1/11/13

Primero de Noviembre






Durante años, a la mayoría de nosotros, al menos a todos los que no sufrimos un zarpazo cruel e injusto a destiempo en la vida,  los primeros de noviembre nos traen aires festivos, escenas como de un lejano día de campo, ausencia de tareas y jornada de disfrute. En la infancia, acompañamos a nuestros padres a comprar ramilletes de flores y vamos con ellos a los camposantos en un ritual que no comprendemos y del que sólo recordamos que no hay colegio. Más tarde, de jóvenes, la fecha nos resulta ajena y propia de vejestorios, no tenemos tiempo para perderlo en sentimentalismos, estamos  tan llenos de vida que apenas percibimos que esta puede cesar, inmersos en un futuro que es limpio y nuestro. 
Pero, algún día, de pronto, sin anuncio, más tarde o más temprano, la muerte se presenta en casa, se cuela por las ventanas, traicionera, nos toca con su mano gélida y nos desgarra el alma con su daga invisible. Llegan entonces el desconsuelo, la rabia y las preguntas. ¿Por qué se llevan al ser que amo y no al asesino cobarde?, ¿por qué arrancan  el aliento al más bueno del mundo mientras  tantos infames viven en la opulencia, mientras tanta gentuza camina altiva e intocable? ¿Por qué tanta injusticia cósmica? ¿Por qué Dios es siempre un ser sordo y ausente?
Llega también el sentimiento triste de los noviembres, la necesidad de creer en algo para vencer la melancolía, para ahuyentar el miedo que produce el pensar que la ausencia será para siempre. Nos abrazamos a una esperanza de más allá, envuelta en muchas dudas y pocas certezas. Nos detenemos  junto al nicho silencioso, la tierra que recogió las cenizas o el mar que mortajó los cuerpos junto a pecios y corales, y esperamos. Esperamos el milagro, el reencuentro, la justicia. Lo hacemos por necesidad, porque la piel y el corazón no se resignan y llaman a la otra piel que un día fue tan deseada, a las otras pupilas que reflejaban nuestro ser, al beso que nunca debió de deshacerse. Sí, ansiamos la resurrección de la carne, no nos vale con volvernos espíritus luminosos, ni sirve que nos crezcan  alas de querubín ni nos conformamos con la paz celeste y aburrida de las almas. Queremos volver a tocar al que se fue, estrecharlo en un abrazo largo y apretado, contarnos cosas, reír y sentir juntos el calor del mediodía asidos de la mano. No buscamos consuelo. Ansiamos revancha.
Los primeros de noviembre colocamos crisantemos o claveles en búcaros de fortuna, visitamos lugares solitarios escuchando el viento por si trae alguna palabra del más allá, nos sentamos mirando al suelo por si percibimos una sombra que nos alivie el desconsuelo, confiamos en que hemos perdido una batalla pero no la guerra. 
Ocurre que los primeros de noviembre nos negamos a decir adiós.
 

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