Se sorprendió al verlo entrar. Su secretaria no le había
avisado ni él recordaba haber citado a Etxanobe.
-
¿Qué haces aquí? – preguntó Gabilondo orgullosamente.
No le era preciso explicar que aquel individuo no tenía el nivel suficiente
como para deambular libremente por la planta sexta, menos aún para entrar en su
despacho.
Se dirigió al interfono y pulsó un par de veces la tecla
verde pero por respuesta sólo obtuvo el carraspeo metálico que el altavoz
emitió al recibir corriente eléctrica.
-
No se preocupe. No está. He aprovechado el
tiempo de la pausa de su secretaria para entrar.
-
Pues ya estás saliendo si no quieres que avise a
seguridad y estar mañana en la cola del INEM.
-
Seguro que tendrá un minuto para mí- contestó
Etxanobe, al tiempo que colocaba un dossier sobre la mesa.
Sintió que había dado en el clavo. El rostro de Gabilondo
empalideció y los ojos del hombre se fijaron en el título del dossier.
-
¿Cómo tienes tú esto?
-
Eso carece de interés. El caso es que lo tengo –
hizo una pausa- … y, por supuesto, es sólo una copia. El original lo tengo a
buen recaudo custodiado por un buen amigo.
Gabilondo era el director general de la Corporación, un
ejecutivo bien considerado que sabía mover los capitales y maximizar el retorno
a los accionistas. A sus cincuenta y cinco años, disfrutaba de una vida
envidiable. Divorciado, no le faltaban mujeres y aunque sabía que el interés de
las mismas estaba más en su velero de doce metros que en su apostura, no le
importaba. También el interés de él por ellas estaba en sus pechos y en su
sexo, no en la conversación que pudieran tener. Era, pensaba, un trato justo en
el que todo el mundo conocía el interés del otro, una transacción honesta, un
negocio más, un win-win.
Por su lado, Etxanobe era un tipo ordinario, también
divorciado, bien considerado en la empresa como gestor de cuentas medias, propietario
de un pisito en las afueras y con algo de dinero en la cuenta corriente gracias
a que no había habido hijos en su matrimonio y su mujer había querido perder de
vista incluso lo poco que el juez podía ofrecerle tras la separación.
-
¿Quién te ha dado esto? – volvió a preguntar
Gabilondo. Industrias Sendemgen marchaba viento en popa
desde que él había accedido a la dirección ejecutiva y el Consejo de
Administración le respaldaba ampliamente. Mierda como aquella era lo que menos
necesitaba en aquel momento.
-
Ya le he dicho que carece de interés. Lo
importante es qué quiero yo, ¿no le parece?
Gabilondo calló y se sentó en su sillón de cuero. Tomó un
cigarrillo y ofreció otro a su interlocutor que lo rechazó. Se tomó su tiempo
en encenderlo, en aspirar el humo de la primera calada y en coger con su mano
izquierda el documento que el otro hombre había colocado sobre la mesa. Era una
aficionado, de eso no cabía duda, porque estaba intranquilo, inseguro, sin
saberse mover en conversaciones poco legales.
Informe B-89000 era el título del dossier
y el gerente sabía bien qué contenía. Había sido un buen negocio, de eso no
cabía duda. Tener unas ganancias de ochenta millones de euros en dos días no es
algo que ocurra a menudo. Seis millones
habían sido su comisión, el resto había ido a resultados extraordinarios y los
miembros del Consejo no preguntaron mucho al ver las cifras. El mecanismo de la
operación había sido legal y cualquiera que investigara la estructura
financiera del negocio afirmaría que no había mácula alguna en él. Habían
tributado a Hacienda y la Auditoría afirmaría sin duda que no había nada turbio
en la compra de la otra empresa. ¿Que habían comprado barato? Sí, por supuesto,
de eso se trata en los negocios, de saber aprovechar las oportunidades.
Lo que el Consejo no sabía eran las razones por las que la
otra compañía había decidido vender a tan buen precio.
-
No hay nada como fotografiar a un tipo casado
con dos rubias en pelotas y hasta las cejas de polvito blanco para que ofrezca
un buen precio – pensó para sí Gabilondo, mientras ojeaba la carpeta.
Las fotos eran muy buenas, perfectamente claras a pesar de
haber sido tomadas con un teleobjetivo a cierta distancia, las dos chavalas
estaban para morirse de gusto, Pérez Santanella, el dueño de Impsist
Co. parecía un cerdo. La mejor era en la que estaba esnifando junto a
la tía más alta. Una golosina para la prensa y la policía.
