Dentro de la casa sonaba el Vocalise de Rachmaninov. Había escuchado aquel vinilo tantas veces que no entendía como aún no estaba rayado. A Mateo le gustaba sentarse, al atardecer, en el patio con la mirada perdida en los arabescos que formaban las nubes y la escucha abrazada a aquella melodía que tanto ella apreciaba. El calor de la tarde había menguado y una brisa refrescante llegaba desde la playa trayendo olores de espuma y salitre.Como cada día, recreó su imagen y buscó en sus recuerdos la línea de su rostro, sus ojos negros y su pelo blanqueado por el tiempo. Intentó traer al presente su olor y el tacto de su piel pero se dio cuenta que algunos sentidos se habían marchado al cielo con ella para siempre. Sintió que el patio, las hiedras que cubrían las paredes, la casa misma, añoraban su presencia. Como cada tarde no pudo reprimir la rabia por su ausencia.Miró hacia la playa y se sorprendió de que no hubiera nadie. Sólo una figura lejana que, por su forma de andar, se le antojó familiar. Al giradiscos debía ocurrirle algo porque el Vocalise se escuchaba más cercano que nunca, con una pureza tal que pareciera que una soprano cantaba dentro de la habitación. El cielo le parecía aquella tarde particularmente azul a Mateo. La borrosa imagen de la playa se había acercado hasta situarse frente a él.Creyó perder la razón. Irene estaba a su lado y le sonreía. Tomó su mano y Mateo encontró súbitamente el recuerdo de su piel. Sus dedos volvieron a encajar en los de ella. Su perfume le cautivó una vez más. Sin duda, había perdido el juicio. Nadie vuelve. Estaba viendo una sombra de su locura. Ya le habían advertido que se podía enloquecer de un dolor no superado. Se abrazó a ella sin importarle si era enajenación o fantasma. Y se dio cuenta que la amaba más que nunca.Un testigo aseguró que Mateo había muerto repentinamente mientras escuchaba Vocalise y que, justo cuando los acordes terminaban, hizo un gesto en el aire como si abrazara algo. Luego, se derrumbó con una sonrisa feliz en su cara.
27/8/08
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