Te añoro y, aunque pasan los meses y debería llegar el consuelo del tiempo, te extraño más. Tendría ya que no dolerme tu marcha y, sin embargo, me cuesta siquiera imaginar que te has ido.
He leído en algún libro de esos viejos, sabios, encuadernados en piel gruesa, que esta persistencia del dolor ocurre porque pequeños hechos circunstanciales activan nuestras memorias más recónditas. Como los pianistas crean impromptus bellos desde unas pocas notas casuales, así la vida alumbra los momentos dichosos de nuestro existir a partir de un destello de sol, de una palabra fugitiva, de un sonido caprichoso.
Puede ser una golondrina que viendo las nubes cenicientas vuela bajo, y me recuerda la tarde aquella de abril en que nos pilló la tormenta al salir del cine y acabamos en el jacuzzi – nuestra primera vez- de una habitación del hotel donde nos refugiamos tiritando. A veces, deseo olvidarte, mudar la memoria y enfrentar la luz de la mañana con nuevos alientos. Entonces, llega quizá el aroma de lavanda desde el parque y vuelves a mi mente, vívida, y creo sentir tu pelo negro en mi cara como la mañana que nos tumbamos en la ribera del río. Fuimos para que yo conociera donde jugabas cuando niña y acabamos haciendo el amor, tumbados sobre la manta, entre nubes de lavanda.
Hoy ha sido Schubert. El impromptus en sol bemol. Yo estaba escuchando las noticias y, sin aviso, seguramente para cubrir un tiempo muerto de la emisora, lo han emitido. Y, de pronto, te he visto sentada junto a mí en el teatro. Me tomaste de la mano cuando las luces se apagaron y escuchamos el concierto siendo uno.
Me he arrepentido de que, algunas veces, pocas, deje de pensar en ti.
He leído en algún libro de esos viejos, sabios, encuadernados en piel gruesa, que esta persistencia del dolor ocurre porque pequeños hechos circunstanciales activan nuestras memorias más recónditas. Como los pianistas crean impromptus bellos desde unas pocas notas casuales, así la vida alumbra los momentos dichosos de nuestro existir a partir de un destello de sol, de una palabra fugitiva, de un sonido caprichoso.
Puede ser una golondrina que viendo las nubes cenicientas vuela bajo, y me recuerda la tarde aquella de abril en que nos pilló la tormenta al salir del cine y acabamos en el jacuzzi – nuestra primera vez- de una habitación del hotel donde nos refugiamos tiritando. A veces, deseo olvidarte, mudar la memoria y enfrentar la luz de la mañana con nuevos alientos. Entonces, llega quizá el aroma de lavanda desde el parque y vuelves a mi mente, vívida, y creo sentir tu pelo negro en mi cara como la mañana que nos tumbamos en la ribera del río. Fuimos para que yo conociera donde jugabas cuando niña y acabamos haciendo el amor, tumbados sobre la manta, entre nubes de lavanda.
Hoy ha sido Schubert. El impromptus en sol bemol. Yo estaba escuchando las noticias y, sin aviso, seguramente para cubrir un tiempo muerto de la emisora, lo han emitido. Y, de pronto, te he visto sentada junto a mí en el teatro. Me tomaste de la mano cuando las luces se apagaron y escuchamos el concierto siendo uno.
Me he arrepentido de que, algunas veces, pocas, deje de pensar en ti.
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