No había sido complicado. El mismo Gabilondo había
contactado con Therese – un gesto de excitación le vino involuntariamente a la
cara cuando pensó en ella- para que le consiguiera las dos mujeres. Debían ser
maravillosas, hermosas y dispuestas a todo pero también discretas y de lejana
nacionalidad, no conocidas por la pasma, que vinieran – first
class para el pasaje, por supuesto-, hicieran lo que tenían que hacer,
y se volvieran a su país sin dejar más rastro. Therese no podía haber hecho un
trabajo mejor con aquellas dos finlandesas que ni siquiera hubieron de
presentar el pasaporte en la aduana. Son las ventajas que tiene el pertenecer a
la Unión Europea. Un Bentley las había recogido en el
aeropuerto y llevado al chalet en la sierra. El dinero se les había ingresado
en varias cuentas para que las cantidades no llamaran la atención. Nada ni
nadie las ligaría con Santanella. El tipo que había hecho las fotos, un
detective con su carrera en capa caída pero eficaz y dispuesto a lo que fuera
por hacerse con un buen dinero, creía que el encargo de fotografiar al hombre
era de una esposa harta del peso de los cuernos. Estuvo bien la jugada. Engañó a
todos. Envió a María, su secretaria, a la oficina del detective con un sobre
que contenía el encargo e instruida para que no diera nombres y hablara lo
menos posible, sin saber realmente de qué se trataba. Ella pensó que era un trabajo
más de la oficina. El investigador no preguntó cuando vio el dinero y pensó que
aquella mujer era la esposa despechada que no quería hablar mucho de su vida
privada.
El único que le podía ligar con el chantaje era el propio Santanella
porque Gabilondo no había podido evitar la tentación de ver la cara de pavor
que se le puso al observar las fotografías. El acuerdo había sido sencillo. Les
vendía la empresa por setenta millones, ochenta menos de lo que realmente
valía, en el plazo de una semana o las fotos llegaban a su mujer y a la policía
que estaría sin duda interesada en toda aquella cantidad de poppers,
cocaína y metaclorofenilpiperazina.
El único error- ahora lo veía claro- había sido guardar las
fotos y la cinta con la grabación de la conversación. Debía haberlo destruido
todo una vez realizada la transcripción. Cómo Etxanobe había conseguido aquella
información era algo de lo que tendría que ocuparse más tarde y seguramente
empezaría por la agencia de detectives.
-
¿Qué quieres? – exhaló lentamente el humo del cigarro,
con cierta desgana.
-
Primero, diga a su secretaria que no nos
molesten- contestó Gabilondo con evidente nerviosismo.
El director pulsó el botón del intercomunicador y le dijo a
María que no le pasaran llamadas, que iba a estar un buen rato ocupado con Etxanobe
por un asunto urgente.
-
Y bien,… ¿Qué cojones quieres?
-
Compartir los beneficios. Creo que es algo
justo. Ya sabe, lo dicen los carteles esos que hace colgar por las oficinas con
la misión de la empresa, sobre el proyecto… ¿Cómo dice?... ilusionante y
compartido… - sonrió-… bien, compartamos.
-
¿Cuánto? – Gabilondo conocía el alma humana. No
había necesidad de discutir y sería ridículo intentar convencerle. Sólo era
cuestión de dinero.
-
Diez millones.
Gabilondo soltó una sonora carcajada mientras giraba a
izquierda y derecha en su silla de cuero inglés. Etxanobe era a todas luces un
imbécil que no sabía siquiera qué estaba haciendo. Lo notaba en cómo le sudaban
las manos, en cómo movía la pierna con un tembleque que sólo podía producirlo
el miedo.
-
Y te hago una transferencia a tu cuenta,
¿verdad? – sabía que era sólo el inicio del teatro negociador-. Eres más listo
que todo eso. Nadie tiene diez millones en la caja para darlos de sopetón. No
creerás que eso de los maletines llenos de billetes pequeños ocurre fuera de
las películas, ¿no? Habría que hacer una transferencia. ¿Tienes cuenta en Suiza?,
¿en Maldivas?, ¿en Gibraltar?, ¿acaso en Belice?.. no, seguro que no. Eres sólo
un desgraciado, un aficionado.
-
Bien, llamaré a un amigo para que mandé una
copia de todo esto a la policía – Etxanobe sacó su móvil.
-
Espera, espera, no nos hagamos los machitos.
Esto son negocios y podemos hablar. – nervioso sí, pero sabía hacer su papel
aquel monigote chantajista, pensó Etxanobe.
