20/5/14

El dossier






Se sorprendió al verlo entrar. Su secretaria no le había avisado ni él recordaba haber citado a Etxanobe.

-        ¿Qué haces aquí? – preguntó Gabilondo orgullosamente. No le era preciso explicar que aquel individuo no tenía el nivel suficiente como para deambular libremente por la planta sexta, menos aún para entrar en su despacho.

Se dirigió al interfono y pulsó un par de veces la tecla verde pero por respuesta sólo obtuvo el carraspeo metálico que el altavoz emitió al recibir corriente eléctrica.

-        No se preocupe. No está. He aprovechado el tiempo de la pausa de su secretaria para entrar.

-        Pues ya estás saliendo si no quieres que avise a seguridad y estar mañana en la cola del INEM.

-        Seguro que tendrá un minuto para mí- contestó Etxanobe, al tiempo que colocaba un dossier sobre la mesa.

Sintió que había dado en el clavo. El rostro de Gabilondo empalideció y los ojos del hombre se fijaron en el título del dossier.

-        ¿Cómo tienes tú esto?

-        Eso carece de interés. El caso es que lo tengo – hizo una pausa- … y, por supuesto, es sólo una copia. El original lo tengo a buen recaudo custodiado por un buen amigo.

Gabilondo era el director general de la Corporación, un ejecutivo bien considerado que sabía mover los capitales y maximizar el retorno a los accionistas. A sus cincuenta y cinco años, disfrutaba de una vida envidiable. Divorciado, no le faltaban mujeres y aunque sabía que el interés de las mismas estaba más en su velero de doce metros que en su apostura, no le importaba. También el interés de él por ellas estaba en sus pechos y en su sexo, no en la conversación que pudieran tener. Era, pensaba, un trato justo en el que todo el mundo conocía el interés del otro, una transacción honesta, un negocio más, un win-win.

Por su lado, Etxanobe era un tipo ordinario, también divorciado, bien considerado en la empresa como gestor de cuentas medias, propietario de un pisito en las afueras y con algo de dinero en la cuenta corriente gracias a que no había habido hijos en su matrimonio y su mujer había querido perder de vista incluso lo poco que el juez podía ofrecerle tras la separación.

-        ¿Quién te ha dado esto? – volvió a preguntar Gabilondo. Industrias Sendemgen marchaba viento en popa desde que él había accedido a la dirección ejecutiva y el Consejo de Administración le respaldaba ampliamente. Mierda como aquella era lo que menos necesitaba en aquel momento.

-        Ya le he dicho que carece de interés. Lo importante es qué quiero yo, ¿no le parece?

Gabilondo calló y se sentó en su sillón de cuero. Tomó un cigarrillo y ofreció otro a su interlocutor que lo rechazó. Se tomó su tiempo en encenderlo, en aspirar el humo de la primera calada y en coger con su mano izquierda el documento que el otro hombre había colocado sobre la mesa. Era una aficionado, de eso no cabía duda, porque estaba intranquilo, inseguro, sin saberse mover en conversaciones poco legales.

Informe B-89000 era el título del dossier y el gerente sabía bien qué contenía. Había sido un buen negocio, de eso no cabía duda. Tener unas ganancias de ochenta millones de euros en dos días no es algo que ocurra a menudo. Seis  millones habían sido su comisión, el resto había ido a resultados extraordinarios y los miembros del Consejo no preguntaron mucho al ver las cifras. El mecanismo de la operación había sido legal y cualquiera que investigara la estructura financiera del negocio afirmaría que no había mácula alguna en él. Habían tributado a Hacienda y la Auditoría afirmaría sin duda que no había nada turbio en la compra de la otra empresa. ¿Que habían comprado barato? Sí, por supuesto, de eso se trata en los negocios, de saber aprovechar las oportunidades.

Lo que el Consejo no sabía eran las razones por las que la otra compañía había decidido vender a tan buen precio.

-        No hay nada como fotografiar a un tipo casado con dos rubias en pelotas y hasta las cejas de polvito blanco para que ofrezca un buen precio – pensó para sí Gabilondo, mientras ojeaba la carpeta.

Las fotos eran muy buenas, perfectamente claras a pesar de haber sido tomadas con un teleobjetivo a cierta distancia, las dos chavalas estaban para morirse de gusto, Pérez Santanella, el dueño de Impsist Co. parecía un cerdo. La mejor era en la que estaba esnifando junto a la tía más alta. Una golosina para la prensa y la policía.

