la primavera hace con
los cerezos si no fuera porque eso ya lo escribió Neruda. Quizá, sólo le diga
que confía en ella, que la quiere mucho porque al final todo se resume en eso, en que la quiere mucho.
Ha pasado malas noches, de esas de desvelos y mil
vueltas entre las sábanas. Noches con más horas que las del invierno, con fantasmas
que acechan, con sombras que dan miedo, con ausencias. Pasa otra hoja del libro
que no está leyendo. Lo jodido es que no sabe cómo hacerlo mejor. Ni idea, ni
la más remota idea. Lo que el mundo piensa lo sabe. Lo que él piensa también.
Confiar con ingenuidad en el futuro. Intentarlo. Dejarse seducir por la sonrisa
y la piel de Lidia, creerse un campeón capaz de ganar la carrera, matar cada
espectro que se aparezca por las noches hasta que desaparezcan todos, soñar que
no hay sombras, pensar con convicción que es posible. Una vez leyó que a veces
los sueños se cumplen. Quién sabe, sólo queda intentarlo sin hacer preguntas. Siente
frío. Ahora en la radio, Bonnie Raitt canta Love has no
pride.
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