-
Hablemos.
-
Tú quieres dinero, retirarte, perderte por ahí, ¿no?
… lo entiendo, lo entiendo, pero para eso no necesitas diez millones ni correr
riesgos…
-
¿Ah, no?
-
No, y sé que lo sabes.
-
¿Qué propone? – Etxanobe bajó la vista, con una
timidez impropia del momento.
-
Tú necesitas cash, pasta en
negro, no quieres ningún banco tras tus operaciones y menos todavía a los
fiscales preguntando, ¿me equivoco?
-
Bueno, sí…- contestó Etxanobe.
-
Digamos que te llevas ahora todo lo que tengamos
en caja.
-
Si es poco… ni lo piense.
-
Espera…
Gabilondo tomó el teléfono y marcó cuatro números. Eran la
extensión del departamento financiero.
-
Hola, López. Soy Gabilondo- dijo cuando alguien
descolgó al otro lado de la línea. Etxanobe supo que López era el director
financiero, le conocía. - ¿Cuánto tenemos en caja en este momento? ¿Dos
millones?... ¿Podríamos hacer un pago inmediato urgente?... ya veo… gracias, te
llamo enseguida o envío a María.
Colgó y esperó un rato hasta volver a hablar.
-
¿Dos millones estaría bien? Los coges ahora
mismo, sales por esa puerta, te vas a morirte en la playa caribeña que te salga
de los huevos y no vuelvo a verte más – por el tono dio a entender que sería
capaz de cualquier cosa si volviera a España.
-
Cuatro. Le conozco. Sabe negociar. Seguro que
López le ha dicho que tiene cuatro – se inclinó hacia adelante mientras se
secaba el sudor del cuello con la mano.
-
No eras tan tonto como pensaba- le miró
atentamente. - ¿Tres?
-
Puede valer. Dígale a esa rubia que está ahí
fuera que vaya a por el dinero y lo traiga en mano. Ya sabes –le tuteó, en un
alarde de valor-, el maletín y todo eso de lo que me has hablado antes. Serán
unos mil billetes. Quizá hagan falta dos maletines, ¿verdad? – sonrió con
ironía.
Gabilondo se acercó al intercomunicado.
-
María. Haga el favor de acercarse al despacho
del director financiero y traiga dos maletines con documentos que le va a
entregar el señor López. Los necesitamos para la reunión que estoy haciendo. Es
urgente.
Volvió a revisar el dossier.
-
Esto se quedará conmigo. Antes de llevarse el
dinero, por supuesto, necesito que me entregues los originales.
-
Se los haré llegar- contestó Etxanobe.
-
¿Me tomas por gilipollas? – Gabilondo dio una
palmada sobre la mesa.- Ahora mismo coges el teléfono y le dices a tu compinche
que te traiga el original cagando leches, ¿entiendes? Me dais las fotos y la
grabación y yo os doy los maletines. Así, o nada.
-
Está bien.- Etxanobe volvió a bajar su mirada.
-
Pues haz la llamada de una puta vez. María
estará aquí en diez o quince minutos.
Etxanobe tapó el teclado con una mano mientras pulsaba con
la otra, asegurándose que Gabilondo no pudiera intuir el número que marcaba.
-
Soy yo- hablaba bajito como si eso tuviera
importancia a través del móvil-, tenemos un acuerdo. Sí, sí, trae el original. Me
esperas abajo en diez minutos… ¿Puedes?... sí, aparcas en doble fila… serán
unos segundos…luego, ya sabes dónde nos encontraremos… que sí, que sí, que está
todo acordado….
Finalizó la llamada y guardo el celular en el bolsillo.
-
En diez minutos bajo y hacemos el intercambio.
-
Bien- contestó serio el director general.
-
No haga ninguna treta mientras me ausento. Al
menor signo de policías o personal de seguridad, me largo en el coche de mi
amigo y lo siguiente que sabrá de este asunto será el ver su nombre en los
periódicos.
-
Tranquilo, campeón. Soy hombre de negocios. Cumple
y cumpliré. Eso sí, si vuelvo a verte alguna vez, sea donde sea en este país, o
me entero que has regresado o que estas cerca, te aseguro que gastaré mucho
dinero para que te hagan muuuuucho daño – alargó la u durante varios segundos.
-
No se preocupe. Quiero vivir la vida lejos.
-
Eso está bien. ¿Tienes mujer? – tomó un puro, le
cortó la punta y le prendió.
-
La tuve… pero ahora, he conocido a otra chica…
pensamos casarnos.