No había sido complicado. El mismo Gabilondo había contactado con Therese – un gesto de excitación le vino involuntariamente a la cara cuando pensó en ella- para que le consiguiera las dos mujeres. Debían ser maravillosas, hermosas y dispuestas a todo pero también discretas y de lejana nacionalidad, no conocidas por la pasma, que vinieran – first class para el pasaje, por supuesto-, hicieran lo que tenían que hacer, y se volvieran a su país sin dejar más rastro. Therese no podía haber hecho un trabajo mejor con aquellas dos finlandesas que ni siquiera hubieron de presentar el pasaporte en la aduana. Son las ventajas que tiene el pertenecer a la Unión Europea. Un Bentley las había recogido en el aeropuerto y llevado al chalet en la sierra. El dinero se les había ingresado en varias cuentas para que las cantidades no llamaran la atención. Nada ni nadie las ligaría con Santanella. El tipo que había hecho las fotos, un detective con su carrera en capa caída pero eficaz y dispuesto a lo que fuera por hacerse con un buen dinero, creía que el encargo de fotografiar al hombre era de una esposa harta del peso de los cuernos. Estuvo bien la jugada. Engañó a todos. Envió a María, su secretaria, a la oficina del detective con un sobre que contenía el encargo e instruida para que no diera nombres y hablara lo menos posible, sin saber realmente de qué se trataba. Ella pensó que era un trabajo más de la oficina. El investigador no preguntó cuando vio el dinero y pensó que aquella mujer era la esposa despechada que no quería hablar mucho de su vida privada.

El único que le podía ligar con el chantaje era el propio Santanella porque Gabilondo no había podido evitar la tentación de ver la cara de pavor que se le puso al observar las fotografías. El acuerdo había sido sencillo. Les vendía la empresa por setenta millones, ochenta menos de lo que realmente valía, en el plazo de una semana o las fotos llegaban a su mujer y a la policía que estaría sin duda interesada en toda aquella cantidad de poppers, cocaína y metaclorofenilpiperazina.

El único error- ahora lo veía claro- había sido guardar las fotos y la cinta con la grabación de la conversación. Debía haberlo destruido todo una vez realizada la transcripción. Cómo Etxanobe había conseguido aquella información era algo de lo que tendría que ocuparse más tarde y seguramente empezaría por la agencia de detectives.

-        ¿Qué quieres? – exhaló lentamente el humo del cigarro, con cierta desgana.

-        Primero, diga a su secretaria que no nos molesten- contestó Gabilondo con evidente nerviosismo.

El director pulsó el botón del intercomunicador y le dijo a María que no le pasaran llamadas, que iba a estar un buen rato ocupado con Etxanobe por un asunto urgente.

-        Y bien,… ¿Qué cojones quieres?

-        Compartir los beneficios. Creo que es algo justo. Ya sabe, lo dicen los carteles esos que hace colgar por las oficinas con la misión de la empresa, sobre el proyecto… ¿Cómo dice?... ilusionante y compartido… - sonrió-… bien, compartamos.

-        ¿Cuánto? – Gabilondo conocía el alma humana. No había necesidad de discutir y sería ridículo intentar convencerle. Sólo era cuestión de dinero.

-        Diez millones.

Gabilondo soltó una sonora carcajada mientras giraba a izquierda y derecha en su silla de cuero inglés. Etxanobe era a todas luces un imbécil que no sabía siquiera qué estaba haciendo. Lo notaba en cómo le sudaban las manos, en cómo movía la pierna con un tembleque que sólo podía producirlo el miedo.

-        Y te hago una transferencia a tu cuenta, ¿verdad? – sabía que era sólo el inicio del teatro negociador-. Eres más listo que todo eso. Nadie tiene diez millones en la caja para darlos de sopetón. No creerás que eso de los maletines llenos de billetes pequeños ocurre fuera de las películas, ¿no? Habría que hacer una transferencia. ¿Tienes cuenta en Suiza?, ¿en Maldivas?, ¿en Gibraltar?, ¿acaso en Belice?.. no, seguro que no. Eres sólo un desgraciado, un aficionado.

-        Bien, llamaré a un amigo para que mandé una copia de todo esto a la policía – Etxanobe sacó su móvil.

-        Espera, espera, no nos hagamos los machitos. Esto son negocios y podemos hablar. – nervioso sí, pero sabía hacer su papel aquel monigote chantajista, pensó Etxanobe.

