17/7/14

Juegos virtuales






Herbert Wash se despertó suavemente como lo hacían todos los habitantes de Progreland. A la misma hora, las siete y veintitrés, la luz comenzó a incrementarse poco a poco. Desde la oscuridad total que era obligatoria para el buen descansar de la mayoría de la población a la claridad exacta, azulada y medida en un valor preciso de 32.000 luxes, mediaban treinta y siete minutos y doce segundos que era el valor temporal definido como óptimo por los científicos.

La holosala de noticias se activó automáticamente en cuanto los sensores de presencia detectaron su movimiento. Una mesa bellamente decorada surgió de la pared con un nutritivo y sabroso desayuno listo para ser degustado. Tenía hambre y se tomó su tiempo para alimentarse mientras los hologramas detallaban las novedades más importantes a lo largo del mundo. Luego, escuchó los videomensajes de Susan, su novia que estaba de viaje en una provincia lejana. Cuando hubo terminado, tomó una ducha seca y el robot de servicio le ayudó a vestirse. Tenía una reunión a las diez, de eso se acordaba pero no recordaba el resto de tareas que le esperaban en aquel caluroso día de verano.

Se acercó al panel de mandos y pidió verbalmente que se le mostraran las actividades de la jornada. Una vez que las escuchó, expulsó aire con rabia. Jugar, vaya mierda. Sí, sabía que participar en los holojuegos era muy popular y que la gente hacía cualquier cosa para ser elegido pero a él siempre le había parecido una pérdida de tiempo. No sólo inútil, sino peligroso. La realidad virtual puesta en juego era tan realista que los peligros eran ciertos, uno podía salir seriamente lesionado, sufrir heridas e, incluso, en algunos casos los participantes habían muerto en el transcurso de la acción.

En realidad, aquellos que decían estar interesados, los periodistas que redactaban noticias entusiastas sobre los holojuegos en revistas digitales especializadas y los nerdis de la tecnología, hablaban de oídas porque todo aquel que ya había participado prefería no comentar sobre ello una vez terminada la experiencia. Por lo que se rumoreaba, todo era demasiado intenso como para revivirlo. Se decía también que se hacía un pacto secreto para no arruinar la sorpresa a los nuevos participantes, para asegurarles que su experiencia sería tan brutal e imperecedera como la del resto de los participantes.
Estaba citado a las doce para iniciar el juego. Estaba decidido a declinar la invitación. Procuraría ser elegante, políticamente correcto, se inventaría alguna excusa, había otros muchos que jugarían encantados. Nunca había entendido ese morbo que impulsa a las personas a jugarse el físico en concursos y juegos idiotas tan sólo para demostrar que pueden hacerlo.

La reunión fue bien. Se desplazó hasta la sala en un aerotaxi de gravedad negativa y llegó justo a tiempo. Después, aprovechó para despejarse en la sala de naturaleza virtual. Eligió un paraje tranquilo, con un arroyuelo de agua fría, un sol benigno y un cielo lleno de trinos de pájaros, a la antigua usanza. Se tumbó en el sillón y disfrutó de la experiencia.

A las once y media, recordó que debía declinar la invitación a participar en el juego. Se acercó a una de las paredes y, tras decir dos palabras, parte de la misma clareó y se convirtió en monitor. Enseguida, apareció una mujer sonriente.

-        Buenos días, señor Wash, ¿está usted dispuesto a disfrutar con nosotros de un bonito juego?

-        Verá, le llamo por eso.

-        Sí, dígame. ¿Necesita más datos?

-        No, no, no es eso. Es que, verán, tengo otros asuntos de qué ocuparme y, aunque les agradezco que hayan pensado en mí, no voy a poder asistir.

-        Señor Wash – la voz ahora parecía más seria-, debe usted saber que es obligatorio comenzar el juego. Las autoridades piensan que es una forma de vencer la natural pereza a abordar actividades novedosas. No obstante, le informo que, una vez pasados diez minutos inmerso en el juego, usted podrá abandonarlo si es que una vez que conoce su interior, decide que le aburre o no le interesa. Sepa también que si decide abandonar el juego, no podrá comenzarlo de nuevo jamás.

-        Está bien, entraré por diez minutos, entonces – contestó Herbert, que no quería crear conflicto alguno. – y en lo de no poder volver a comenzar, estoy totalmente de acuerdo. No sabe qué feliz me hace el saberlo.

-        A las 12 en punto le recogeremos para trasladarle a la holosala Van Haygen.