-
Bien, bien, está bien, aunque si me permites un
consejo lo mejor es estar soltero. Con el dinero que me estás quitando no te
faltarán mujeres. – se repanchingó en la silla.
-
Prefiero casarme. Es una mujer estupenda.
-
Ya veo, ya veo, enamorado. Bueno, eres joven, ya
aprenderás. Te veo nervioso, chaval.
Dejaron de hablar mientras pasaban los minutos. Etxanobe
miraba a un lado y a otro, inquieto. Definitivamente, aquel crío no estaba
hecho para chantajear. Gabilondo estaba dándole vueltas a proponer una rebaja.
Estaba seguro que apretando las clavijas a aquel hombre, podía dejar el acuerdo
en un millón, quizá en medio millón. Cuantos más minutos pasaban, más nervioso
estaba, Quizá podía amenazarle con llamar a seguridad.
-
¿Sabe? – dijo de pronto Etxanobe.
-
¿Qué?
-
Que he cambiado de idea. Esto está mal. Lo
siento, yo no sirvo para esto.
-
¿De qué cojones estás hablando? ¿Has perdido el
juicio? – lo sabía, lo sabía, pensó Gabilondo. Este se raja. Medio millón y
sobra.
-
Esto que estoy haciendo está mal. Su chantaje a Impsist Co. estuvo mal pero yo estoy haciendo lo mismo. Yo
no soy así.
-
Estás peor de lo que pensaba – Gabilondo se echó
a reír con fuerza-, si no supiera que eres imbécil creería que hay una cámara
oculta, ya sabes, un programa de esos en que pillan a la gente haciendo
gansadas.
-
Quédese con el dossier. No quiero el dinero… yo,
lo siento,… ha sido una mala acción - Etxanobe sudaba.
-
Esto no queda así, gilipollas – Gabilondo se
levantó y se acercó al otro hombre. Era el momento de tomar el mando, de
mostrar quién era el jefe. Le echó una buena vaharada de humo en su cara y le
miró con despreció- Esto no queda así. No estoy dispuesto a que me chantajees
cuando te dé otra vez la locura o el viento sur te altere las dos neuronas que
tienes. Si no quieres el dinero, lo entiendo, lo entiendo. Respeto tu
integridad, tu conciencia y todo eso. No seré yo quién te obligue a cogerlo.
Además, tienes razón. No debes mancharte las manos con dinero sucio. Haces
bien, haces bien. Pero, eso sí, o me das los originales o eres hombre muerto.
-
De acuerdo- Etxanobe temblaba-, ahora cuando
llegue mi amigo bajo y se lo traigo. Y, luego, me voy para siempre. He cometido
un error y no quiero seguir cometiéndolo.
Gabilondo volvió a su sillón mientras reía. Sonó el móvil de
Etxanobe.
-
¿Sí? … ¿Estás abajo?... Voy enseguida.
-
Ni se te ocurra pegármela… - le amenazó
Gabilondo.
Etxanobe salió caminando rápido. Gabilondo pensó que no todo
el mundo tiene las agallas para triunfar en el competitivo mundo actual. Por
algo él era director general y aquel mequetrefe un empleado mal pagado. Le veía
tan asustado al pobre infeliz. Tomó el teléfono y llamó a López.
-
¿Lopez?... si, soy Gabilondo. Oye… olvida lo del
dinero. Ya no hace falta. Lo he resuelto de otra manera.
El cielo se había encapotado e iba a llover. Una luz
plateada se filtraba por entre las nubes y se reflejaba en los ventanales de
los rascacielos del centro de la ciudad.
-
¿Cómo? ¿Qué cojones quieres decir? ¿Qué se los
diste a María hace rato?....
Colgó golpeando el auricular contra el aparato y apretó el
intercomunicador.
-
¿María? ¿María?
Nadie contestó y se dirigió a la puerta. Salió y se acercó a
las mesas de las secretarias.
-
¿Y María? – preguntó serio.
-
Dijo que no volvería hoy. Se ha llevado sus
cosas. ¿La ha despedido, señor? Se le notaba nerviosa y afectada.
En la calle, Etxanobe entró en un Volkswagen Polo
azul que estaba aparcado en segunda fila.
-
¿Lo tienes? – preguntó él mientras posaba su
mano en el muslo de la mujer.
-
Claro, y los pasajes, y las maletas están atrás
y el contrato del apartamento está cancelado con el casero- sonrió mientras
ofrecía sus labios.
-
Eres estupenda María.- Etxanobe la besó con
seguridad.
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