24/3/09

Tic tac



Despertó a media mañana, cuando un cielo limpio y ventoso brillaba sobre los tilos del parque. A través de las cortinas se colaban el calor suave de aquel sábado de primavera y los rumores de la calle. Ruidos del tráfico – siempre intenso durante las horas laborales-, voces lejanas y gritos de niños que volvían de algún partidillo de futbol en la playa. Giró entre las sábanas y disfrutó de la somnolencia que aún le envolvía. Le encantaba despertarse así, lentamente, saludada por la mañana. Escuchó el tic tac del reloj de pared. Era uno de esos de péndulo grande que oscilan elegante y pesadamente y que atrasan y adelantan a su capricho. Herencia de su abuela. Aquel ritmo le acunaba y le traía siempre recuerdos de tostadas y café con leche, de carantoñas cuando era niña y de cuentos contados poco antes de acostarse. Volvió a voltearse al calor acumulado entre las mantas durante toda la noche y estiró un poquito más el momento. La sonería del reloj despertó memorias de su abuela. Retazos escondidos en algún recóndito meandro de su memoria que volvían por sorpresa. Como aquel día – una mañana como esta, llena de luz azul- en que las golondrinas se posaron en el alfeizar de la ventana y su abuela las mantuvo revoloteando toda la mañana a base de depositar miguitas de pan untadas en leche. O aquellos otros en que la hacía levantar y bajar a la cocina donde un humeante cacao estaba esperándola. Su abuela siempre decía que un buen desayuno era fundamental para sentirse dichoso durante toda la jornada. Los recuerdos azuzaron su apetito y sintió ganas de desayunar.

Súbitamente, su mente despertó. Alguien había tirado de su manta. Era el guarda del parque que golpeaba inquieto con su bastón en el suelo. Un tic tac machacón y nervioso.

- Venga, hora de marchar. Ya sabéis que está prohibido dormir en el parque.

Se levantó, enrolló el cobertor y se unió a los otros dos mendigos que habían dormido cerca de ella, por seguridad sobre todo. El tic tac se había esfumado junto a su sueño. El sol estaba ya alto y era agradable sentirlo. Uno de los hombres le ofreció un trago de vino. A falta de café con leche, sirvió igualmente. Unos trozos de pan hicieron las veces de las tostadas y unos vencejos asustados imitaron pobremente el vuelo rasante de las golondrinas. Tomó la bolsa con sus cosas y sintió la tristeza de estar despierta.

3 comentarios :

Anónimo dijo...

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Claudia dijo...

Que buena historia nos imbuimos en un segundo y luego volvemos a la realidad...no sea cruel porque no nos dejo soñar...se me hizo muy corta la historia :(

Félix Remírez dijo...

Gracias Claudia.