A las doce y media, Herbert se hallaba dentro de una gigantesca cúpula, de dimensiones tan espectaculares que sus bordes se percibían sólo como un horizonte lejano como cuando uno mira al océano y el cénit no se distinguía bajo la luz que lo llenaba todo.

Un oficial sonriente le explicó que se trataba de pasar un buen rato, de jugar en comunidad, algo que beneficiaba a las salud de la sociedad pero que, en cualquier caso, era libre de abandonar la experiencia si lo deseaba una vez transcurridos diez minutos. Al parecer, con él jugarían otras diez o quince personas que estaban desperdigados en el enorme edificio, siendo aleccionados por algún otro oficial del mismo modo en que lo estaban haciendo con él.

-        ¿Alguna duda, señor Walsh? – preguntó el desconocido.

-        No, todo claro, gracias- contestó Herbert sin convicción. En realidad, apenas había prestado atención a la perorata del hombre ya que su intención era salirse de aquella pérdida de tiempo en cuanto transcurriera el tiempo mínimo obligatorio.

Una consola con un monitor se alzó desde el suelo frente a él.

-        Por favor, escuche los datos – indicó una voz metálica.

Miró la pantalla y esperó a que el holovideo se pudiera en marcha.

-        Se trata de un juego de búsqueda en el que tendrá que colaborar y competir con los otros participantes. Para hoy, hemos elegido una historia antigua de lo que hace muchos siglos llamaban novela negra. Usted tendrá el rol de un detective que ha de encontrar a un maniaco que está secuestrando muchachas. Los otros participantes tienen roles diferentes, unos le ayudarán y otros le pondrán impedimentos. Y, por supuesto, uno de ellos ejerce de secuestrador. Cuando esté preparado, indíqueselo al ordenador para comenzar. El tiempo mínimo de participación correrá a partir del momento en que usted dé la señal.

-        Lo que faltaba, historias de la edad de piedra – pensó para sí mismo, pero se consoló pensando que sólo eran diez minutos.

-        Por favor, indique que desea comenzar – insistió la voz computerizada.

-        Adelante- dijo Wash con cierta resignación

Al instante, apareció frente a él un hombre flaco, de elevada estatura, que vestía uniforme de la policía y portaba el arma reglamentaria de inmovilización por descarga neuronal.

-        ¿Qué tal, señor Wash? – le preguntó con familiaridad.

Las simulaciones eran tan perfectas en aquel año 7.903 que no pudo decir si se trataba de una persona real, de un robot humanoide o de un holograma realista. Como fuere, importaba poco porque debía aguantarse por diez minutos.

-        Buenos días – sintió la tentación de llevar su dedo y apretar contra el cuerpo que tenía delante para comprobar si era real, pero se contuvo.

-        El caso que tenemos delante es complicado. Llevamos ya algún tiempo detrás de ese criminal pero es demasiado listo, se nos escabulle, no podemos detectar dónde se esconde a pesar de toda nuestra tecnología. Lo cual significa que él debe conocer también a fondo nuestros dispositivos de detección. Debe tratarse de un ingeniero o de un neurotécnico. Alguien de quién es difícil sospechar.

-        ¿Y cree que yo lo encontraré? – preguntó Herbert en tono irónico.

-        Quién sabe, quién sabe. Usted va a estar muy motivado.

-        Debe ser un cacharro mecánico- pensó Herbert- porque si fuese un tipo real ya habría visto en mi expresión que me voy a largar en nada.

-        Lleva ya siete mujeres asesinadas – prosiguió la figura.

-        ¿Son muertes reales? Vamos, esto no es creíble. Es un juego, sólo eso.

-        Por supuesto que son reales- contestó el policía – pero eso ya no tiene remedio. Las jóvenes está muertas y poco podemos hacer. Lo que importa es el futuro.

-        Ya, y eso significa que….- miró la hora sobre la manga de su traje inteligente y vio que aún faltaban tres minutos para poder marcharse.

-        Significa que, ahora mismo, mientras hablamos, hay una nueva mujer en peligro. La secuestró ayer y, como en los casos anteriores, no sabemos dónde se encuentra. La mala noticia es que este proceder es exactamente igual a los anteriores y, si todo se repite, nuestra víctima aparecerá muerta esta misma noche. Es triste decirlo pero tenemos muy poco tiempo.

Miró nuevamente la hora y vio que ya había transcurrido el tiempo mínimo. Diez minutos. No esperó más.

-        Bueno, amigo mío, lo lamento mucho pero tendrán que seguir sin mí. Tengo una cita en otro lugar y, según tengo entendido, ya puedo largarme. – le sonrió al policía.

