18/4/09

Cómplices

Cenar contigo es siempre una experiencia cautivadora pero, en ocasiones, lo inerte se hace cómplice para convertir la velada en mágica. Sólo así puede explicarse por qué, ayer, la casona medieval se engalanó de hechizos para recibirte como a una de aquellas damas de irresistible magnetismo por uno de cuyos pañuelos de seda los caballeros de jineta y adarga, de espada ágil y lealtad probada, se batían en los torneos y peleaban con dragones. Sus paredes recobraron espontáneamente el brillo del esplendor pasado e hicieron eco a los murmullos que celebraban tu presencia. Por eso debió ser que la tarde plomiza que auguraba un aguacero se abrió en un atardecer pincelado de jirones rojizos. Y por ello, el panaché de verduritas asadas decidió resultar especialmente exquisito para que la noche fuese perfecta. El mundo, cómplice, hizo que el pañuelo que tanto me gusta brillara más que nunca; que el vino se hiciera más dulce; que los árboles de las plazas hubieran florecido y estuviesen pintados de flores rosas y blancas; que el andante cantábile sonará tan sentimental y que los aromas de la ciudad se combinaran bajo la sabiduría de un invisible maestro perfumista. Fue así que, confabulando las callejas, las unas con las otras, decidieron estar limpias, alegres, acogedoras para nosotros.

Sólo los relojes no se avinieron al acuerdo y, traidores a la complicidad del resto, no detuvieron sus agujas para alargar la noche y el regreso. O quizá sí la alargaron pero, aún así, a mí se me hizo demasiado corta.

Me sorprende cómo consigues que te cuente de mí, de cosas que no diría a nadie, de pensamientos que ni siquiera sabía que tenía. De mis cuitas y de mis dudas, de mis miedos y de mis anhelos. Y cómo, tras hacerlo, me quedo tranquilo y confiado. Me encanta cuando me explicas tu visión del mundo y de la vida. Cuando- aunque tú no quieras admitirlo- hablas en poesía. Me seduce el descubrir – otro hechizo, sin duda- que compartimos tantas quimeras, tantos libros, tantas pérdidas, tantos gustos, tantas ideas fugaces, sin que jamás antes lo hubiéramos sospechado. Me sonroja cuando dices cosas agradables sobre mí que, aunque se me hacen inverosímiles, alimentan mi ego por un ratito.

A veces, el cosmos se hace cómplice para que las noches sean mágicas. Por eso, ayer, Casiopea se dejó ver tras tenues hilos de nubes y la Osa nos enseñó el norte. ¿Te diste cuenta que la estrella polar brillaba más cuando tú la mirabas y que todo el universo giraba justo sobre ti en ese instante?

1 comentarios :

Anónimo dijo...

Me gustan tus ralatos y especialmente este, no dejes de escribir.