Hacía hoy demasiado calor. Treinta y seis a la sombra. Demasiado para que los claveles que te guardan pudieran resistirlo sin gotas de agua fresca en las que beber, sin tierra húmeda de la que respirar. Sentí los pétalos mustios y agostados como una acusación afilada y directa. Me decían, me decías, me gritaban, me gritabas, que no te recuerdo suficiente, tanto como mereces, tanto como deseo. Aún estando ya muy avanzada la tarde, el sol parecía que se había detenido en lo más alto y caía a plomo, sin crear sombras en las que escudarme, en las que protegerme de tu reproche nunca dicho. El calor había hecho que los gorriones se refugiaran en el bosquecillo lejano, dejándolo todo en un silencio que retumbaba en mis sienes. Me duele tu soledad, me abruma la soledad en la que me dejaste. Me asusta que, a veces, pueda aparcar tu memoria.
Mas, a pesar de todo, quiero que sepas que sigues conmigo. Las campánulas blancas han crecido en el jardín cercano y cuando las veo, te recuerdo con una de ellas prendida de tu pelo tan negro. A veces, escucho el eco de tu voz, y de tu risa, y de tus susurros cuando me decías que me querías. Tú no tendrás ya sueños, pero estás en los míos. No sentirás más la brisa del mar cuando te empeñabas en caminar por la arena al amanecer, pero yo pierdo mi mirada en las olas inquietas disfrutando aún de ti. No puedo abrazar tu cintura, pero acaricio tu imagen. Las flores pueden marchitarse en el búcaro pero creces en mi alma cuando te recuerdo. Se marchitan para que las vuelva a poner. Una y otra vez. Hasta siempre. No pudimos vencer a los dioses inmisericordes pero eso no importa ya. Quizá nadie te recuerde pero yo no te olvido. Hay color otra vez en mi ánimo, sí, así es, pero no es olvidándote, sino contigo, a partir de ti, sobre lo que me enseñaste, con lo que me modelaste. Sigues conmigo. Siempre seguirás, porque eres parte de mi. Sin tu permanente e indisoluble presencia no sería yo mismo. Sigues conmigo.
Mas, a pesar de todo, quiero que sepas que sigues conmigo. Las campánulas blancas han crecido en el jardín cercano y cuando las veo, te recuerdo con una de ellas prendida de tu pelo tan negro. A veces, escucho el eco de tu voz, y de tu risa, y de tus susurros cuando me decías que me querías. Tú no tendrás ya sueños, pero estás en los míos. No sentirás más la brisa del mar cuando te empeñabas en caminar por la arena al amanecer, pero yo pierdo mi mirada en las olas inquietas disfrutando aún de ti. No puedo abrazar tu cintura, pero acaricio tu imagen. Las flores pueden marchitarse en el búcaro pero creces en mi alma cuando te recuerdo. Se marchitan para que las vuelva a poner. Una y otra vez. Hasta siempre. No pudimos vencer a los dioses inmisericordes pero eso no importa ya. Quizá nadie te recuerde pero yo no te olvido. Hay color otra vez en mi ánimo, sí, así es, pero no es olvidándote, sino contigo, a partir de ti, sobre lo que me enseñaste, con lo que me modelaste. Sigues conmigo. Siempre seguirás, porque eres parte de mi. Sin tu permanente e indisoluble presencia no sería yo mismo. Sigues conmigo.
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