-        Así es, Señor Wash pero me decepciona. No le oculto que al quedarse correrá riesgos y la experiencia exigirá lo mejor de usted. Pero me decepciona al ver que es un cobarde.

-        Ya, ya, no se esfuerce- Herbert comenzó a desconectarse los sensores.

-        ¿No quiere ver la última imagen de la chica tomada por una cámara de seguridad?

-        No entiendo. Me voy, abandono el juego… no sé por qué habría de verlo, mejor busquen un sustituto que desee participar y romperse la crisma en esta estupidez.

-        Por favor- la voz del inspector tenía un tono de súplica que hizo detenerse a Herbert.

-        Bueno, supongo que son unos segundos. La veo y me marcho.

-        Sí, si usted así lo desea. Aunque sería una lástima y espero más de usted.

-        Mire, ya me estoy cansando. Venga, largue ese vídeo  para que pueda irme.

El policía hizo un gesto y un vídeo holográfico se mostró en medio del aire. A Herbert le temblaron las piernas, se le aceleró el pulso tanto que creyó que el corazón se le iba a salir y un sudor frío le cubrió la frente y las palmas de las manos. Frente a él, la imagen de una mujer angustiada pidiendo socorro al tiempo que un enmascarado la empujaba dentro de un aerodeslizador. Esa mujer era Susan.

-        ¡Qué broma es esta! – gritó una vez que se repuso del impacto inicial.

-        Me temo que no se trata de una broma, Sr. Wash. Efectivamente, su prometida ha sido secuestrada por el maniaco. Si le hemos elegido es porque estamos convencidos que su motivación para atrapar a esa bestia será mayor y que podrá darnos datos interesantes en la búsqueda ya que usted la conoce bien.

-        Me están tomando el pelo- falseó la sonrisa- esto es una broma pesada, esto es un juego. Todos lo saben, un juego virtual y voluntario.

-        Voluntario, sí. Usted puede marcharse si lo desea pero me temo que, haciéndolo, condenaría a su novia a una muerte segura.

-        No existe tal secuestro- Herbert intentaba permanecer calmado-. Susan está en Totendorf, en otro continente. He hablado con ella esta mañana.

-        Me temo que la videoconferencia de la mañana era una grabación falsa. O quizá el secuestrador obligó a la señora Tumart a decir lo que le dijo. Nuestros registros, de hecho, indican que no ha habido ninguna conferencia desde Totendorf a Progreland en las últimas cuarenta y ocho horas.

Herbert se abalanzó sobre el hombre, deseando que al llegar a él, su figura se desvaneciera, que los traspasara, que fuera un holograma o bien que sonara a metálico, que fuera un simple robot mecánico. Pero el choque fue carnal, real, y ambos cayeron al suelo. Aquel individuo sudaba como él, olía mal y en su rostro se reflejaba la sorpresa por el empujón.

-        ¿Se convence que soy real, Sr. Wash?- preguntó el policía al tiempo que se levantaba.

-        Usted será real pero todo esto es un juego. Susan está bien y se trata sólo de una broma pesada, muy inapropiada, una gamberrada en toda regla.

-        Puede pensarlo así pero nada más lejos de la realidad. Señor Wash, tenemos poco tiempo. Déjese de dudas y pongámonos a trabajar.

-        Me largo, eso es lo que voy a hacer. Me largo, salgo de aquí, llamo a Susan y me quito la incertidumbre de esta pesadilla- comenzó a caminar hacia la salida.

-        Puede hacerlo, lo sabe….- detuvo sus palabras por un momento- pero también conoce que si sale no puede volver a entrar.

-        ¡No quiero volver a entrar!- gritó Herbert muy enfadado- ¡No quiero volver a verles!

-        De acuerdo, pero imagínese por un momento…

-        No tengo nada que imaginar. Adiós.

-        … por un instante, imagine que cruza esa puerta y llama a Susan y esta no contesta. No contesta ni hoy ni mañana ni pasado mañana ni nunca. Usted no podrá volver a entrar. ¿Podrá vivir con esa carga el resto de su vida? ¿Podrá vivir sin haber intentado salvarla cuando pudo hacerlo?

-        Esto es un juego y Susan está en Totendorf.

-       ¿Está usted seguro, está usted seguro, Sr. Wash? ¿Absolutamente seguro?

Herbert Wash se detuvo y se sentó desconsolado en el suelo, ocultando su cara entre sus manos. Sabía que tenía que jugar.

 

 

 



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