-        Hablemos.

-        Tú quieres dinero, retirarte, perderte por ahí, ¿no? … lo entiendo, lo entiendo, pero para eso no necesitas diez millones ni correr riesgos…

-        ¿Ah, no?

-        No, y sé que lo sabes.

-        ¿Qué propone? – Etxanobe bajó la vista, con una timidez impropia del momento.

-        Tú necesitas cash, pasta en negro, no quieres ningún banco tras tus operaciones y menos todavía a los fiscales preguntando, ¿me equivoco?

-        Bueno, sí…- contestó Etxanobe.

-        Digamos que te llevas ahora todo lo que tengamos en caja.

-        Si es poco… ni lo piense.

-        Espera…

Gabilondo tomó el teléfono y marcó cuatro números. Eran la extensión del departamento financiero.

-        Hola, López. Soy Gabilondo- dijo cuando alguien descolgó al otro lado de la línea. Etxanobe supo que López era el director financiero, le conocía. - ¿Cuánto tenemos en caja en este momento? ¿Dos millones?... ¿Podríamos hacer un pago inmediato urgente?... ya veo… gracias, te llamo enseguida o envío a María.

Colgó y esperó un rato hasta volver a hablar.

-        ¿Dos millones estaría bien? Los coges ahora mismo, sales por esa puerta, te vas a morirte en la playa caribeña que te salga de los huevos y no vuelvo a verte más – por el tono dio a entender que sería capaz de cualquier cosa si volviera a España.

-        Cuatro. Le conozco. Sabe negociar. Seguro que López le ha dicho que tiene cuatro – se inclinó hacia adelante mientras se secaba el sudor del cuello con la mano.

-        No eras tan tonto como pensaba- le miró atentamente. - ¿Tres?

-        Puede valer. Dígale a esa rubia que está ahí fuera que vaya a por el dinero y lo traiga en mano. Ya sabes –le tuteó, en un alarde de valor-, el maletín y todo eso de lo que me has hablado antes. Serán unos mil billetes. Quizá hagan falta dos maletines, ¿verdad? – sonrió con ironía.

Gabilondo se acercó al intercomunicado.

-        María. Haga el favor de acercarse al despacho del director financiero y traiga dos maletines con documentos que le va a entregar el señor López. Los necesitamos para la reunión que estoy haciendo. Es urgente.

Volvió a revisar el dossier.

-        Esto se quedará conmigo. Antes de llevarse el dinero, por supuesto, necesito que me entregues los originales.

-        Se los haré llegar- contestó Etxanobe.

-        ¿Me tomas por gilipollas? – Gabilondo dio una palmada sobre la mesa.- Ahora mismo coges el teléfono y le dices a tu compinche que te traiga el original cagando leches, ¿entiendes? Me dais las fotos y la grabación y yo os doy los maletines. Así, o nada.

-        Está bien.- Etxanobe volvió a bajar su mirada.

-        Pues haz la llamada de una puta vez. María estará aquí en diez o quince minutos.

Etxanobe tapó el teclado con una mano mientras pulsaba con la otra, asegurándose que Gabilondo no pudiera intuir el número que marcaba.

-        Soy yo- hablaba bajito como si eso tuviera importancia a través del móvil-, tenemos un acuerdo. Sí, sí, trae el original. Me esperas abajo en diez minutos… ¿Puedes?... sí, aparcas en doble fila… serán unos segundos…luego, ya sabes dónde nos encontraremos… que sí, que sí, que está todo acordado….

Finalizó la llamada y guardo el celular en el bolsillo.

-        En diez minutos bajo y hacemos el intercambio.

-        Bien- contestó serio el director general.

-        No haga ninguna treta mientras me ausento. Al menor signo de policías o personal de seguridad, me largo en el coche de mi amigo y lo siguiente que sabrá de este asunto será el ver su nombre en los periódicos.

-        Tranquilo, campeón. Soy hombre de negocios. Cumple y cumpliré. Eso sí, si vuelvo a verte alguna vez, sea donde sea en este país, o me entero que has regresado o que estas cerca, te aseguro que gastaré mucho dinero para que te hagan muuuuucho daño – alargó la u durante varios segundos.

-        No se preocupe. Quiero vivir la vida lejos.

-        Eso está bien. ¿Tienes mujer? – tomó un puro, le cortó la punta y le prendió.

-        La tuve… pero ahora, he conocido a otra chica… pensamos casarnos.

