Hygiène de l’assassin (Albin Michel, 1992) de Amélie Nothomb es una novela corta escrita con una estructura un tanto teatral puesto que fundamentalmente es diálogo sin artificios colaterales de ningún tipo. La historia se narra a través del diálogo y la interacción del personaje principal, el desagradable escritor Tach (posiblemente inspirado en la figura del escritor real Louis-Ferdinand Céline), y los periodistas que van a entrevistarle una vez que se anuncia que, debido a una grave enfermedad, le quedan apenas dos meses de vida. La novela se divide en dos partes, dos actos, bien diferenciados. El primer acto es la creación ante el lector de la personalidad repulsiva, por avasalladora y por el gusto extremo de humillar, de Tach a través de sus encuentros con cuatro pobres periodistas. Un acto en el que Nohtomb construye un personaje a través de pura conversación y en donde dibuja la piscología de Tach con su machismo, su sexismo, su homofobia, su racismo, su egolatría, su sarcasmo, su mentalidad retrógrada en todos los aspectos. Un ser repugnante pero que, a la vez, se vuelve fascinante y adictivo porque en ocasiones nos vemos asintiendo a sus malvadas aseveraciones (aunque el recurrir a potenciar ese dibujo con la descripción de un físico desagradable es cuando menos políticamente incorrecto. Los gordos no tienen por qué ser el arquetipo del energúmeno). El segundo acto, de algo más de la mitad de la obra, es cuando el escritor se encuentra con la horma de su zapato, con la periodista Nina que es capaz de mantener el debate intelectual y de hacer frente a la crueldad dialéctica del otro. Un debate con el que, poco a poco, la arrogancia de Tach se derrumba, salen libres los remordimientos de un oscuro pasado y se le aparece, como en un espejo, la propia podredumbre.
No hay descripciones, no hay escenario apenas. La estructura se sustenta en el diálogo conciso, irónico, preciso en la elección de la palabra (demasiado para mí que he leído la novela en francés y he tenido que hacer un amplio uso del diccionario), cínico y descarnado en el debate donde cada contertulio busca herir al contrario con una sola palabra, en un boxeo intelectual que también abruma al lector porque cada frase, por extrema, revuelve el estómago. Una historia, a mi modo de ver, un tanto desperdiciada por demasiado extremada, por el gusto de epatar, que deja atrás la exploración intelectual rigurosa del ser humano para recrearse en lo grotesco, que pasa del análisis sicológico a la pura diversión dialéctica donde es más interesante contestar de manera imaginativa que debatir profundamente. Los periodistas- excepto la heroína- parecen tontos y el escritor se excede en cada frase. Al final, un personaje como Tach, que al inicio es interesante, acaba siendo una caricatura. El interés de Nothomb por hurgar en las alcantarillas del corazón humano acaba por adentrarse en el absurdo, desperdiciando la ocasión de una reflexión más profunda sobre el bien y el mal. Un Tach menos extremado hubiera resultado mucho más inquietante.
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