-        Bien, bien, está bien, aunque si me permites un consejo lo mejor es estar soltero. Con el dinero que me estás quitando no te faltarán mujeres. – se repanchingó en la silla.

-        Prefiero casarme. Es una mujer estupenda.

-        Ya veo, ya veo, enamorado. Bueno, eres joven, ya aprenderás. Te veo nervioso, chaval.

Dejaron de hablar mientras pasaban los minutos. Etxanobe miraba a un lado y a otro, inquieto. Definitivamente, aquel crío no estaba hecho para chantajear. Gabilondo estaba dándole vueltas a proponer una rebaja. Estaba seguro que apretando las clavijas a aquel hombre, podía dejar el acuerdo en un millón, quizá en medio millón. Cuantos más minutos pasaban, más nervioso estaba, Quizá podía amenazarle con llamar a seguridad.

-        ¿Sabe? – dijo de pronto Etxanobe.

-        ¿Qué?

-        Que he cambiado de idea. Esto está mal. Lo siento, yo no sirvo para esto.

-        ¿De qué cojones estás hablando? ¿Has perdido el juicio? – lo sabía, lo sabía, pensó Gabilondo. Este se raja. Medio millón y sobra.

-        Esto que estoy haciendo está mal. Su chantaje a  Impsist Co.  estuvo mal pero yo estoy haciendo lo mismo. Yo no soy así.

-        Estás peor de lo que pensaba – Gabilondo se echó a reír con fuerza-, si no supiera que eres imbécil creería que hay una cámara oculta, ya sabes, un programa de esos en que pillan a la gente haciendo gansadas.

-        Quédese con el dossier. No quiero el dinero… yo, lo siento,… ha sido una mala acción - Etxanobe sudaba.

-        Esto no queda así, gilipollas – Gabilondo se levantó y se acercó al otro hombre. Era el momento de tomar el mando, de mostrar quién era el jefe. Le echó una buena vaharada de humo en su cara y le miró con despreció- Esto no queda así. No estoy dispuesto a que me chantajees cuando te dé otra vez la locura o el viento sur te altere las dos neuronas que tienes. Si no quieres el dinero, lo entiendo, lo entiendo. Respeto tu integridad, tu conciencia y todo eso. No seré yo quién te obligue a cogerlo. Además, tienes razón. No debes mancharte las manos con dinero sucio. Haces bien, haces bien. Pero, eso sí, o me das los originales o eres hombre muerto.

-        De acuerdo- Etxanobe temblaba-, ahora cuando llegue mi amigo bajo y se lo traigo. Y, luego, me voy para siempre. He cometido un error y no quiero seguir cometiéndolo.

Gabilondo volvió a su sillón mientras reía. Sonó el móvil de Etxanobe.

-        ¿Sí? … ¿Estás abajo?... Voy enseguida.

-        Ni se te ocurra pegármela… - le amenazó Gabilondo.

Etxanobe salió caminando rápido. Gabilondo pensó que no todo el mundo tiene las agallas para triunfar en el competitivo mundo actual. Por algo él era director general y aquel mequetrefe un empleado mal pagado. Le veía tan asustado al pobre infeliz. Tomó el teléfono y llamó a López.

-        ¿Lopez?... si, soy Gabilondo. Oye… olvida lo del dinero. Ya no hace falta. Lo he resuelto de otra manera.

El cielo se había encapotado e iba a llover. Una luz plateada se filtraba por entre las nubes y se reflejaba en los ventanales de los rascacielos del centro de la ciudad.

-        ¿Cómo? ¿Qué cojones quieres decir? ¿Qué se los diste a María hace rato?....

Colgó golpeando el auricular contra el aparato y apretó el intercomunicador.

-        ¿María? ¿María?

Nadie contestó y se dirigió a la puerta. Salió y se acercó a las mesas de las secretarias.

-        ¿Y María? – preguntó serio.

-        Dijo que no volvería hoy. Se ha llevado sus cosas. ¿La ha despedido, señor? Se le notaba nerviosa y afectada.

En la calle, Etxanobe entró en un Volkswagen Polo azul que estaba aparcado en segunda fila.

-        ¿Lo tienes? – preguntó él mientras posaba su mano en el muslo de la mujer.

-        Claro, y los pasajes, y las maletas están atrás y el contrato del apartamento está cancelado con el casero- sonrió mientras ofrecía sus labios.

-        Eres estupenda María.- Etxanobe la besó con seguridad.

 

 

 

1 comentarios :

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho